sábado, 19 de abril de 2008

Las alas de la vida

Anoche te conocí, Carlos Cristos. Anoche, volando por el cielo peninsular llegaste hasta mí. Te trajeron “Las alas de la vida”. Y esas, tus alas, me rozaron en su batir aunque tú no lo sepas.

Carlos padre, Carlos esposo, Carlos hijo, Carlos hermano, Carlos amigo.
Carlos músico, Carlos patrón de vela, Carlos locutor, Carlos montañero, Carlos piloto, Carlos inventor.
Carlos médico rural, Carlos cooperante en Ruanda, hombre con clara vocación de servicio, dando una vez más muestra de ello al pedir a tu amigo Toni Canet que filmase tu vida, en un documento que te mostrase en el avance de la “atrofia sistémica múltiple” que un día llegó sin avisar. Porque sí, se te diagnosticó una enfermedad degenerativa, mortal, que en efecto comenzó a apagar tu cuerpo poco a poco, pero tu alma, si cabe, se fue encendiendo aún más.
Carlos al otro lado, al del paciente que se ha de poblar de paciencia en su nueva y adversa realidad. Carlos asumiendo lo que la razón dicta se ha de aceptar ineludiblemente, pero el corazón considera inaceptable. Carlos en la escuela de las renuncias progresivas. Carlos tan digno en el vivir como en el tránsito al morir, Carlos natural.
Carlos optimista que puntualiza: “estoy jodido, pero contento”. Carlos valiente, Carlos reflexivo, Carlos lúcido, Carlos generoso, Carlos transparente, Carlos humanista, Carlos sencillo pero siempre intenso aún en las limitaciones. Carlos sabio al apuntar: “Cuidar es querer”.
Carlos con su moral dolorida, Carlos temeroso ... derrumbado sólo fugazmente pues acabas rescatando a la serenidad; o tal vez ella te rescata a ti. Carlos tomándose la vida humorosamente en serio.
Carlos embelesado, feliz, viendo el agua caer del cielo ... apostaría a que, como yo, te dejarías llover paseando placenteramente si fuera posible. ¿Carlos espíritu afín? Probablemente no medien tantas distancias entre unos y otros, como nos empeñamos en asegurar en este loco, loco (y bello) mundo.

Carlos ... ¡VIVO!
Carlos y compañía ... ¡GRACIAS!, mayúsculas.

Sí, anoche, Carlos Cristos, me conmoví, sonreí, lloré, suspiré, aprendí, recordé y corroboré lo verdaderamente importante ... contigo. Y en mi osadía me atrevo a añadir que te conocí sin que haya sido necesario haber estado cerca. ¡Ah, son tantos, y tan anónimos, los héroes “corrientes”! ¿Puedo decir que te admiro? Sí, también puedo ... y además, quiero.

En un momento dado contabas que no tenías fe propiamente dicha, pero sí una esperanza en cierta forma de trascendencia. No sé si al otro lado de la vida la hallarás, pero lanzo un deseo ferviente para que, llegado el momento, encuentres tooooooooda la luz –multiplicada- que dejarás al partir, porque con tu presencia has iluminado el mundo y eso no es cuestionable, es certeza que debiera ser recompensada.

Y resonando ese, tu eco, al que ya reconozco como un magnífico lema existencial ... “Seguiremos bailando, mientras suene la música. A ser posible con una sonrisa” ... lanzo un brindis, a modo de tributo, por tu valor y generosa lección. Va por ti Carlos: ¡chin chin!
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1 comentario:

  1. ¡Paso, te leo, miro y veo, felicidades por tu blog!

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