viernes, 21 de noviembre de 2008

Idealismo

Hay gente de mi entorno que me ha llegado a catalogar como “idealista”. Probablemente no anden desencaminados con la etiqueta que me adjudican. Es más, en varios aspectos, si no muchos, dan de pleno en la diana. Sigo creyendo que ... “otro mundo es posible”, pese a ... pesares varios; al menos el pequeño mundo de nuestro alrededor. Que si lo sumásemos a otro, y a otro más, y a otro ... quién sabe cuál sería su tamaño y alcance. Pero cualquier cambio da trabajo, porque nada es gratuito. Ese, creo, es uno de los grandes problemas de la sociedad actual: fundamentalmente se rige por la ley del mínimo –o inexistente- esfuerzo, estando muy insertada y hasta puede que ya echando raíces, para anclarse con fuerza.

Sin embargo, por ejemplo, granito a granito ... existen kilómetros de playa. Por tanto, siempre que tenga alguno en mi mano, lo arrojaré con delicadeza para que aumente la longitud del litoral.

Algunas de esas personas de mi entorno han estado en casa hoy, tomando café. Yo infusión ... que soy una hierbas. Qué le voy a hacer, el aroma del café me encanta pero su sabor ... como que no. ¡Viva el té! ... y primos hermanos. Me trajeron un regalo, porque sí. Es decir ... porque es mi no-cumpleaños, que no en vano estamos en el país de las maravillas. La dádiva ha sido un libro. Su título: “Cuentos para regalar a personas soñadoras”. Su autor: Enrique Mariscal. Me ha hecho gracia no sólo por la “intención” (¿tanto se me verá el plumero?) sino porque una hermana me regaló, hace ya bastante tiempo, otro de lo que supongo debe ser una colección del autor. Aquel fue “Cuentos para regalar a las personas que más quiero”.

Ha sido un rato verdaderamente agradable. Gracias Cris, gracias Rocío, Gracias Andrés. Por vuestra presencia y por el regalo. Me habéis hecho sentir muy bien, incluso requetebien.

Por ese “cúmulo de granitos” que hay en las distintas playas, por quienes los depositan y por algunas cosas más, nunca dejaré de mirar a ese horizonte del que hablé hace unos días, el que está mar adentro. O el que se encuentre en el rayar último de un desierto. Sospecho que moriré descalza, pisando la arena ... buscándola ... allí, donde cielo y mar, o tierra y cielo se unen, hasta mi último aliento. O dicho de otro modo, que resulta paradójico a tenor de lo que he escrito unas líneas atrás: moriré con las botas puestas.

Y quién sabe ... quizás, a fuerza de mirar para verla, acabe encontrándola, dándome de bruces con ella, la utopía. ¿Qué haría entonces? Hummmmmmm, tal vez me viviría como Escarlata O’hara con un ... "ya lo pensaré mañana", añadiendo a continuación: ahora sólo me dedicaré a contemplarte embelesada pues larga fue la espera.

Dejo un pasaje del libro, hojeado ligeramente, así como la cita que da pie al capítulo que la incluye llamado: “Hay una luz que no se apaga nunca”

“Es a mí mismo a quien corrijo al retocar mis obras.”

(W.B. Yeats)

El rey Piteo, de Trezana, le dijo un día al joven Teseo: “Escucha, voy a revelarte un misterio. En la adolescencia, como en la senectud, la fuerza que conjura los poderes negativos no es el sacrificio de víctimas expiatorias ni la reacción de los dioses, ni el derramamiento de sangre; ni el consentimiento y la comprensión de todos los hechos de la vida. La apertura de la mente lo es todo. Inaugurar el corazón a las potencialidades del ahora es un benéfico proceso de purificación que aleja las cosas sin importancia. Si esperamos que el polvo no vuelva a cubrirnos, debemos lavarnos eternamente”.
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