Hace unas semanas caminaba cuando escuché un saludo:
- Buen día.
- Buen día, respondí cortésmente pero un poco a la nada porque no encontré el origen de la voz, por más que me giré buscando en todas las direcciones.
- Estoy aquí, dijo la voz, detrás de la columna.
- ¿Quién eres?, pregunté.
- Soy un zorro.
- ¡Eiiinnnn!... ¿un zorro?... ¿Estás de guasa o qué?- Como lo oyes, mujer de poca fe.
- ¡Vaya, qué cosas más raras me ocurren a veces!
- En tal caso, deberías estar acostumbrada.
- Pues tienes razón. ¿Jugarías conmigo? Estoy, tan, pero taaaannn triste...
- No puedo jugar contigo. No estoy domesticado.
- ¡Ah, perdona!... ¿Domesticar dijiste... qué es domesticar?
- No eres de aquí... ¿Qué buscas?
- Busco a los hombres, respondí. Pero dime... ¿qué es eso de domesticar?
- Los hombres tienen fusiles y cazan. Es muy molesto. También crían gallinas y en eso reside su único interés. ¿Buscas también gallinas?
- No. Busco amigos. Y por cierto... ¿qué significa domesticar?
- Eres un poco pesada, ¿no?
- Perseverante, prefiero pensar.
- Domesticar es una cosa muy olvidada. Consiste en crear lazos.
- ¿Crear lazos?... ¿A qué te refieres?
- Sí. Para mí no eres todavía más que una muchachita semejante a cien mil muchachitas y no te necesito. Tampoco me necesitas. No soy para ti más que un zorro semejante a cien mil zorros. Pero si me domesticas, tendremos necesidad el uno del otro. Serás para mí única en el mundo. Seré para ti único en el mundo.
- Empiezo a comprender. Hay varios cibernavegantes... creo que me han domesticado.
- Es posible. ¡En la Tierra se ve toda clase de cosas!
- ¡Oh, no es en la Tierra!
El zorro pareció intrigarse y quiso tener más detalles.
- ¿En otro planeta?
- Podría decirse así. En el levepaís de las maravillas.
- ¿Hay cazadores en ese planeta?
- Ni uno, que yo sepa.
- ¡Es interesante eso! ¿Y gallinas?
- Unas pocas, pero están protegidas de modo que vivitas y coleando. Digo plumeando. Y líbrese de intentar zampárselas alguien porque la pena capital es la decapitación. ¡Que le coooorrrteeeeeennnn la cabeza!, sentenciaría la monarca suprema sin que le temblase el pulso.
- No hay nada perfecto, suspiró el zorro. Casi mejor me hago vegetariano. ¿Sabes?... mi vida es monótona. Cazo gallinas, los hombres me cazan. Todas las gallinas se parecen y todos los hombres se parecen. En consecuencia me aburro un poco. O un mucho. Pero si me domesticas, mi vida se llenará de sol. Conoceré un ruido de pasos que será diferente del resto. Los otros pasos, por cierto, me hacen esconder bajo la tierra. Tu sonido, en cambio, me llamará fuera de la madriguera, como si se tratase de una música. Y además, ¡mira!, ¿ves, allá, ese castañar? Yo no como castañas. Para mí es un fruto inútil. Los castañares no me recuerdan nada. ¡Es bien triste! Pero tú tienes el cabello color castaño rojizo. Y cuando me hayas domesticado, ¡será maravilloso! Esos árboles me harán recordarte. Y amaré el ruido de las hojas cuando sus castañas caigan sobre el suelo.
El zorro calló y se me quedó mirando durante bastante tiempo para a continuación pedirme algo.
- Por favor... ¡domestícame!
- Me gustaría, le dije, pero no tengo mucho tiempo. Tengo que encontrar amigos y conocer muchas cosas.
- Sólo se conocen las cosas que se domestican. Los hombres ya no tienen tiempo de conocer nada. Compran cosas hechas a los comerciantes. Pero no existen comerciantes de amigos, los hombres ya no tienen amigos. Si quieres un amigo... ¡domestícame!
- ¿Y qué tendría que hacer?
- Debes ser paciente. Te sentarás al principio. Te miraré de reojo y no dirás ni mu. La palabra es fuente de malentendidos. Pero cada día, podrás sentarte un poco más cerca.
- O sea, que esto va pa’ largo...
- Mujer... no se domestica en un plis-plas. Y por hoy es suficiente. ¿Hasta mañana?
- De acuerdo, hasta mañanita. Al día siguiente regresé y allí estaba el zorro, con cara de pocos amigos.
