Desde hace unos meses pasaron a dominio el sistema informático de mi centro de trabajo, con la consecuencia de que los usuarios ya no podemos intervenir prácticamente en nada cuando surge algún un problema. Eso significa que tareas de mantenimiento que podíamos realizar ya no son posibles, e incluso la solución de problemas de poca envergadura está en manos de Servicios Centrales, en otra ciudad. No dudo de las ventajas que ofrece pertenecer a una macro-red en cuanto a seguridad, actualizaciones, sincronizaciones y demás peeeeeeeeeero, existe la cruz de la moneda, como en casi todo.
Si bien la voluntad de los informáticos asignados es la de atención rápida, en ocasiones –las menos afortunadamente- no dan abasto para atender la demanda de toda una comunidad autónoma con la premura necesaria. ¿Consecuencia? Algo que resolvería en un momento un usuario con algunos conocimientos informáticos, tarda varios días en solucionarse. Porque entre que fulanito lo comunica a menganito que es encargado del departamento de zutanito que a su vez ... De cajón. Pero este es el “peaje” hay que pagar por la bonanza de la autopista virtual.
(Pequeño inciso.- Por cierto, la “teleasistencia” comienza a tocarme un poco-bastante los ovarios. ¡Se extiende por doquier! Supongo que por fallos de conexión u otras razones cualquiera se las habrá tenido que ver con el “Servicio de atención al cliente”, o con el “Servicio técnico” de los operadores de este país. Y me atrevo a imaginar que hasta se solidarizarán conmigo –si el dolor une imagino que tres cuartos de lo mismo ocurrirá con la impotencia y cuasi desesperación-. Incluso me ha llegado a pasar tener que decirle al “técnico” de turno lo que ha de hacer para “ayudarme a resolver mi problema”. Y sobre que te mienten descarada e impasiblemente ... sobre eso no me extiendo, mencionado queda. Fin del inciso).
A mi regreso de unos días de ausencia laboral me he encontrado con que un programa ha desaparecido por arte de magia. Expedientes x del servidor puesto que el equipo no se ha utilizado. Pero tampoco hay que sorprenderse ya que algún que otro misterio nos regala de cuando en cuando.
Pero el día de mi vuelta en realidad tuve suertuda suerte –doble- por lo que justo después aconteció. Tanta fue mi suerte que comuniqué on line la incidencia y en media hora el técnico –muy majo él, además de técnico de verdad- ya estaba al otro lado del teléfono; lo nunca visto, ni Billi el rápido. Supongo entonces que sí tomaron en cuenta la palabra URGENTE (y real) que se leía en mi demanda, pues no es que no pudiera ejecutar mi pan nuestro de cada día informático (o programa), sino que se había evaporado. Ni rastro de él.
El técnico me dictó unas directrices y mi superarchimegavisióndealtísimoalaparquebajísimoespectro comenzó su demostración de poderío. Claro que no habría sido posible si quien suscribe no hubiera aceptado el control remoto y Jose, que así se llama el servicial muchacho, no hubiese resuelto los problemas en un periquete desde su propio ordenador. Niquelao’ quedó el equipo y yo alucinaíta perdía.
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Estupendo el control remoto pero a mi juicio es un exceso no contar con “ciertos permisos” para solventar cualquier tontería que puede paralizar horas el trabajo, cuando no anularlo toda una jornada. Sin embargo ... donde no manda patrón no manda marinero, así que no queda otra.
Y me da por pensar que si antaño los reyes del mambo eran el alcalde, el médico y el cura, hoy día el soberano supremo es el informático.
Una gran ayuda la tecnología, sí, pero del mismo modo estamos vendidos. Sin ir más lejos media hora después de que Jose solucionara mi papeleta hubo un “problemón”, esta vez con las líneas, que impide desde entonces conectar a internet (dos días ya); y hablo de toda una provincia. Ya pueden espabilar las dos compañías timofónicas implicadas porque esto puede hacer mucha pupa y quien sabe si alguna cabeza acabará rodando.
Sí, alucino. Casi nunca dejo de alucinar, si no por una cosa por otra. De hecho a menudo vuelvo a alucinar con lo que en algún momento ya aluciné. O sea, realucino con lo alucinado previamente.
Y alucino al ver ese barco de toneladas de peso que no se hunde y surca los mares, con más peso aún que el de su esqueleto si navega con las bodegas llenas de carga.
Y alucino cuando la concepción de la vida se realiza en un laboratorio para a continuación transferir la semilla fecundada al que será su hogar durante nueve meses, hasta ser parida.
Pero sobre todo, sobre todo ... alucino cuando un equipo médico retira un órgano del cuerpo de una persona que ya no estará, para regalar vida a otra que gracias a ese traslado podrá permanecer mucho, mucho más.
Alucino, sí, y también sonrío. Y en un lugar visible de mi memoria enciendo un neón con un mensaje: en esos momentos en los que la barbarie de tu especie a punto está de hacerte renegar de ella, recuerda también cuantas ... cuantas maravillas consigue el ser humano.
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