Siento como privilegio tener la posibilidad de cada día ir a un trabajo. Además, un buen trabajo (hasta la fecha) considerando cómo está el patio laboral. Pero... no quería volver después de las vacaciones y no porque estas acabaran. Las cosas se están poniendo feas e irán a peor hasta el punto de plantearme muy seriamente un cambio. Incluso mi organismo reacciona ante el... “leve-rechazo” que he tenido-tengo. Ejem, quiero decir del “denso-rechazo”. Tres días llevo incorporada... y los tres comienza a dolerme la cabeza nada más entrar y deja de hacerlo media hora después de salir. Vamos... lo que se dice una somatización en toda regla. Porque el cuerpo habla... ¡ya lo creo que lo hace!
Sin embargo hoy el tema no es “por qué” sino “cómo” pasé el día del regreso. Para empezar amanecí triste. Particularmente triste. Vaya por delante, por si aún no me pronuncié al respecto, que cantidad de “normas sociales absurdas y no pocas veces hipócritas” me las paso por el forro de la indiferencia (es que chirrían con mi coherencia y claro...), y por ende no me suelo molestar en… disimular un estado de ánimo concreto que me embargue por el hecho de que no goce de buena fama. No es que sea un libro abierto, pues como es lógico muchas de mis páginas permanecen cerradas, pero las que muestro contienen lo que contienen y no otra cosa. No hay sorpresas a posteriori. Lo que pasa es que... no todo el mundo puede-sabe leer lo que hay escrito en ellas. A resultas me cuesta horrores fingir y en consecuencia mi cara suele ser puritita transparencia. Y de la mirada no hablemos. Opaca no estaba el día en cuestión, pero casi. O eso creía yo.
Sin embargo hoy el tema no es “por qué” sino “cómo” pasé el día del regreso. Para empezar amanecí triste. Particularmente triste. Vaya por delante, por si aún no me pronuncié al respecto, que cantidad de “normas sociales absurdas y no pocas veces hipócritas” me las paso por el forro de la indiferencia (es que chirrían con mi coherencia y claro...), y por ende no me suelo molestar en… disimular un estado de ánimo concreto que me embargue por el hecho de que no goce de buena fama. No es que sea un libro abierto, pues como es lógico muchas de mis páginas permanecen cerradas, pero las que muestro contienen lo que contienen y no otra cosa. No hay sorpresas a posteriori. Lo que pasa es que... no todo el mundo puede-sabe leer lo que hay escrito en ellas. A resultas me cuesta horrores fingir y en consecuencia mi cara suele ser puritita transparencia. Y de la mirada no hablemos. Opaca no estaba el día en cuestión, pero casi. O eso creía yo.


Cambié la estrategia y la “distraje” hablándole de algo tan sencillo como el verano de San Miguel que estábamos disfrutando… la suerte que teníamos en ese aspecto por vivir en Almerialópolis… que precisamente por la situación geográfica gozábamos la mayor parte del año de buen clima, bla, bla, bla… Ni una lágrima derramó en ese tiempo hasta que llegó su turno.

Entretanto la mujer que había a su izquierda comenzó a contar sobre la señora que lloraba. Dijo que su marido era un bendito y tenía unos hijos estupendos, que era afortunada, pero que estaba con una depresión tremenda que le hacía ver cosas donde no existían… tergiversar.
¿Cuál es la realidad exacta?... Ni idea. La puerta de la consulta se abrió, la señora salió, dijo adiós al resto y se paró frente a mí. Me agarró una mano con fuerza a la par que dulzura y se me quedó mirando un rato, en silencio, hablándome sólo con sus ojos: “Gracias”, decía su mirada. Eso decía. Y detrás de la pupila… el poso de su sufrimiento, que ese si existía independientemente de cuál fuera el origen.
Ahí me quedé otra vez, diciéndome: “Alicia, puede que seas un poco tonta… pero también otra pizca humana y esa mujer ha tenido un pequeño alivio, instantáneo sí, pero alivio al fin y al cabo… porque sencillamente alguien ha escuchado lo que necesitaba sacar afuera”. Entonces, mi tristeza… dejó de estar tan triste.
Cuando acabé en el consultorio y ya de regreso a casa paré en un quiosco céntrico de la ciudad en el que venden… ¡piiiiiipaaaassss, cacachueeeetessss, kiiikooosssss, garrapiñaaaadaaaasss! y otras cosillas. Era la primera vez que entraba aunque es un negocio con solera. Allí me encontré con que el tendero era…