- Hubiera sido mejor venir a la misma hora.
- Ya majo, pero es que ayer tuve el día libre en el trabajo y fue en la mañana cuando coincidimos por primera vez. Hoy no ha quedado otra que venir por la tarde. Pelín exigente... ¿no?
- Verás... en realidad hay una explicación. Si vienes, por ejemplo, a las cuatro de la tarde, comenzaré a ser feliz desde las tres. Cuanto más avance la hora, más feliz me sentiré. A las cuatro me sentiré agitado e inquieto; ¡descubriré el precio de la felicidad! Pero si vienes en cualquier momento, nunca sabré a qué hora preparar mi corazón... Los ritos son necesarios.
- ¿Rito?... ¿qué es eso?
- Es también algo demasiado olvidado. Es lo que hace que un día sea diferente de los demás, una hora de las otras horas. Por ejemplo, los cazadores tienen un rito que consiste en intentar bailar los viernes por la noche con las muchachas en los bares de copas. El viernes es pues un día estupendo en el que puedo pasear libremente. Si los cazadores no bailasen en día fijo, todos los días se parecerían y yo no tendría vacaciones.
Y así, ratito a ratito, o mejor dicho... rito a rito... domestiqué al zorro. Pero como nada –o casi nada- es para siempre llegó la hora de la despedida:
- ¡Ah!, dijo el zorro, voy a llorar.
- Tú querías que te domesticara, así que reclamaciones... al maestro armero.
- Sí, asintió el zorro, snif...
- ¡Pero vas a llorar! Entonces... no ganas nada.
- Gano, dijo el zorro, por el color de los castaños. Ve y mira de nuevo a los cibernavegantes. Comprenderás que algunos para ti son únicos en el mundo. Vuelve entonces para despedirte definitivamente y te regalaré un secreto.
Me senté frente al ordenador y me asomé a la inmensidad del mar virtual, topándome con infinidad de blogueros y visitantes anónimos.
- En absoluto os parecéis a mis cibernavegantes; no sois nada aun. Así era mi zorro antes, semejante a cien mil otros. Al hacerlo mi amigo, ahora es único en el mundo.
Los blogueros y visitantes anónimos se mostraron ciertamente molestos.
- Sois hermosos, pero aun estáis vacíos para mí. Es probable que una persona común crea que mis cibernavegantes se os parecen. Sin embargo, ellos, siendo sólo unos pocos, son sin duda más importante que el ejército que formáis, pues son los cibernavegantes a quienes he escrito y me han escrito, día tras día, de mes tras mes, de incluso año tras año. Son los cibernavegantes con quienes he reído, lagrimeado y hasta callado. Porque ellos son... mis cibernavegantes.
Y volví a visitar al zorro por última vez:
- Adiós, me dijo. He aquí mi secreto. Es muy simple: no se ve bien sino con el corazón. Lo esencial es invisible a los ojos.
- Lo esencial es invisible a los ojos, repetí, a fin de acordarme, porque aquella frase tenía pinta de importante que pa’ qué.
- El tiempo que dedicaste a tus cibernavegantes, hace que tus cibernavegantes sean tan importantes.
- El tiempo que empleé en mis cibernavegantes hace que mis cibernavegantes sean tan importantes, repetí, a fin de acordarme.
- Los hombres han olvidado esta verdad, añadió el zorro. Pero tú no debes olvidarla. Eres responsable siempre de lo que has domesticado. Eres responsable de tus cibernavegantes…
- Soy responsable de mis cibernavegantes… dije en voz alta, a fin de acordarme...¡Ah!... ¿que no cree el respetable que lo relatado ocurrió?... Pues tengo pruebas de que fue la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad...
Valeeee, vaaaleee... en realidad lo que sucedió es que estuve de leve-rebajas :-D. Pero... ¿acaso el zorro no deambulaba por allí de alguna manera?... ¡Si hasta se colocó estratégicamente en la camiseta que compré!...
Bueeeenooo… en su esencia (además en lengua materna), que para el caso… es lo verdaderamente importante.
Bueeeenooo… y que no me importaría si se me llamara “levepetite princesse”, je.
Bueeeenooo... y que Antoine Saint-Exupéry me perdone, ejem, ejem, por haberle parafraseado de semejante manera. ¡Pero conste que lo viví! Cositas de mi desbordante imaginación. Quién sabe… igual me está guiñando un ojo desde allá donde se encuentre. ¡Si se encuentra! ;-)
Bueeeeenooo… ¡pero cuánto bueno!