Esperando a que un semáforo me diera paso, frente a la piscina, en la puerta de las instalaciones, hoy una mujer era recogida por alguien.
Una mujer de unos cincuenta y tantos años a la que llevo varios viendo allí, aunque nunca hemos estado juntas en los vestuarios el tiempo suficiente (o bien salía y yo entraba, o viceversa) que nos permitiera hablar. Y es que, a fuerza de coincidir, se acaba siendo medio “amiguilla” de los usuarios habituales y estableces conversaciones con regularidad.
Por épocas he dejado de verla, pero siempre reaparece. No sé si porque cambia su horario o porque sencillamente deja de ir. Tiene dificultad para caminar y va con una muleta. Deduzco, por sus movimientos, que padece alguna enfermedad del sistema nervioso... ¿degenerativa? Si en efecto así es, parece mantenerse o que su progresión es tan lenta que apenas se percibe… desde fuera. Quizás “esclerosis múltiple”, o similar. Lo que resulta bastante obvio es que su problema de salud no es consecuencia de un trastorno o traumatismo puntual, curable con rehabilitación y el transcurrir del tiempo, pues como antes apunté son ya varios años coincidiendo. Y si en apariencia no está peor… desde luego tampoco mejor.
Donde más la he visto ha sido en la puerta de acceso al complejo deportivo. Siempre iba sola. Y esa imagen me llevaba a pensar en lo duro que ha de ser que estando enfermo, alguien con quien tienes un vínculo afectivo se aleje de ti precisamente por estarlo. Cónyuges, amigos, familiares… eso ocurre: desaparecen. No en todos los casos, afortunadamente. La mayoría de veces pienso que sucede por miedo, por debilidad, por no ser capaces de soportarlo, por… no saber amar. Y para el que se queda… el dolor, indiscutiblemente, ha de doler el doble; por la parte que llega de la propia enfermedad… y por la extra que reporta el abandono, el desprecio.
Hoy sin embargo… alguien la recogía. Un hombre, de su edad. Un hombre que podría ser su hermano, un amigo… pero por como la agarraba, no. Un hombre que, lo digo porque así se percibía, es su compañero de vida… su pareja. Un hombre muy atractivo según los cánones de belleza establecidos y de los que, a priori, ella no goza en su envoltorio; más bien lo contrario según lo esteriotipado. Un hombre que, con esa ventaja externa y con la desventaja de una enfermedad importante de por medio… entre irse y quedarse… parece haber optado por lo segundo. Mi corazón ha sonreído. Algo me dice que tal apreciación no es una “imaginación” de las mías. Así que con el que late esponjado, y casi caminando con el alma de puntillas, he entrado al vestuario y mi mente ha empezado a… “hipervincular”. Bueno, a “hilar”… que me gusta más.
Y ya con la cola y las escamas plateadas puestas, he comenzado a hacer largos y más largos en una piscina en la que sólo nadaba yo (¡mmmmmmmm doble placer!), mientras no dejaba de tararear y cantar esa tonadita que, en la película “Querido intruso”, Danny Aiello, en el papel de Joe, canta a su hija Jan como regalo de bodas…
¿Qué es lo que da la gloria... quedarse... irse?... ¿Cuánto de amor hay en lo uno... cuánto en lo otro? Yo lo tengo claro. ¿Y tú?
Una mujer de unos cincuenta y tantos años a la que llevo varios viendo allí, aunque nunca hemos estado juntas en los vestuarios el tiempo suficiente (o bien salía y yo entraba, o viceversa) que nos permitiera hablar. Y es que, a fuerza de coincidir, se acaba siendo medio “amiguilla” de los usuarios habituales y estableces conversaciones con regularidad.
Por épocas he dejado de verla, pero siempre reaparece. No sé si porque cambia su horario o porque sencillamente deja de ir. Tiene dificultad para caminar y va con una muleta. Deduzco, por sus movimientos, que padece alguna enfermedad del sistema nervioso... ¿degenerativa? Si en efecto así es, parece mantenerse o que su progresión es tan lenta que apenas se percibe… desde fuera. Quizás “esclerosis múltiple”, o similar. Lo que resulta bastante obvio es que su problema de salud no es consecuencia de un trastorno o traumatismo puntual, curable con rehabilitación y el transcurrir del tiempo, pues como antes apunté son ya varios años coincidiendo. Y si en apariencia no está peor… desde luego tampoco mejor.
