Diego me lo presentó en la distancia. Son amigos, buenos según tengo entendido. Creo recordar que en fecha de mi último cumplevida fue cuando Diego me regaló aquel librito artesano de apenas veintiséis páginas, repletas de oscuridad luminosa, de profundidad, de verdad reveladora.
Libro que se inauguró con esta paradoja:
“Te brotan cuando quieren, sin permiso.
Luciérnagas de lo oscuro,
crecen desde dentro como el pan
y nacen, tras un leve fulgor, envueltas en palabras.
Las siembro aquí antes de que el otoño las disperse”.
Ese, quien dice reconocerse en la poesía de lo oscuro, de lo no entendido, de lo no sabido, de lo apenas balbuceado.
Libro que se inauguró con esta paradoja:
“Te brotan cuando quieren, sin permiso.
Luciérnagas de lo oscuro,
crecen desde dentro como el pan
y nacen, tras un leve fulgor, envueltas en palabras.
Las siembro aquí antes de que el otoño las disperse”.
Ese, quien dice reconocerse en la poesía de lo oscuro, de lo no entendido, de lo no sabido, de lo apenas balbuceado.
Ese, que lanza semillas al papel que germinan en frutos de sabiduría.
Ese, que aún sigue aprendiendo a reconocer lo que es, y que lo que es ... es.
Ese, el autor, se llama José Manuel Calzada.
Ese, que aún sigue aprendiendo a reconocer lo que es, y que lo que es ... es.
Ese, el autor, se llama José Manuel Calzada.
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Y curiosamente ... la editorial que lo publicó lleva el nombre del día en que asomé al mundo.
Con agradecimiento dejo para él una lágrima (que en realidad es una honda sonrisa duchándose) que ya conoce. Esta vez no sólo en forma de sonido, también acompañada por la imagen.
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