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Un estimado amigo, además de lector, díjome hace blogeones: “La gente miiiieeente”, pronunciándola exactamente así, pues une al tiempo la sorpresa... ¡y la enésima constatación!, que también el mismo amigo diría. Aunque entonces una ya portaba cierto bagaje al respecto, habiendo tenido numerosas oportunidades en las que comprobar la veracidad de su afirmación (que a día de hoy alcanza categoría de axioma), no pude por menos que darle la razón, toda la razón y nada más que la razón. Y vuelvo a dársela.
En los últimos meses me han mentido un par de amigas. En cosas nimias... digamos que para salvar el tipo frente a un comportamiento suyo no adecuado. Vale. Ellas están al tanto y retanto de lo que opino sobre el asunto.
Primera. ¿Quieres obtener algo de mí? De acuerdo, pídemelo... con franqueza, sin excusas irreales, como sabes y archisabes que me gusta (incluso necesito), y decidiré si me presto a ello, que también sabes probablemente así sea, pero, una vez obtenido lo que persigues con artimañas... y pillada in fraganti, no me cuentes cantinelas cuando te expreso que la policía no es tonta... que parvulitos quedó muy atrás.
Segunda. ¿La has pifiado y no quieres... o no puedes asumirlo? No hay problema... no es una gran pifia, es pifiílla no más. No es la primera vez, pero que no te dé vergüenza por ello... ¡somos humanos! y además tú y yo, amigas. Hablemos, entendámonos, empaticemos la una con la otra... comprendamos, o intentémoslo... que no se repita y aquí paz y después gloria.
Pero no. Mienten y entonces, como deseo entender y construir/mantener algo sólido y bello, yo he de preguntarles porqué... si no hace falta mentir, de veras que no... Y sus expresiones faciales son las de un pequeño de seis años que con trozos del jarrón en su mano dice que no ha sido él quien lo ha roto. Y, cuando lo descubro (porque ya se sabe que... se pilla antes a un mentiroso que a un cojo, hasta sin intención como es el caso), se empeñan en negar a bote pronto la evidencia. Y me sacude algo por dentro... si bien apenas un imperceptible temblor, cimbreo si acaso, desde que una se propuso (e impuso) colocarse el supermegaimpermeableantitodoloquefastidiay/opeor. Pero... en este particular sucede que quiero que la cosa quede más o menos como estaba, aplicando pegamento a las piezas del jarrón, procurando encajarlas debidamente, sólo porque median afectos y sentires, porque vale la pena y las alegrías... y acabo comprendiendo, recordándoles no obstante qué pienso al respecto. Debo añadir que no exenta de sorpresa por el hecho de que (me) mientan y también, porqué no decirlo, reconociendo(me) cierto cansancio: “Caramba... se miente como un acto reflejo... Llega de quien menos lo esperas... cuando menos lo imaginas... de modo reincidente”. Y sí, me hastía porque en efecto somos perfectamente imperfectos, pero ¡aprendamos siquiera una miaja de nuestros errores! Lo peor es que acabaré levantando un monumento a Leon Festinger y a su teoría sobre la “disonancia cognitiva”, que viene a decir que el autoengaño es el pan nuestro de cada día en el ser humano, a poco que el susodicho se descuide. ¡Ops ... que Dios nos pille confesaos' 8-S!
Las mentiras tienen las patas muy cortas... ejem, las mentiras tienen la punta mal afilada, por eso se rompen enseguida
Ahora bien, el tema cambia cuando quien miente me refanfinfla o similar. Y actualmente con novedades de adaptación camaleónica. Un compañero de trabajo recién me mintió descarada, intencionada, fea e innecesariamente. Si tuviera algún sentido, le diría: “No me sirve Doña mentira. Puedo, no obstante, tolerarla puntualmente si es inconsciente, aunque no justificarla. No me sirve quienes mienten, no... especialmente si es de todo punto evitable hacerlo. Me sirve menos la hipocresía a la que quien miente recurre a continuación, incluso sabiéndose descubierto. No. No me sirve que me busques, procurando mi conversación, porque te sabes pillado, y te comportes como si nada. Tienes diez años más que yo. ¡O sea! No puedes... ejem, no debes hacerlo así, si es que algo en positivo pretendes cuando me diriges la palabra después de... No me interesa el comadreo chismoso, lo sabes bien. O deberías saberlo a estas alturas. Por favor, no me lo ofrezcas más. De ese modo lo empeoras y ya me costaba antes de... Puedo incluso acceder a que nos comuniquemos, si asumes tu error... tu torpeza, no tu culpa pero sí tu responsabilidad... si me cuentas porqué lo hiciste... te prometo que intentaré ponerme en tu piel. Sin embargo callarás lo que habrías de decir y dirás lo que convendría callases. Sí, lo sé. Me consta que no has mentido a Leve porque sea Leve. Que no es nada personal. Lo has hecho porque funcionas así... en general. Es una de tus herramientas sociales, tu modus operandi. Mientes y no le das importancia. Te da igual. Y una mentira la quieres arreglar con otra, y esta con otra más... así, ad infinitum. Te hablo sin enfado, sin acritud... en serio, pero he de hacerlo para que comprendas algo que, sorprendentemente, no te ha quedado claro considerando lo, valga la redundancia, clara que soy en algunos aspectos; probablemente demasiados. Tengo alergia a la mentira y aún más a la hipocresía. No sirvo para moverme en sus dominios... ¡ni quiero! Es vox pópuli... porque lo digo; así, con todas las letras. No me sirven las relaciones insanas; por más que estas sean profesionales, superficiales, momentáneas... se pueden dar con un mínimo de calidad y de dignidad. Se deben dar. Lo tóxico a cien mil kilómetros a la redonda... de mí. Puedes elegir mentir, sí. Es tu libertad, consciente o no, y no voy a interferir en ella. Del mismo modo puedo y escojo decir no. Porque, después de lo ocurrido, para afirmarme... he de negarte. Y lo hago desde un punto emocional de absoluta tranquilidad. Es así. Concluyendo: ¡Ay... qué mayó estoy pa’ según qué... y según quiénes!”.
