Me he levantado ¡chof!, tan ¡chof! que necesitaba darme un homenaje con urgencia. He decidido que sería de los que interviene el vil metal. Concretamente esos zapatos buenos, bonitos y baratos que había visto. Pero ha surgido la dicotomía:
- ¿Los necesitas? (verdaderamente): no.
- ¿Te los mereces?: sí, rotundamente.
Casi convencida de lo segundo resurge la dicotomía:
- La parte que clama por un consumo responsable me toca la moral: “Ya tienes pares de más, en cambio montones de personas en el planeta se fabrican zapatos con botellas de plástico aplastadas y trozos de cuerda”. “¡Jo, déjame en paz!, le replico. ¿Qué te he hecho yo para que me des semejante cantinela después de cómo me desperté?”.
- La parte que insta a que –dadas las circunstancias económicas del país y mundo mundial- precisamente sea responsable comprándolos, ya que hay que reactivar el consumo, según entendidos en materia.
Decidido ... ¡a por ellos! Y se me ocurre, a mí, que no piso apenas el mar en julio y agosto por huir de las marabuntas humanas, plantarme a mitad de mañana en un centro comercial nada más y nada menos que un sábado. Por cierto ... hay crisis, sí, pero las tiendas están llenitas, no diré hasta la bandera pero con notable afluencia de público.
En mi caso no hay problema. La operación denominada: "cómo comprar unos zapatos en un centro comercial repleto de gente sin morir en el intento" se solventará en un santiamén. O casi. Están localizados desde la primera vez que los vi, aunque en otro color, por lo que decido probarme ese tono mientras pido rápidamente el otro pie. Ya con los dos puestos camino un poco ... Me sientan como un ¿guante?, bueno, como un calcetín para ser exacta. Encima son supercómodos y pensándolo mejor sí que me vienen bien, aunque no los necesite ... perentoriamente. Venga, a pagar.
Me sitúo estratégicamente, junto a la caja, esperando que me suban otro par del color que realmente deseo. Tengo enfrente a la única dependienta que está en el mostrador. Y la observo, y la vuelvo a observar, y la sigo observando. Le hago un primer comentario mientras atiende a varias personas al mismo tiempo:
- ¡Vaya!, tenéis algo parecido a oberbooking hoy aquí, ¿eh?
- Sí, los sábados suelen ser ajetreados, me responde.
- ¿Los necesitas? (verdaderamente): no.
- ¿Te los mereces?: sí, rotundamente.
Casi convencida de lo segundo resurge la dicotomía:
- La parte que clama por un consumo responsable me toca la moral: “Ya tienes pares de más, en cambio montones de personas en el planeta se fabrican zapatos con botellas de plástico aplastadas y trozos de cuerda”. “¡Jo, déjame en paz!, le replico. ¿Qué te he hecho yo para que me des semejante cantinela después de cómo me desperté?”.
- La parte que insta a que –dadas las circunstancias económicas del país y mundo mundial- precisamente sea responsable comprándolos, ya que hay que reactivar el consumo, según entendidos en materia.
Decidido ... ¡a por ellos! Y se me ocurre, a mí, que no piso apenas el mar en julio y agosto por huir de las marabuntas humanas, plantarme a mitad de mañana en un centro comercial nada más y nada menos que un sábado. Por cierto ... hay crisis, sí, pero las tiendas están llenitas, no diré hasta la bandera pero con notable afluencia de público.
En mi caso no hay problema. La operación denominada: "cómo comprar unos zapatos en un centro comercial repleto de gente sin morir en el intento" se solventará en un santiamén. O casi. Están localizados desde la primera vez que los vi, aunque en otro color, por lo que decido probarme ese tono mientras pido rápidamente el otro pie. Ya con los dos puestos camino un poco ... Me sientan como un ¿guante?, bueno, como un calcetín para ser exacta. Encima son supercómodos y pensándolo mejor sí que me vienen bien, aunque no los necesite ... perentoriamente. Venga, a pagar.
Me sitúo estratégicamente, junto a la caja, esperando que me suban otro par del color que realmente deseo. Tengo enfrente a la única dependienta que está en el mostrador. Y la observo, y la vuelvo a observar, y la sigo observando. Le hago un primer comentario mientras atiende a varias personas al mismo tiempo:
- ¡Vaya!, tenéis algo parecido a oberbooking hoy aquí, ¿eh?
- Sí, los sábados suelen ser ajetreados, me responde.
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Dejo que siga con lo suyo pero sin quitarle ojo de encima, admirándola. Lo tenía todo perfectamente controlado, cada cliente, su correspondiente calzado a medida que lo iban sacando del almacén, el cobro en efectivo, el vía tarjeta ... la suma de las actividades en definitiva, con un ritmo imparable pero no frenético y lo más sorprendente de todo: con un trato exquisito e incluso sinceramente afable para cada comprador.
