sábado, 24 de mayo de 2008

Erase un ambulatorio y un doctor

Curiosos lugares los centros de salud. Son todo un ecosistema, una miscelánea humana. Durante un tiempo me vi forzada a visitar el mío con frecuencia. Me tocó escuchar a más de un-a abuelito-a mientras esperaba que llegase mi turno. Y me enseñaban... sobre ellos, sobre la vida. Fue allí donde un señor me dijo: "Niña... la única gran verdad es que todo es mentira". Reconozco que tal aseveración me dio que pensar; aunque no en "Matrix" (¡por suerte!). Con sus historias me hicieron ver que el mundo está carente de oídos que escuchen. ¡Necesitaban tanto expresarse y que alguien les prestase atención!
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Disfrutaba ofreciéndoles ese espacio en el que nadie les diera réplica. Se trataba simplemente de que hablaran largo y tendido, porque en la mayoría de ocasiones era el monólogo lo que necesitaban, no el diálogo. ¡Cuánta soledad puebla el mundo a pesar de estar tan rodeados de gente! Añadiré que también en alguna ocasión me pusieron la cabeza como un bombo y a punto estuve de gritar: ¡S.O.S!, pero merecía la pena -nunca mejor dicho- atenderles, e incluso darles la razón aunque no la tuvieran. Por otra parte, intentar convecerles de lo contrario habría sido un vano gasto energético.

Me gusta especialmente la gente que está en el otoño de su vida, los ancianos, por su experiencia acumulada y porque mi sentido protector se inclina hacia ellos, creo. No sé... les veo tan frágiles... más que los niños si cabe. Porque los pequeños van hacia delante, con los bolsillos cargados de ganas y energía, generalmente amparados, sin embargo los mayores desandan lo andado, a veces incluso dejando de ser quienes alguna vez fueron... o siguen siendo, pero ubicados en un lugar escondido de sí mismos y del resto (pienso por ejemplo en el Alzheimer).
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Debo decir que en aquella época aprendí mucho... de mucho.
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Además de batallitas personales también me contaron anécdotas de mi médico de cabecera. Una señora, por ejemplo, me refirió lo mucho que agradecía a Don José el interés que tuvo en su marido. La certeza del diagnóstico, la agilidad que tuvo para tramitar las actuaciones que correspondían a continuación... y, salvo que me falle la memoria que creo no, el hecho de que incluso fuera a visitar al enfermo al hospital. La señora me aseguró que le estaría eternamente agradecida y en efecto se percibía en ella un gran sentimiento de gratitud arraigado. Y no hablemos de su pluriempleo pues además de médico de familia me late que ejerce mucho de sicólogo; que tiene alta predisposición a la escucha vaya.

Por esta y otras cosas a Don José le quiere su cupo de pacientes. Y mucho.

¿Llevaré 20 años en ese cupo? Si no es esa la cifra si una muy próxima. Mi médico casi vive en el ambulatorio por lo que le presupongo un notable nivel de humanidad, aunque quién sabe si alguna razón más acompaña a que su jornada laboral suela ser tan extensa. Dedica -sin prisa- a cada paciente el tiempo que precisa, con lo que su consulta se prolonga cada día, excediéndose en una, dos, tres, cuatro... horas. Y no estoy exagerando. Naturalmente ese tiempo de más aplicado a su trabajo –por ende a los pacientes- lo resta de su vida personal. Sospecho, además, que no es consciente del alcance real del bien que hace, no sé si por despistado o por humilde. En cualquier caso ... gracias por la parte que me haya podido tocar.

Apostaría... no, apuesto -en presente de indicativo- a que siempre es el último médico en marcharse y en ocasiones casi el único del personal del ambulatorio que permanece en él, como por ejemplo sucedió ayer que tan sólo quedaban el guarda jurado, seis o siete pacientes aún por atender (a una media de 15-20 minutos... ¡glubs! considerando que eran las 15:30 h.) y, claro, él. ¿Cuántas veces se habrá quedado este hombre sin comer?, me pregunto. Y me contesto que me harían falta muchas manos para contarlas.