- Leve.- Esteeeeeee, ¡uy no me sale! Mire que lo tengo en la punta de la lengua pero se me ha borrado el nombre (poniendo muecas de levepeque, sospecho).
- Tendero.- Piense en mí señorita. Concéntrese y piense en mí. Verá como enseguida le viene a la mente lo que quiere.
- Leve. No, si verlo, lo veo… pero es que la palabra que lo denomina ha desaparecido de mi vocabulario, ¡ops!
- Tendero.- Piense en mí señorita, hágame caso.
- Leve.- Si me sigue diciendo eso le acabaré cantando la canción de Luz Casal que lleva ese nombre. O por lo menos tarareándosela.
- Tendero.- Concéntrese… míreme…
- Leve.- A ver si le voy a imaginar como un hipnotizador y me da la risa… Es… como pistachos, pero no son pistachos.
- Tendera (o sea la parienta, que estaba también por allí).- ¡Piñones!
- Leve.- Eeeeeso mismo.
- Tendero.- Conste que si hubiera pensado en mí, lo habría recordado seguro. ¿Qué más?
- Leve.- Sólo quiero eso.
- Tendero.- Aquí tiene… y vuelva usted mañana.
- Leve.- Pero no voy a necesitar piñones hasta dentro de un tiempo, hombre.
- Tendero.- No importa. No venga a comprar. Sólo venga usted mañana, y pasado, y el otro... Que da gusto ver a gente con tan buena energía.
- Leve.- Pues ni le cuento lo agradable que es toparse con dependientes de su talla. Muchas gracias. A estar bien.
- Tendero.- Hasta pronto.
Eché a andar pensado que, aunque mi mirada no brillase, ¡la energía que desprendía era buena! Entonces, de nuevo, mi tristeza… dejó de estar tan triste.
Ya en la noche, en casa, encendí el ordenador y me encontré un regalo inesperado. El correo de un amigo que decía, literalmente: “A mí me ayudas a ser feliz”.
Y entonces, por tercera vez, mi tristeza… dejó de estar tan triste. Y se volvió a un punto de suavidad... que casi parecía una tímida alegría.
¿Lo que mal empieza, mal acaba? No, no, no… no fue así mi primer día de trabajo tras la vuelta de las vacaciones, porque lo que mal comenzó… acabó algo más que bien.

.
Yo creo que días como el que nos has platicado son los parteaguas para una buena reflexión que nos permita tomar decisiones para reencauzar el camino en ciertos puntos donde hay que decidir hacia donde dirigirse.
ResponderEliminarLo importante, creo yo, es no perder esa energía que mencionas, esa chispa que te distingue y cuyas vibras puedo percibir hasta acá.
Amiga, los cambios siempre son buenos y más si se hacen en el momento correcto. Ya nos platicarás que decidiste, pero la verdad es que yo te apoyo.
¡Beso!
Bueno... somos continuo cambio, en continente y contenido, aunque cotidianamente no tengamos conciencia de ello. Por mí está decidido. Ojalá y se dé la oportunidad de poder hacerlo en el entorno laboral, peeeerooo, parece que la cosa no va a estar fácil. Ya veremos.
ResponderEliminar¡Mua!
Hablando como haces en esta entrada sobre tu primer día de trabajo, sólo has dedicado siete palabras (las que siguen a la primera foto) a contar lo que has hecho en el laboratorio: "entré...y salí". Eso está bien, jeje.. ahora sólo falta conseguir que no te duela la camocha en ese rato.
ResponderEliminarY bueno, seguro que haces feliz a mucha otra gente aparte de la señora de la consulta, del tendero, de la tendera, y de tu amigo.
"Camocha"... ¡es la primera vez que escucho esa palabra. Ya lo dice un refrán... nunca te acostarás sin saber una cosa más.
ResponderEliminarQuién sabe, igual hasta hago infeliz 8-S
buff.. no te aprendas la palabra, igual la estoy usando mal..
ResponderEliminarPues está graciosa... aunque la R.A.E se ve que no opina lo mismo :-P
ResponderEliminar