Es sorprendente el hecho de que gente con la que jamás te has cruzado pueda dejar una profunda huella. No me refiero a grandes literatos, filósofos, científicos... sino a gente corriente, de carne y hueso. Por ejemplo un vecino, la tendera de la frutería, el albañil que trabaja en la construcción que edifican frente a tu casa... Eso me ha pasado recientemente con Carlos Cristos, alguien a quien referí en una entrada anterior.
Su personalidad y actitud ante la enfermedad me impactaron hasta el punto de que días después de haber visto el documental “Las alas de la vida” -y de tener conocimiento de la existencia de este hombre-, me encontré navegando por la red para intentar saber un poquito más sobre él... sobre “su obra”. Así fue como llegué a la web de la productora, en la que se invitaba a los espectadores que visionamos la película en “Versión española” –con gran éxito de audiencia en su proyección- a que hiciésemos comentarios si lo deseábamos, al mismo tiempo que daban muestra de su agradecimiento por el interés. Eso mismo hice, agradecer espontáneamente de nuevo, tanto a la productora y resto de implicados en el proyecto como al protagonista, con ánimo de rehomenajear. Y sucedió que apenas unas horas después de remitir el correo a “Gorgos films...
Esta mañana desayunaba en una cafetería mientras ojeaba (u hojeaba, a escoger) un periódico. Me topé con una fotografía que me hizo detenerme con cierta extrañeza pues se trataba de un diario local: “¡Pero si es Carlos Cristos tocando la guitarra!
Su personalidad y actitud ante la enfermedad me impactaron hasta el punto de que días después de haber visto el documental “Las alas de la vida” -y de tener conocimiento de la existencia de este hombre-, me encontré navegando por la red para intentar saber un poquito más sobre él... sobre “su obra”. Así fue como llegué a la web de la productora, en la que se invitaba a los espectadores que visionamos la película en “Versión española” –con gran éxito de audiencia en su proyección- a que hiciésemos comentarios si lo deseábamos, al mismo tiempo que daban muestra de su agradecimiento por el interés. Eso mismo hice, agradecer espontáneamente de nuevo, tanto a la productora y resto de implicados en el proyecto como al protagonista, con ánimo de rehomenajear. Y sucedió que apenas unas horas después de remitir el correo a “Gorgos films...
Esta mañana desayunaba en una cafetería mientras ojeaba (u hojeaba, a escoger) un periódico. Me topé con una fotografía que me hizo detenerme con cierta extrañeza pues se trataba de un diario local: “¡Pero si es Carlos Cristos tocando la guitarra!
Antes de leer el texto que acompañaba a la imagen, presagiando lo peor miré al margen superior izquierdo donde algo resaltaba, en busca de una rápida respuesta a la razón de su presencia en una publicación de mi pequeña ciudad. Allí rezaba en negrita: “Obituarios”.
Leer esa palabra supuso que una nube de tristeza lloviera sobre mi cabeza y me empapara hasta calarme los huesos, como si realmente tuviera un vínculo afectivo con el difunto y hubiese sido cortado de cuajo. Y no, no tuve semejante sentimiento por idealismo sino por empatía, por reconocimiento de un ser humano muy válido que se ausentaba de manera permanente contra su voluntad, y por respeto a su vida ... a su muerte.
Más tarde una compañera de trabajo llegó con un periódico de tirada nacional donde busqué un nombre y apellido concretos. Encontré un titular, también acompañado por una fotografía: “Carlos Cristos, médico que mostró su lucha en pantalla”.
Y no me queda otra opción que añadir, pues lo considero perentorio en este instante, una posdata a aquella, mi carta dirigida a ti...
Miro tu última imagen publicada en “El país”, un primer plano sonriente, y... ¿qué dirás que veo? Veo el rostro de una buena persona. O mejor dicho, veo la expresión de alguien que ante todo ha intentado ser persona... lográndolo. Y sucede que te has ido... ya. Dicen que lo hiciste con la serenidad y sosiego que siempre deseaste para los demás. Me reconforta saber que ha sido así; por ti y por tu gente. De hecho, que tu partida haya sido de ese modo calma el punto de rebeldía que me provoca saber que alguien con un talante estupendo, repleto de posibilidades y cosas por hacer, fallezca tan joven... tan injustamente. ¡Vaya!... mi escandalosa humanidad me traiciona. Mejor pongo en práctica parte de tus enseñanzas restando dramatismo a la muerte, que tan natural es como la propia vida; me consta, mucho... pero esa es otra historia. Sólo tenías 51 años sí, pero al menos... ¡qué bien bailados fueron!
Y no me queda otra opción que añadir, pues lo considero perentorio en este instante, una posdata a aquella, mi carta dirigida a ti...
Miro tu última imagen publicada en “El país”, un primer plano sonriente, y... ¿qué dirás que veo? Veo el rostro de una buena persona. O mejor dicho, veo la expresión de alguien que ante todo ha intentado ser persona... lográndolo. Y sucede que te has ido... ya. Dicen que lo hiciste con la serenidad y sosiego que siempre deseaste para los demás. Me reconforta saber que ha sido así; por ti y por tu gente. De hecho, que tu partida haya sido de ese modo calma el punto de rebeldía que me provoca saber que alguien con un talante estupendo, repleto de posibilidades y cosas por hacer, fallezca tan joven... tan injustamente. ¡Vaya!... mi escandalosa humanidad me traiciona. Mejor pongo en práctica parte de tus enseñanzas restando dramatismo a la muerte, que tan natural es como la propia vida; me consta, mucho... pero esa es otra historia. Sólo tenías 51 años sí, pero al menos... ¡qué bien bailados fueron!
Descansa en paz, Carlos Cristos, y aunque en este tiempo soy particularmente escéptica no puedo despedirme sino dejando un... que Dios te bendiga, donde quiera y como quiera que estés.
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