Esto sería lo que podría decirle, pero no, porque si hay que ir se va... pero ir pa’ na’... No serviría pues no comprendería absolutamente nada del contenido del mensaje. Ni siquiera en versión resumida: “Me has mentido y a posteriori te comportas con hipocresía. No entro en ese juego”. Pero entonces probablemente él se sentiría mal y aparte se crearía un ambiente tenso, así que, y esta es la novedad, callo. Eso sí... callo alcanzando un grado máximo de alucinancia (que diría el maestro Kunfu Panda) que me convierte en un auténtico levepasmarote que le mira y sonríe, tal que si me hubiera fumado algo... o me hubiera ventilado de un sorbo media botella de bourbon, cada vez que el interfecto me habla (que desde el momento de autos es demasiado a menudo), nombrándome para reclamar mi atención, contándome sus cosas con las que, por cierto, nunca comulgué. Claro, mirarme a los ojos... de soslayo si acaso. ¡Mecachis que no me aguanta el puente que no se llega a crear entre ventanitas de nuestras faces, que no fauces!...
Rictus novedoso de Levepasmarote
Y esa es la cosa... desde hace algo más de un mes, salvo saludarle y tratar los mínimos asuntos laborales que nos obligan a mezclarnos, soy voluntariamente incapaz de articular(le) palabra alguna. Ni mu... tan sólo sonrisa Giocondana y, desde que empieza hasta que acaba de hablarme, le miro situada en mi nube interior mulllidita de... habla trucho que no te escucho... En realidad... en adelante todo serán ventajas. Ni él me aporta, ni yo le aporto. Por ejemplo, cuando me ponga a parir a fulanita, o menganito... no será necesario que le diga: “No quiero que me hables mal de nadie, especialmente si ese nadie/alguien no está presente (no de cuerpo, sino de indicativo :-D)”. Y cuando en una reunión de trabajo me agarre del brazo, medio zarandeándome, tres veces ¡tres! y en menos de cinco minutos me repita con fervor un asunto que nada tiene que ver con el objeto de la reunión me ahorraré un: “¡Basta!... me lo has comentado tres, ¡tres veces seguidas en cero coma...! Y no me cojas...¡carape!”. Ni tampoco tendré que pedirle: “Por favor... por enésima vez, no me eches el humo a la cara”...
Llegada a este punto... con permiso del respetable voy a practicar la postura de brazos en cruz, para, ya metida de lleno en faena, ganar atractivancia (que también diría el maestro Kunfu) y otorgar así mayor poderío a mi nueva pose...
Levepasmarote en su primer entrenamiento oficial
Que digo yo que... a falta de poder levantar el vuelo dejando atrás a aquellos que sólo graznan... va a estar bien el nuevo método pa’ espantar pajarracos ¿no? :-D
(Nota mental: ¡Ay Señó... llévame pronto!)
"No es síntoma de buena salud el estar perfectamente adaptado a una sociedad enferma" (Jiddu Krishnamurti dixit).
“Es preciso –y precioso- caminar con el espíritu ligero y la comprensión abierta para lidiar diariamente con la gente... por aquello de nuestra escandalosa y perfecta imperfecta humanidad. Y que, a la par, se lidie con nosotros de igual manera” (Leve dixit).
Pd. Ya que la perorata ha sido de narices... me voy (¡por fin!) con la música a otra parte :-)...
Aunque casi es más adecuada esta banda sonora :-D…