Amanecí triste el sábado. La noche anterior estuve con alguien querido que me dio malas noticias... que necesita una ayuda que no puedo brindarle. Y si me entristece no poder hacerlo, más me apena que merece justo lo contrario a lo que le sucede; y sucederá no sabemos hasta cuándo. De hecho ya lleva mucho tiempo pasándolo mal.
Con mi tristeza salí a la calle. Tenía que comprar algunas cosas. Casi llegando al supermercado vi que en la puerta había un indigente, pidiendo. Imagino que como en cualquier ciudad, la escena ha pasado a formar parte del paisaje cotidiano. Prácticamente nadie reparaba en él, aparentemente. Un... invisible más. Porque miramos para otro lado... cuando, por unas u otras razones, no queremos ver. Y no estoy juzgando que esté bien o mal, tan sólo digo que lo hacemos.
Raramente doy dinero a quienes piden limosna. Entregarles algo de comida... con más frecuencia. Sí lo hago en alguna ocasión, cuando quien lo pide me conmueve; aunque salte a la legua que lo invertirá en alcohol u otras sustancias. Quizás no sea adecuado... o tal vez sí, no sé y tampoco importa demasiado, pero me da por pensar que siendo “irrecuperables” (como lo son en gran mayoría), escapar temporalmente de su realidad a través de paraísos artificiales es la única alternativa que les queda frente al desamparo. La calle es dura... durísima, y los que tenemos el confort de un hogar no podemos ni imaginar lo que significa tener que vivir a la intemperie... física y emocional.
Nunca doy a quien utiliza a niños como reclamo, ni a mafias archiconocidas que son fácilmente identificables; sobre todo por su origen. Gente a la que llevo viendo años y más años apostada en una puerta sin más tarea que decir: “Hola”, con presión psicológica incluso, sosteniendo el cartel de una virgen entre sus manos. Gente que, con un aspecto de lo más saludable, cuando había trabajo, podría haber trabajado. Pero... esas pequeñas o grandes organizaciones, han convertido la limosna en “oficio”, ligado con frecuencia a la cultura en la que se han desarrollado y, más allá de que haya necesidades reales de fondo, no estoy conforme con que se juegue de esa manera con la buena voluntad ajena... con que se estafe descaradamente, que a fin de cuentas es lo que ocurre. En cualquier caso considero que si se desea ayudar económicamente, son muchos los cauces para hacerlo con ciertas garantías de que lo recaudado se emplea realmente en causas... digamos nobles.
Con mi tristeza salí a la calle. Tenía que comprar algunas cosas. Casi llegando al supermercado vi que en la puerta había un indigente, pidiendo. Imagino que como en cualquier ciudad, la escena ha pasado a formar parte del paisaje cotidiano. Prácticamente nadie reparaba en él, aparentemente. Un... invisible más. Porque miramos para otro lado... cuando, por unas u otras razones, no queremos ver. Y no estoy juzgando que esté bien o mal, tan sólo digo que lo hacemos.
Raramente doy dinero a quienes piden limosna. Entregarles algo de comida... con más frecuencia. Sí lo hago en alguna ocasión, cuando quien lo pide me conmueve; aunque salte a la legua que lo invertirá en alcohol u otras sustancias. Quizás no sea adecuado... o tal vez sí, no sé y tampoco importa demasiado, pero me da por pensar que siendo “irrecuperables” (como lo son en gran mayoría), escapar temporalmente de su realidad a través de paraísos artificiales es la única alternativa que les queda frente al desamparo. La calle es dura... durísima, y los que tenemos el confort de un hogar no podemos ni imaginar lo que significa tener que vivir a la intemperie... física y emocional.
Nunca doy a quien utiliza a niños como reclamo, ni a mafias archiconocidas que son fácilmente identificables; sobre todo por su origen. Gente a la que llevo viendo años y más años apostada en una puerta sin más tarea que decir: “Hola”, con presión psicológica incluso, sosteniendo el cartel de una virgen entre sus manos. Gente que, con un aspecto de lo más saludable, cuando había trabajo, podría haber trabajado. Pero... esas pequeñas o grandes organizaciones, han convertido la limosna en “oficio”, ligado con frecuencia a la cultura en la que se han desarrollado y, más allá de que haya necesidades reales de fondo, no estoy conforme con que se juegue de esa manera con la buena voluntad ajena... con que se estafe descaradamente, que a fin de cuentas es lo que ocurre. En cualquier caso considero que si se desea ayudar económicamente, son muchos los cauces para hacerlo con ciertas garantías de que lo recaudado se emplea realmente en causas... digamos nobles.
No sé la razón, pero cuando salía del supermercado llevaba un euro en mi mano. Me paré delante del vagabundo, un hombre menudo de cincuenta y tantos años. Su larguísima barba de ermitaño... la suciedad de su ropa, de sus manos, de sus uñas... sin ser extrema, no coincidían con la mirada limpia que por su color daba luz verde a su rostro. Sus posesiones eran una manta raída y una pequeña mochila, manchadas por las noches sin techo. Sorprendentemente... no olía mal. En absoluto... y créame el respetable cuando digo que tengo olfato de sabueso. Había montado una especie de pequeño altar en el que sustituyó los iconos religiosos por imágenes de flores, papeles escritos y algunas monedas de poco valor amontonadas, formando hileras...
. Leve.- ¿De dónde eres?
. Vagabundo.- De Rumanía.
. Leve.- ¿Y cuánto tiempo llevas en España?