Don José es un hombre supuestamente muy serio, que no antipático (a menudo se une antipatía a seriedad y no, no, no, no estoy de acuerdo), que marca las distancias propias de su aparente carácter, aumentadas imagino que por la posición que requieren ciertas profesiones. Y sin embargo le he visto –sin que me viera- tratar con enorme ternura a un señor muy, muy mayor, que desde luego invitaba a ese trato por la calidez de su rostro ... por su fragilidad.

También ha habido ocasiones en que algún imbécil, cansado de esperar, ha estado molestando insistentemente con frasecitas del tipo: "¿qué hace este médico... jugar a los marcianitos con el ordenador?" Por supuesto la que suscribe enfrentó a los dos tipos con los que en distintas ocasiones coincidió en la sala de espera, siendo uno de ellos gitano. Conste que no soy clasista, ni racista pero cuando un payo es borde, un gitano lo suele ser más. Sin embargo a mí me dio igual su etnia pues si se trata de una injusticia de este tipo, lo demás... ¡plim! Quede claro que no soy una heroína y que no lo hice por defender al médico –que también- sino por respeto a la verdad. Y delante de mí nadie va a decir que la demora viene dada por “pérdida de tiempo” del doctor, cuando sucede todo lo contrario: lo regala a espuertas. O siendo más exacta: podrán decir lo que no es, pero al mismo tiempo obtendrán una "respuesta sonora" de mi parte. A estos individuos finalmente les callé la boca, eso sí con elegancia pero considerable firmeza y rotundidad.

¿Por qué escribo sobre esto? Mientras esperaba, ayer, hubo un momento en que sucedió algo que me hizo reflexionar sobre las antípodas. La consulta de al lado había finalizado pero una mujer llegó tarde y al parecer necesitaba le recetasen con urgencia unos medicamentos. Como aún faltaban cerca de dos horas para que el Centro cerrase, la chica buscó a la doctora quien con la expresión literal “¡mis horas de trabajo han acabado!”, a regañadientes metía la llave en la cerradura para abrir y atender a la paciente.
Yo no hice sino mirar la puerta de esa consulta y la de mi médico. Volví a mirar una puerta y la otra. Y comparé pues no siempre son odiosas las comparaciones, de hecho a menudo son incluso necesarias. Y concluí.

Creo que además de buen profesional Don José es un ser humano hermoso (no dije perfecto, dije hermoso).
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Creo que además de hombre es persona.
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Creo que en persona uno se va convirtiendo, no nace.
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Creo... no, tengo la certeza de que me gustaría conocer profundamente a quien hay detrás del sobrenombre de "doctor".
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Creo que, si tuviera la oportunidad de asomarme a su geografía humana, posiblemente creería en él.
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Y creo que no me equivoco al creer lo que creo.
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Pd. (añadida un 20-11-08). Hoy el propio D. José me ha comentado que en realidad quiso estudiar biología. La revelación de este dato me incita a añadir una línea más in extremis...
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Y creo que quien lleva a cabo el ejercicio de la medicina con tal entrega y diligencia, sin que sea su vocación primera, es digno de admiración. Por lo menos de una considerable porción de la mía pues cumple aquello que yo expreso como... "hacer lo que hay que hacer", y que otros denominarán "lo correcto".
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Pd.2. (marzo de 2009). Rectificar es de sabios de modo que... aunque me pese admitirlo sí, me equivoqué al creer lo que creí. Suscribo lo escrito en lo que atañe a la faceta de doctor, pero tras haber tenido oportunidad de asomarme a su geografía de hombre-persona descubrí que mi fe se precipitó. Resultó que, sin conocerle previa... realmente, le había valorado por encima de lo que le correspondía, como él mismo comentó con acierto; que aún se encuentra a años luz de saber en qué consiste el verdadero respeto, la auténtica elegancia de alma; que no tiene idea -imagino que por torpeza emocional, o por la gelidez de su... "otra cara de la moneda", según apuntó- sobre... "hacer lo que hay que hacer" en ciertas situaciones que exigen delicadeza y no lo contrario. Me equivoqué con él... porque él se equivocó conmigo: al parecer me confundió con una cosa, con algo inerte... insensible... craso error. Es una pena... le admiraba... le respetaba... y algo más.
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