miércoles, 16 de julio de 2008

Al revés

Hacía cola en la caja de un comercio cuando la chica que iba delante de mí se disponía a efectuar un cambio:
- Perdona... el reloj que me llevé ayer resta las horas.
- ¿Cómo que las resta?
- Sí, que las resta.

E intervengo yo:
- Cierto... mira el segundero, gira hacia la izquierda, es decir va hacia atrás...
Y de repente, sin proponérmelo, me marcho de allí para introducirme en una de las escenas de “En la ciudad blanca”, de Alain Tanner...

Paul llega a Lisboa y entra a un bar en el que atiende Rosa, mujer de la que en breve se enamorará.
- Una cerveza por favor, bien fresca.
Mientras la saborea se queda mirando enfrente, fijamente.
- ¿Es usted la dueña?
- No, soy la camarera.
- Ese reloj de ahí va al revés.
- No, él va bien. El mundo es el que va al revés.
- ¿Ah sí?... qué interesante. Entonces si hacemos que todos los relojes vayan al revés, el mundo irá como debe ir...


¿Cosas que hacen que la vida valga la pena? Que el cine salga del cine para instalarse, aunque sólo sea por un instante, en la realidad.

Si no fuera porque ya hay un reloj en la cocina y no quiero más trastos -particularmente innecesarios- se habría venido conmigo a casa.

Pensándolo mejor... lo cierto es que me arrepiento de haberle dejado en la tienda pues sería estupenda insignia de un vivir sin ser esclavo del tiempo, de las horas... de la máquina que las representa ya que es un reloj no-reloj. E ideal estandarte, también, del país de las maravillas, el mundo al revés por excelencia; pero revés del bueno.
.

Imagen: Paul (Bruno Ganz) y Rosa (Teresa Madruga) en un fotograma de "En la ciudad blanca".

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