lunes, 24 de noviembre de 2008

¿Un mundo raro o unos raros habitantes?

Caminaba hace un par de semanas por una céntrica calle. Lo hacía ensimismada en mi mundo cuando me pareció ver por el rabillo del ojo algo verde, en el escalón de un portal a mi derecha. Seguí dando pasos pero algo ya había interferido en mi abstracción. Unos diez metros más adelante salí por completo de mis pensamientos, cayendo en la cuenta de que por la forma y tamaño aquello parecía la funda de una tarjeta bancaria. Me paré de inmediato, me giré y me dirigí al edificio.
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Mientras regresaba al lugar, rápidamente mi mente pensó varias posibilidades: a ver si en efecto es una tarjeta y se lleva el susto padre quien la haya perdido ... Mira que si la encuentra alguien que vaya usted a saber si podría hacer un uso indebido con tanta picaresca como existe hoy día ...

Tomé aquel plástico y confirmé mi sospecha. Era una funda que no estaba vacía sino que contenía una tarjeta. La giré y vi que la titular era una mujer. Llamé a una casa al azar en el portero automático y pedí a quien me atendió que por favor abriera, que pretendía dejar en el buzón de su propietaria algo que acababa de encontrar con su nombre y que se le debió caer al salir del portal.

¡Maaaaacccccccccccc! (intento de onomatopeya de que la puerta se abriría si empujase justo en ese momento).

Busqué a María tal tal en todos los buzones, que eran unos cuantos-bastantes, sin éxito. Como quiera que en el edificio hay varias oficinas de abogados y consultas médicas pensé que a cualquiera que puntualmente hubiera cruzado aquel umbral se le habría extraviado.

Con el objeto de localizar una oficina próxima de la entidad bancaria en cuestión que indicaba el logotipo de la tarjeta, me ubiqué mentalmente en el punto exacto de la ciudad en el que me hallaba y no tuve que andar demasiado para dar con una. Una vez allí entré, esperé la correspondiente cola y por fin me senté frente a una señora de mediana edad a la que comencé a hablar ... "Verá usted ... iba caminando cuando me he encontrado esta tarjeta y al comprobar que la titular en principio no vive en el edificio donde estaba, he pensado que traerla aquí es lo más adecuado para que la avisen, o hagan lo que resulte conveniente y bla, bla, bla ..."

La cara de la mujer era un poema. A medida que yo hablaba los ojos se le iban abriendo tanto que parecía que estaba presenciando poco menos que una aparición mariana (vaaaaaaale, un poquito exagerado, pero algo parecido). Por fin, tras un silencio, la señora reaccionó saliendo de su estupor y esbozando una inmensa sonrisa de oreja a oreja, sin obviar no un “gracias” sino un “muchííííísimas gracias”. Agregó "no se preocupe, comunicaremos inmediatamente con la titular y bla, bla, bla ..."

Al salir de allí la sorprendida era yo. Para mí fue algo absolutamente normal. Me movió la inercia de la situación sin cuestionarme siquiera que eso, dentro de lo que podía hacer, era lo más correcto. Y sin embargo resulta que, al parecer, regresaba a casa con “mi buena acción del día hecha”. "Muertica" (que decimos por estos lares) me quedé.

Tanto me sacudió el pasmo que el gesto causó en la empleada del banco que pregunté a varias personas estupendas, más o menos cercanas, con las que me relacioné en los siguientes días, cómo hubieran actuado de haber estado en mi piel. Excepto una, el resto ni siquiera se habría dado la vuelta para verificar si se trataba o no de una tarjeta. Y lo que más me asombra es la respuesta que añadían: “pocos hacen eso”. "Remuertica" me requedé.

Me cuesta creerlo. ¿Pocos hacen algo tan nimio? ... ¿Voy a ser de verdad un bicho raro? ¿Tan inmersos estamos en nuestra prisa, en nuestras obligaciones y quehaceres personales que nada más que lo que nos concierne de pleno es lo importante, lo que merece nuestro tiempo? ... ¿Qué nos pasó? ...

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2 comentarios:

  1. Hace cosa de unos meses voy a sacar dinero en un cajero. Aguardo mi turno detrás de una señora. Se va, me acerco al cajero, y me encuentro que se había dejado la tarjeta dentro ¡con el acceso abierto a su cuenta!... todo su dinero ahí, a mi disposición.

