viernes, 25 de marzo de 2011

¡Caracoles!

Hay palabras de nuestro rico idioma que me parecen de lo más encantadoras e incluso divertidas; particularmente las que denotan enfado, extrañeza, admiración... interjectivas que se las denomina. Pero sucede que están en desuso popular o académico... y en paralelo no suelo recordar que existen, de ahí que no las emplee con frecuencia. Porque tanto me daría que resulten... “pedantes” para no pocos oídos. De modo que más por olvido que por otra razón apenas queda de esa cosecha lingüística una levelocución en mi vocabulario habitual: ¡¡¡Maldición, rayos y centellas!!! (es mu’ importante enfatizar triplemente, je)... y también ¡mecachis! (en la mar salá, a ser posible).

Me gustan especialmente: cáspita, pardiez, diantre, paparruchas, repámpanos, albricias, córcholis, sapistri, retruécanos, carape (esta me la ha enseñado un blogvisitante), caracoles... y aunque parece que la entrada va de lengua, y por ende de letras, todo lo contrario... es puritita de ciencias.

Hace unos días estuvo mi casero en casa, valga la semi-redundancia (lo escribo con guión porque la doble r (rr) me da rrrrrabiaaa (manía, qué le voy a hacer) y siempre que me percato-puedo me la ahorro. Sospecho que se debe a que Doña Erre (que erre) no me gusta porque es muy brrrrruta... sonoramente hablando). El caso es que Andrés, mi casero, es muy majo y haciendo honor a su majería me trajo como regalo el fruto de media huerta de un amigo que le surte. Bueno... digamos una décima parte de la huerta, tampoco hay que exagerar. ¡Está de riiiica la salsa de tomate que preparé ayer...!

Yo soy muy, pero que muy verdulera. No porque me la pase soltando tacos sino más bien porque me alimento-nutro en gran medida recurriendo al mundo vegetal. Podría decir, sin ningún género de dudas, que ha sido mi gran descubrimiento gastronómico llegada a la adultez. Y en lógica consecuencia una vez superado el trauma infantil, porque seamos realistas... si no nos disfrazaban las verduras, o las adornaban de algún modo, no resultaban especialmente atractivas a los ojos -ni mucho menos paladar- de los niños. ¿O se atreve alguien a rebatirme ese... sentir-morirse-cuando-por-sorpresa-tu-boquita-de-pitiminí-toma-conciencia-de-que-ha-comenzado-a-masticar-una-cosa-espantosa-a-la-par-que-pastosa-que-no-sabes-ni-a-qué-demonios-sabe (valga la redundancia, aquí sí completa)-y-que-resulta-llamarse-diente-extraviado-de-la-cabeza-de-ajo-de-las-lentejas-que-tu-madre-preparó-para-el-mediodía-y-que-si-quieres-las-comes-si-no-las-cenas? (en los de mi generación lo de... “las dejas” generalmente era un bulo y/o utopía). En resumen: al menos a la mayoría de gente que conozco, incluida yo, las verduras se nos atragantaban de peques.

Pues resulta que entre las tropecientas hojas de acelgas que me trajo Andrés venía... ¡un polizón! que, desde su aparición, se ha trocado en compañero de piso. O sea, un...


caracol. Sí, sí... ya sé que no se ve bien pero la cámara que vive conmigo llega... hasta donde llega. Para mí que es una cría, salvo que se trate de un Gasteropodus enanus, y por supuesto se llama Acelgo, debido al vehículo de transporte en que llegó y también por homenaje al delicioso cortometraje “Desaliñada”. De momento nuestra comunicación directa se reduce a que le canto... caracol-col-collll, saca los cuernos al sooool, que tu padre y tu madre también los sacóóóóó... y aunque no responde, entre contracción y elongación de mi nuevo amiguillo, todo se andará. Más vale ir lentos (ji-ja-ju-jo...) pero seguros a la hora de construir nuestra relación :-) Eso sí... la convivencia no durará mucho pues cada cual ha de estar en su hábitat natural, así que en breve me veré obligada a sacarle de su acotada hoja y devolverle a alguna alfombra de verdor en la que pueda recorrer al menos los... 10.000 metros lisos. Es un decir. La distancia, ejem.

Y no sé si pensar que se trata de una señal porque... ¡esta mañana al ir a guardar algo en el maletero de Salvatore un clon de Adelfo subía afanoso la pared del garaje (ya iba por la mitad), justo donde mi compañero de fatigas descansa su trasero! Aunque pensándolo bien... era un caracolón (por su tamaño)... ¿será quizás el progenitor de Acelgo que le busca al estilo páter de Nemo? Sólo el tiempo lo dirá, sólo el tiempo...

Esteeeee... ¿habrá que dar de beber a los caracoles? :-P. Y puestos a preguntar... ¿podré aprovechar su baba incorporándola a mi crema hidratante de día?... Ahora está de moda la baba de caracol como supermegaprincipio activo, ¿no? :-D

Conste que lo relatado no es producto de mi invención ¡eeeehhhhhhhh! Si acaso he... leveinterpretado y/o levecontado la real realidad.

Como colofón, para quienes deseen echarse unas risas, o mínimo sonrisas, ¡marchaaaandoooo una de caracoles!

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5 comentarios:

  1. Qué imaginación desbordante la tuya, Leve..

    La que has montado porque se te apareció un caracolillo en una acelga..

    La que hubieras montado si se te hubiera aparecido un pato laqueado..

    Qué ricos los caracoles. Tengo un bote de ellos en la cocina, y todos los días me los miro relamiente..

    Me sorprende que te guste la caspita. A mi me da un poco de cosa..

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  2. ¿Y qué é lo que é un pato laqueado?

    ¿Ricos?... ¿y me lo cuentas a mí... a la compañera de piso de Adelfo?... ¡Oh dios mío cuánta crueldad! :-P

    Por cierto, ya le he puesto la caspa a la caspita :-)

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  3. El pato laqueado es un plato que te ponen en algunos restaurantes chinos. Te traen un trozo de pato (laqueado, uséase, cocinado y como brilloso), te lo cortan en lonchas finas, te suministran unas tortitas y unos ajos tiernos cortados finos, y te fabricas tú mismo como una especie de tacos mexicanos echando por encima una salsa dulce... un jaleo, vaya.

    ¿Crueldad? Los animales los metió Noé en el arca sólo para que nos los pudiéramos comer, mujer de Dios (digo, por no decir "hombre de Dios")

    Juraría que "sapristí" lleva también caspa al final.. acabo de mirar en la RAE y no está la palabra, tendríamos que consultar un Mortadelo.. :-)))))

    Besos

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  4. De solo imaginarte cantándole al caracol hace que deje de pensar que estas levemente loca.
    Y por cierto, la baba de caracol es muy efectiva para suavizar la piel, principalmente la de la cara y puntualmente la de la comisura de los labios. La deja tersa y suave como la de un bebé haciendo desaparecer todo rastro de líneas de expresión. Eso si, no se la puede almacenar ni manipular porque pierde sus propiedades humectantes.
    La aplicación se debe hacer con el propio caracol dejando su baba al desplazarse.
    Le dejo un beso, pero antes del tratamiento.

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  5. Gamar... Acelgo ya se encuentra (supongo, dado que le dejé a buen recaudo natural) recorriendo otros horizontes más abiertos, frondosos y verdes. Suerte tienes de no padecer restos del tratamiento cosmético. Suerte tengo, que no me libro de tu beso ;-)

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