lunes, 20 de abril de 2009

Partida ... doble

Sebastián y Laura llevaban juntos cincuenta años. Cincuenta años queriéndose, respetándose, cuidándose ... haciendo el camino de la vida unidos para lo bueno, lo malo y lo regular. Contaba su hija que apenas discutieron unas pocas veces y siempre por causa de la progenie, sobre todo en época de edad adolescente. Fueron todo un ejemplo de lo que es una pareja de verdad de la verdadera, que digo yo.

Sebastián dedicó su existencia al trabajo y la familia, que para eso la creó ... para comprometerse con ella. Un hombre humilde. Un buen hombre, eso era. Y como a más de un buen y humilde hombre le sucede, cuando por fin se jubiló y podría descansar de tanta faena disfrutando de algún que otro viaje y demás con su esposa, le llegó inesperadamente una enfermedad degenerativa que le fue consumiendo poco a poco. A partir de entonces, además de ser compañera de ruta, Laura se convirtió en enfermera y esa ha sido la tarea principal que le ha ocupado en la última década. Tarea gozosa hay que señalar y ni la falta de fuerzas que iba imponiendo su propio envejecimiento minó sus ganas ni amoroso empeño.

En la madrugada del domingo Sebastián se fue. Se sabía que en cualquier momento podría ocurrir, pero ese momento ya se había prolongado años de manera que, aunque se aprende a llevar un “ay” a cuestas, uno no acaba de creer que llegará, y además no se encontraba en lo que se llamaría un “achaque” propio de su enfermedad sino en el grado de normalidad que esta le permitía.

Ayer los ojos de Laura mostraban una mirada perdida ... una mirada partida. No hay corazones mitad escribía hace unas noches, somos naranjas completas añadía, pero debo rectificar pues ... más de una persona sentirá que el suyo se quiebra en dos con ciertas despedidas. O quizás estalle en mil pedazos. Sobre todo cuando quien se marcha es el compañero-a de toda una vida y en realidad “le marchan”. Sobre todo ... cuando se trata de la partida final.
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Queda el consuelo de que la muerte se lo llevó sin hacer ruido ... casi de puntillas.
Queda el recordatorio de que hay que aprovechar el presente pues el mañana puede caerse a la mitad ... si es que llega.
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