Donde más la he visto ha sido en la puerta de acceso al complejo deportivo. Siempre iba sola. Y esa imagen me llevaba a pensar en lo duro que ha de ser que estando enfermo, alguien con quien tienes un vínculo afectivo se aleje de ti precisamente por estarlo. Cónyuges, amigos, familiares… eso ocurre: desaparecen. No en todos los casos, afortunadamente. La mayoría de veces pienso que sucede por miedo, por debilidad, por no ser capaces de soportarlo, por… no saber amar. Y para el que se queda… el dolor, indiscutiblemente, ha de doler el doble; por la parte que llega de la propia enfermedad… y por la extra que reporta el abandono, el desprecio.
Hoy sin embargo… alguien la recogía. Un hombre, de su edad. Un hombre que podría ser su hermano, un amigo… pero por como la agarraba, no. Un hombre que, lo digo porque así se percibía, es su compañero de vida… su pareja. Un hombre muy atractivo según los cánones de belleza establecidos y de los que, a priori, ella no goza en su envoltorio; más bien lo contrario según lo esteriotipado. Un hombre que, con esa ventaja externa y con la desventaja de una enfermedad importante de por medio… entre irse y quedarse… parece haber optado por lo segundo. Mi corazón ha sonreído. Algo me dice que tal apreciación no es una “imaginación” de las mías. Así que con el que late esponjado, y casi caminando con el alma de puntillas, he entrado al vestuario y mi mente ha empezado a… “hipervincular”. Bueno, a “hilar”… que me gusta más.
Y ya con la cola y las escamas plateadas puestas, he comenzado a hacer largos y más largos en una piscina en la que sólo nadaba yo (¡mmmmmmmm doble placer!), mientras no dejaba de tararear y cantar esa tonadita que, en la película “Querido intruso”, Danny Aiello, en el papel de Joe, canta a su hija Jan como regalo de bodas…
¿Qué es lo que da la gloria... quedarse... irse?... ¿Cuánto de amor hay en lo uno... cuánto en lo otro? Yo lo tengo claro. ¿Y tú?
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Yo también lo tengo claro. El que se marcha por ese motivo, es un gusano. Y el enfermo, superado su dolor inicial por el abandono, agradecerá haberse librado de un gusano.
ResponderEliminarLos gusanos también son criaturitas del señor. Bastante tristeza la de sólo poder moverse arrastrándose, ¿no? En cambio otras criaturas... tienes alas para volar aaalto, muy aaaltoooo.
ResponderEliminarCreo que tener momentos difíciles en la vida es una suerte, descubres quien está a tu lado realmente... quién en realidad debía irse y quien quedarse, además de que en esos instantes descubres a otras personas que entran en tu vida, con valores profundos, con fuerza... con amor.
ResponderEliminarAnte la dificultad, se ven los corazones desnudos... Y en un mundo de apariencias, eso... eso tiene un gran valor. Es la diferencia entre sentir la vida de verdad o vivir un guión sin emoción...
Por otro lado, te das cuenta que hay una belleza que supera a todas, la que emana del interior de cada uno, que hace tener a cada ser ese "nosequé" único que no depende de la edad.
Sí Sangón... pero si son demasiados momentos difíciles... pueden dejar sin fuerzas. No siempre se cumple aquello que apuntó Nietzsche: "Todo lo que no te mata te hace más fuerte". También ante la dificultad se ven los corazones desnudos. Pero pasa que en el corazón humano hay belleza... y miseria. Es la dualidad... que está por todos laditos.
ResponderEliminarEntiendo, de todas maneras, ese "nosequé" que refieres.
Es cierto lo que dice Sangón, pero es una pena que necesitemos pasar por dificultades para descubrir a quienes nos rodean.
ResponderEliminarTambién es una pena que no descubramos la inmensa fortuna que supone levantarnos sanos todos los días, hasta que nos llega la enfermedad.
Y es una pena, en fin, que la desgracia se cebe con quien no lo merece.
Y sobre todo injusta injusticia. Por eso, y aunque sólo fuera por "equilibrar", me gustaría que mi escepticismo de la entrada de hace unos días... no fuera tan escéptico.
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