En un momento dado la cámara se acercó al ojo del ballenato y quedó fija en él, ocurriendo algo sorprendente que aún no he podido responder. ¿Cómo la mirada de un animal podía resultarme tan profundamente humana?
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Desde entonces aquella mirada me persigue, de cuando en cuando, como hoy. Pero no lo hace a modo de fantasma sino como recuerdo deleitoso. Así pues ... la observación de ballenas, de delfines ... de cetáceos, esos colosos soberanos del medio acuático, esos titanes, dioses del mar. Bailar con ellos, escuchar sus cantos, saber que existen, que aún siguen ahí, embelleciendo los mares ... todo un conjunto de placeres que añadir a la vida.
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