domingo, 21 de septiembre de 2008

Huellas

Me gusta ir al Centro Andaluz de Fotografía sin saber qué encontraré allí, como ayer. Pero antes de adentrarme en el arte que contienen sus paredes, ineludiblemente tengo que hacer una mención infantiloide.

Ir a su servicio me encanta porque... ¡hay magia potagia! Bueno, lo que en realidad sucede es que la instalación eléctrica está automatizada de tal modo que abres una puerta y se enciende la luz, abres la siguiente e ídem. Además su limpieza es inmaculada y huele que parece un jardín en vez de un retrete. Aunque tengo que confesar que la verdadera razón de que me divierta como pequeña peque es porque al ser de estética tan minimalista, con predominio de blanco y metal, cuando estoy dentro me siento como si me encontrara en... en... ¡“2001 odisea en el espacio”!, que “Alien” como que no me inspira y ahorita no me viene a la mente otra película de ciencia ficción (a la magnífica “Blade runner” me la reservo para otra ocasión en la que explayarme). Como si viajara en una nave espacial, vaya. Debo tener una imaginación desbordante porque en ese instante hasta creo verme vestida con mono metalizado y todo (influencias de los tópicos). Pero es que incluso el “sonido ambiente” (ejem, hilo musical) se asemeja al que supongo en la “Voyager”, por poner un ejemplillo. ¿Será controlado por HAL? Vale... ¡stop, stop!

A lo serio... se expone “Huellas” de Humberto Rivas alguien a quien, según tengo entendido, se le conoce como “el fotógrafo del silencio”. Maravilloso sobrenombre... y certero a juzgar por las imágenes que capta con su retina.

“Huellas” es un paseo por los surcos, las muescas que el tiempo dejó –desde la guerra civil- en quienes la vivieron y en los espacios que fueron testigos -cuando no cómplices involuntarios- de fusilamientos, de muertes, de huída, de búsqueda de refugio, de la tragedia que supone una guerra. Y, sobre todo, de la renuncia al olvido porque precisamente cuando se otorga a lo vivido su lugar en la memoria, es cuando se logra que el recuerdo no se convierta en una insoportable carga. Un paseo lento, a veces incluso detenido, por rostros humanos y escenarios de Belchite, Corbera d’Ebre, Figueres, Cabo de Gata... paisaje rural, calles desiertas, lugares abandonados, casas en ruinas, puertas ciegas y sillas vacías que muestran el vestigio de un conflicto bélico...

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(Cabo de Gata)


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¿Cómo veo las fotografías de Humberto cuando las miro?
De entrada me resultan silenciosamente parlanchinas. Suena contradictorio sí, lo sé. Sencillas a la par que cargadas de intensidad. Sobrias en su majestuoso blanco y negro. Me han parecido unas imágenes extrañas. Una especie de mezcla entre un estar vivas y un estar muertas. Es... como si el autor se hubiera situado en el instante de atraparlas justo entre la intersección de ambos estados, en algo similar a un limbo. Así las he experimentado. Lo que no deja de ser una gran paradoja pues intuyo a un fotógrafo preocupado por la transformación que provoca el paso del tiempo, reflexionando sobre él, sobre ese pedazo que ocupa la distancia que hay entre principio y fin. Quizás sea que la totalidad del tiempo en realidad no es más que eso, una intersección entre vida y muerte...

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Dos vueltas a la sala di, deteniéndome particularmente en los retratos de los supervivientes... escrutándolos, intentando descubrir un poco de su verdad. Tal vez inventándome sus experiencias, acertando quizás en algún detalle, o incluso en un drama completo... quién sabe. Enfrentándome a aquellas miradas con la pátina de la mía propia. Rostros casi sin gesto y sin embargo tan, tan expresivos en la memoria de lo vivido años atrás... Caras humanas en su realidad más absoluta, sin fondo, sin manipulación alguna. Un clic del fotógrafo claro, directo... y ya. Conté trece rostros frontales, uno de ellos con torso, el de José Mª, mutilado, especialmente impactante. Trece y uno más, de espaldas. Mostrando la nuca... que no es sino el reverso del rostro. ¿Cuántas recibirían disparos?

Y ahí permanecí... mirando miradas, o su ausencia, detenidas en la tragedia...

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(José Mª)

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(Filo)


Concluyendo... seguir las “Huellas” de Humberto Rivas supone evocar al tiempo y a su eco. A su inexorable transcurrir, con una guerra de por medio, que no distingue personas de edificios, ni de paisajes. Y en su conjunto... todas no son sino un monumento a la memoria...



(Eduardo)


Y visto que me ha gustado, me declaro comisaria y la traslado a una sala de exposiciones que creo sobre la marcha en el Cabaret “La luciérnaga”, lugar que nació para albergar luz -y su correspondiente sombra como es el caso de la fotografía- proceda de donde proceda.
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