Cuando por fin llega mi turno la entretengo más de lo conveniente, pues me resulta imposible reprimirme:
- Me vas a perdonar pero no me puedo marchar sin decírtelo ...
La muchacha pone cara de circunstancias.
-Te felicito por ser una excelente profesional en tu rama. Te he estado mirando detenidamente. Tienes todo bajo control, en un día de bullicio como hoy, eres diligente en cada aspecto y además encantadora en el trato con el cliente, que se aprecia natural y no forzado. Eres una gran dependienta sí señorita. Gente como tú es lo que hace falta en los comercios.
La chica, al principio, se ha quedado a cuadros, juraría que hasta asustada, no sabiendo muy bien si pretendía tirarle los tejos o si aquello se trataba de una cámara oculta. Por fin ha reaccionado y sencillamente ha comprendido que yo era, tan sólo, alguien que ha valorado en voz alta su buen hacer en el desempeño de su trabajo. Se lo merecía.
Me gusta hacerlo. Hay que celebrarle a la gente lo que tiene de bueno, lo que hace bien. Sé que no es muy habitual –no por falta de ganas la mayoría de veces, estoy segura de que la “vergüenza” es lo que frena a más de uno(a)- hacerlo con desconocidos, pero yo me corto poco en ese sentido.
Cuando por fin llega mi turno la entretengo más de lo conveniente, pues me resulta imposible reprimirme:
- Me vas a perdonar pero no me puedo marchar sin decírtelo ...
La muchacha pone cara de circunstancias.
-Te felicito por ser una excelente profesional en tu rama. Te he estado mirando detenidamente. Tienes todo bajo control, en un día de bullicio como hoy, eres diligente en cada aspecto y además encantadora en el trato con el cliente, que se aprecia natural y no forzado. Eres una gran dependienta sí señorita. Gente como tú es lo que hace falta en los comercios.
La chica, al principio, se ha quedado a cuadros, juraría que hasta asustada, no sabiendo muy bien si pretendía tirarle los tejos o si aquello se trataba de una cámara oculta. Por fin ha reaccionado y sencillamente ha comprendido que yo era, tan sólo, alguien que ha valorado en voz alta su buen hacer en el desempeño de su trabajo. Se lo merecía.
Me gusta hacerlo. Hay que celebrarle a la gente lo que tiene de bueno, lo que hace bien. Sé que no es muy habitual –no por falta de ganas la mayoría de veces, estoy segura de que la “vergüenza” es lo que frena a más de uno(a)- hacerlo con desconocidos, pero yo me corto poco en ese sentido.
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También suelo decir lo que no me gusta e incluso lo que disgusta a la gente cercana. Aquí, naturalmente, valorando si será más perjudicial la palabra, o si conviene el silencio, pues tampoco se trata de ir haciendo daño. Y en lo que atañe a servicios y similares si he de decir algo lo hago, pero creo que lo más rápido y efectivo es pedir la hoja de reclamaciones, que tengo ya una destreza pa’ rellenarlas ... En realidad las llevo de casa, bien redactaditas desde el ordenador, por aquello de facilitarme la tarea, y las adjuntan al impreso oficial que me devuelven debidamente sellado.
Resulta extraño. Al menor gesto de agresividad (real o imaginario) saltamos de inmediato como pulgas para ... defendernos. En cambio dudamos de las palabras amables hasta el punto de que nos dejan paralizados inicialmente. Pareciera que son las verdaderamente amenazantes. ¿Será que no estamos acostumbrados a ellas, o sencillamente que vivimos en ... un mundo raro?
No me resisto a otra versión ...
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En este "mundo raro" no se está acostumbrado a la sinceridad, incluso muchas veces se busca más una hipocresía complaciente o interesada carente de valor. Así, se llega a momentos en que el corazón queda adormecido y le cuesta reaccionar, si es que lo hace, ante todo aquello que se sale del guión... Pero lo importante, creo yo, es que...
ResponderEliminar"Las palabras van al corazón cuando han salido del corazón"
Solón
¡Qué sencilla e inmensa cita! Gracias Sangon, he ha encantado. Me voy resonándome algunas de tus palabras ... “ante todo aquello que se sale del guión”. Aunque no sin antes darte plena razón en que este “mundo raro” no está acostumbrado a la sinceridad. No interesa, porque exige “responsabilidad”. Otras veces ... no se alcanza, por pura incapacidad.
ResponderEliminarPero no siempre se busca esa falsa hipocresía complaciente, sino que lamentablemente es lo que se encuentra alrededor. Se dice en una canción ... “que ya olvidamos los abrazos, que no confiamos en la gente, que la inocencia es la palabra más ausente, qué nos pasó, qué nos pasó ..."