    Como te imaginarás, le di a cancelar operación, saqué la tarjeta, fui a buscar a la señora, y perdí mi turno en el cajero.

    Pero es que convertirse de pronto en un ladrón no es tan fácil, ¿no? ¿de verdad que "pocos hacen eso"?

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  2. Pues sí, en ti lo imagino. Pero hay también personillas con “buena pinta” y mejor fama social que harían justo lo contrario. Y quizás ni siquiera sea su “modus operandi” habitual, pero a veces… el ser humano tiene comportamientos de lo más sorpresivos incluso para él mismo; particularmente cuando no se vive “conectado” a la conciencia. Por ejemplo… ¿crees que todo el mundo cuando se cuela “de gratis” un paquete de salchichas en el super le dice a la cajera: “Oye, que no lo has pasado por el lector de barras”. ¿Hablamos en detalle de la “picaresca española”?

    Realmente no creo que los seres humanos podamos determinar siempre cómo actuaríamos o no; especialmente en "situaciones límite". Me viene a la mente un episodio que viví en la cafetería. En la barra había un hombre… sucio, mal vestido y peor oliente, borracho y, claro, desayunando a base de alcohol. En un momento dado escuché un fuerte golpe y miré hacia donde estaba el hombre pues de allí procedía. Cayó hacia atrás con la banqueta y se dio un golpetazo de órdago… Aquello sonó, desde luego, a que se había roto el cráneo como poco. Mi reacción fue inmediata, me acerqué y comprobando que no había perdido el conocimiento intenté levantarle pero no podía sola, pesaba demasiado. Durante un tiempo el resto de clientes permanecía absorto, como alucinados por la escena. Entre tanto con la mirada “pedía” que alguien me echase una mano, pero hasta que no dije alto y rotundo: “¡¿Nadie me va a ayudar?!”... Entonces sí, se acercaron dos o tres varones y casi le levantaron más ellos que yo misma. El hombre no necesitó asistencia sanitaria… tan sólo llevaba una cogorza tremenda.

    ¿Fui una heroína? (¡Superleve en acción! es otra, cosa, eeeehhh)… Rotundamente NO. ¿Fueron los demás unos desalmados? Rotundamente tampoco. Por lo que quiera que sea algo me hizo responder rápidamente ante la situación. Del mismo modo, por lo que quiera que sea, el resto tardó más en reaccionar y necesitó que alguien les sacara de su estado de sorpresa e indicara qué tocaba hacer. Quizás si la escena se repitiera, sería yo la que se quedase más quieta que una estatua y cualquiera de los que permanecieron con la taza en la mano, como si les hubiera tocado el Rey Midas, volaran cual rauda flecha a ayudar al señor.
    Pero que hay “predisposiciones humanas”… también.

    Ante la pregunta “¿Pocos hacen eso?”, en la entrada escribí la respuesta que me dieron. Hay tanta ocupación en uno mismo –por propia personalidad y por el sistema de vida que hemos creado, que embute- que estamos olvidando “mirar al otro”, aún más cuando no pertenece a “nuestra manada”. La cuestión base, creo, es que estamos perdiendo demasiada “humanidad” (que lleva implícita, solidaridad, generosidad, empatía, respeto, etc…) por una mezcla de prisa, egoísmo, desconfianza…

    Están pasando cosas muy raras Víctor. Alumnos que agreden a sus profesores día sí y día también por más que se quiera hacer creer que se trata de "hechos aislados". Padres que golpean a los profesores, o que incitan a que sus hijos peguen a compañeros… ¿Pero qué esperamos si a la juventud se le da todo sin exigirles ya ni siquiera que aprueben unas asignaturas para pasar de curso? En la mayoría de terrenos queremos compensar los esfuerzos excesivos del pasado llevándolo todo al extremo contrario… y no es buena cosa, mariposa.

    No es cierto que eduquemos en “responsabilidad” ofreciendo a niñas un carné joven con descuentos en clínicas ginecológicas para que aborte sin que, además, sus padres tengan conocimiento de ello. Perdemos los papeles… el Norte, creyendo en una supuesta progresía. Es como considerar que “libertad” y “libertinaje” son la misma cosa pero… mejor me callo. ¿Un mundo raro, o no?

    ¡¡¡Agüüüeeeelaaaaa, cállate yaaaaaaa!!!...

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