. Vagabundo.- Desde el año 2003.
Me contó que había sido militar en su país, enseñándome una especie de llave-medalla que aseguraba era un emblema que lo demostraba, y empezó a hablarme de cosas que dejé de comprender desde la lógica. No la tenían pues claramente se trataba de... un renglón torcido de Dios. Creí entender que dijo ser un... “guardián de las montañas”... una especie de ángel enviado con una misión para salvar a la especie humana. Comenzó a dar detalles de su razón para estar en el planeta y, al acelerar su palabra, el español que hablaba muy bien a ritmo pausado, se transformó en un idioma completamente desconocido para mí. Decidí que había llegado el momento de marcharme.
. Leve.- Tengo que irme. Cuídate... y cuídanos.
Y le entregué la moneda que aún tenía en mi mano. Sólo era una excusa.
Entonces el hombre (¡caray!... olvidé preguntarle su nombre), alargó su cabeza y dejando un respetuosísimo espacio físico entre su cuerpo y el mío, me besó en la mejilla delicadamente. ¿Un beso jirafa?... sí, un amable beso jirafa. Y al apartarse, con dulzura, me sonrió haciendo un gesto de asentimiento.
Nunca antes me había besado un indigente. Ni me había tocado siquiera que recuerde. No sentí aversión. No sentí miedo. Sentí... que él sentía gratitud. Y no por una moneda, precisamente. ¿Tal vez por un poco de conversación?...¿Quizás por una pizca de atención? También yo le agradecí, en silencio. Hicimos un trueque. Un trueque de humanidad. Regresé a casa en compañía de mi tristeza, pero al mismo tiempo con cierto consuelo... caminando lentamente... con la plena convicción de que el callado grito del mundo... ese día gritó un poco menos fuerte.
.
Si esto lo lee David Trueba se pone a rodar una segunda parte de Soldados de Salamina.
ResponderEliminarbuffff Leve, vaya historia..
ResponderEliminarOtro beso
Sputnik... ¿y pondría en los títulos de crédito eso de... "basado en hechos reales"?, je. ¡Buena órbita!
ResponderEliminarVíctor... ¿qué le pasa a la susodicha?
Mas bien el título diría: "Besado en hechos reales" :)
ResponderEliminarLo trascendente para mi es que rompiste esa barrera de comunicación pues ya con preguntarle algo sobre él, es un gesto de empatía que cualquiera, aunque no sea indigente, agradece.
Muy bien amiga, no cabe duda que te suceden cosas interesantes con la gente, debes tener un imán especial para ello.
¡Saludos!
Je, je... ¡qué aguda con tu título! Olé ahí el talento.
ResponderEliminarNo sé Myriam... por supuesto que empatizar con cualquiera es positivo, pero cuando se establece comunicación con alguien que vive marginado... me late que lo agradece más. De todas maneras hay que estar en su piel y por más capacidad que se tenga... la experiencia es la experiencia.
Y sí, tengo un imán que unas veces ... ¡qué bien!, pero otrasssss (las más juraría)... ejem, mejor me callo, je.
Un abrazo hermosa.
:-).. le pasa que es muy bonita, joer, que parece que hay que decirlo todoooooooo..
ResponderEliminarLo cierto es que con los indigentes siempre se tiene un poco la duda (al menos yo la tengo, lo confieso) de si les faltará o no un tornillo (mira lo que ha pasado hace un par de días en el sur de Tenerife). No sé si tú tienes esa misma sensación, pero, si la tienes, con esta historia susodicha demuestras ser (además de otras cosas) una chica bastante echá p'alante..
Besos
A ver Víctor... ¿vivo yo en tu mente? :-PPPP
ResponderEliminarDonde sí vivo es frente a un parque. Veo muchas escenas en las que los protagonistas son indigentes. Otras en las que los “normales” son los protagonistas. Y algunas más en las que los protagonistas son ambos, mezclados. Por supuesto que puede haber peligro con algún indigente, pero la mayoría están tan hechos polvo que no es lo probable que te decapiten. Lo que no significa que sea imposible, ojo. Al igual que puede suceder que a cualquier otro individuo “normal” se le caiga un tornillo y te lleve por delante.
Un pequeño ejemplo, no demasiado dramático. Prácticamente todos los fines de semana se reúne “gente bien” en ese parque a hacer botellón. ¿Quieres saber cómo se comportan... cuántos gritos emiten... cuántos cristales rompen contra el suelo... cómo dejan de basura los alrededores... las farolas que han roto porque les resulta divertido? En contrapartida, otros tantos indigentes también se reúnen para beber. ¿Quieres saber quienes son los únicos que recogen la basura y la depositan en una papelera? (no siempre, claro).
He tenido que llamar muchísimas más veces a la policía por los “normales” que por los indigentes.
Mi sensación... por lo observado, por lo experimentado... es que la gente “normal”... a la postre, es mucho más peligrosa. Y lo triste es que no pocas veces se actúa desde la intención... sibilinamente. Pero, socialmente, ampara la... “normalidad”. Los otros... están condenados de antemano, comenzando por el miedo que se les tiene.
Dicho lo cual... no creas que me voy haciendo colegui de todo el personal sin techo de mi city. Del mismo modo que tampoco me voy haciendo colegui del personal con techo de mi city :-)
Y que si te apetece leer algo a colación, asómate aquí. Es que hay cosas con las que no puedorrrrrr... un día me acabarán partiendo la cara, como si lo viera, je.