Recientemente alguien me informó sobre la existencia de un físico considerado como una de las cien personalidades más importantes del siglo XX: Tim Berners-Lee.
¿Y qué hizo de relevante este señor? Reproduzco lo que se me explicó: inspirándose en el mecanismo del cerebro humano, cuyo pensamiento no es lineal sino que funciona a través de “saltos” entre distintos fragmentos de memoria, con capacidad para relacionar pensamientos y emociones almacenados en estructuras diferentes, generadas en contextos distintos, combinó dos tecnologías ya existentes (el hipertexto y el protocolo de comunicaciones de Internet), creando e impulsando un nuevo modelo de acceso a la información intuitivo e igualitario. Es decir… desarrolló un método eficiente y rápido de intercambio de datos. Y es que Internet no fue lo que es hoy en sus orígenes, como es lógico, y lo que antes de 1990 era un archipiélago de miles de islas inconexas en el que no existían buscadores, ni se podían integrar imágenes y/o textos fácilmente en pantalla (por ende el equivalente a que encontrar la información que interesaba supusiera hallar la proverbial aguja en un pajar), pasó a ser el inmenso mar virtual que en la actualiad podemos cruzar en una dirección u otra en cuestión de segundos, con sólo pulsar un enlace… con sólo un mágico-potágico “clic”.
Adentrarme en la biografía de Berners-Lee me ha permitido darle un nombre técnico a esa capacidad de la que habitualmente hago gala. Y lo que en levelenguaje expreso como “ser hilandera” por naturaleza, ahorita puedo referirlo también como… “ser una hipervinculante”. Del copón además, oigan, detalle este que posiblemente a más de un miembro del respetable no le venga de nuevas, je.
Efectivamente me la paso “hipervinculando”, no ya en esta patria en la que a menudo enlazo a entradas anteriores, por aquello de intentar que se entienda el meollo del asunto que me ocupe, sino porque en la “vida real”, de manera ajena a mi voluntad, continuamente parezco la enana saltarina… ¡boiinggg, boiinggg, boiiingggg! Hoy sin ir más lejos.
Caminaba de regreso a casa por una ancha acera cuya vía anexa se compone de tres carriles. Iba yo abstraída en mis pensamientos cuando en un segundo plano comienzo a oír… algo. Tardo un poco en identificarlo y cuando lo consigo el mensaje obtenido es similar a: “Baiiilaaa morenaaaa, daaaale morenaaa, vámono a fuegote, muéééévelo, suavesssiiiito…”, dicho entre notas musicales. O sea… una clara muestra de ese género conocido como reggaeton. El caso es que el efluvio sonoro no pasa de largo, que sería lo lógico en el caso de que procediese de un vehículo que circulara con normalidad. No obstante, pese a la interrupción, sigo en… “mis cosas”.
Pero el que canta a la morena comienza a hacerlo más fuerte y ya si miro al tiempo que voy reduciendo paulatinamente la marcha de mis pasos, a tenor de lo encontrado: un individuo, de poco más de treinta años, en el interior de un vehículo primo hermano del “coche fantástico” (vamos, un aspirante a Michael Knight), rodando a una velocidad no superior a 3 km/h (avanzando en línea conmigo), con la ventanilla del copiloto completamente bajada, portando gafas de sol a lo metrosexuá, con algo parecido a una sonrisa dibujada en su faz que masculla nosequé entre dientes, y un ligero meneo de cabeza que no mira al frente sino a su derecha… ¿a mí? Al principio escaneo los alrededores buscando otra posible fuente inspiradora… pero no, nadie más hay salvo quien suscribe. Entonces, paro en seco, abro los ojos como platos y mi mente comienza su particular hipervinculación en busca de datos que identifiquen al espécimen con que me he topado por sorpresa. Y en efecto verifico que ante mí se encuentra esa mezcla de latin lover, Rodolfo Valentino, macho ibérico, racial celtíbero, más popularmente conocido como… “Manolo la nuit”…
Y claro, que mi memoria rescatase semejante escena, ha supuesto un inmediato-simultáneo JA-JI-JU-JO-JE-JO-JA-JU… a volumen casi más elevado que el que pedía gasolina por los altavoces del seudoKitt. Lo mejor de lo mejor es que el tipo, pese a que no he tardado en cambiar mi dirección girando y perdiéndole de vista, se ha quedado con una expresión como diciendo: “¡El rey... soy el rey!”.
En fin, damas y caballeros, y yo creyendo que el celtíbero se había extinguido, je, pero ya veo que aún quedan ejemplares. Bueno, para ser justa debo agradecerle al muchacho la sesión de risoterapia que me ha proporcionado… ¡gratis!
¡Ah!... si el conductor hubiera sido Brad Pitt en vez de Pepito Piscinas, mi reacción habría sido igualiiiita, igualiiiita. Y es que hay actitudes que... JA-JI-JU-JE-JO-JA... inevitablemente.
Nota aclaratoria: “Pepito piscinas”.- Dícese del individuo oriundo de Spain, que se dedica a ligar (intentar más bien) con las titis, a ser posible extranjeras. Frecuenta piscinas de todo el país, aunque tampoco hace ascos a la playa. Se caracteriza principalmente por llevar un bonito bañador estampado, marcapaquete. Además se le reconoce por su bello caminar con la barriga cervecera bien metida pa’ dentro, sufriendo el correspondiente efecto secundario de llevar la cabeza roja perdida por la falta de oxígeno al no poder respirar en condiciones.
¿Y qué hizo de relevante este señor? Reproduzco lo que se me explicó: inspirándose en el mecanismo del cerebro humano, cuyo pensamiento no es lineal sino que funciona a través de “saltos” entre distintos fragmentos de memoria, con capacidad para relacionar pensamientos y emociones almacenados en estructuras diferentes, generadas en contextos distintos, combinó dos tecnologías ya existentes (el hipertexto y el protocolo de comunicaciones de Internet), creando e impulsando un nuevo modelo de acceso a la información intuitivo e igualitario. Es decir… desarrolló un método eficiente y rápido de intercambio de datos. Y es que Internet no fue lo que es hoy en sus orígenes, como es lógico, y lo que antes de 1990 era un archipiélago de miles de islas inconexas en el que no existían buscadores, ni se podían integrar imágenes y/o textos fácilmente en pantalla (por ende el equivalente a que encontrar la información que interesaba supusiera hallar la proverbial aguja en un pajar), pasó a ser el inmenso mar virtual que en la actualiad podemos cruzar en una dirección u otra en cuestión de segundos, con sólo pulsar un enlace… con sólo un mágico-potágico “clic”.
Adentrarme en la biografía de Berners-Lee me ha permitido darle un nombre técnico a esa capacidad de la que habitualmente hago gala. Y lo que en levelenguaje expreso como “ser hilandera” por naturaleza, ahorita puedo referirlo también como… “ser una hipervinculante”. Del copón además, oigan, detalle este que posiblemente a más de un miembro del respetable no le venga de nuevas, je.
Efectivamente me la paso “hipervinculando”, no ya en esta patria en la que a menudo enlazo a entradas anteriores, por aquello de intentar que se entienda el meollo del asunto que me ocupe, sino porque en la “vida real”, de manera ajena a mi voluntad, continuamente parezco la enana saltarina… ¡boiinggg, boiinggg, boiiingggg! Hoy sin ir más lejos.
Caminaba de regreso a casa por una ancha acera cuya vía anexa se compone de tres carriles. Iba yo abstraída en mis pensamientos cuando en un segundo plano comienzo a oír… algo. Tardo un poco en identificarlo y cuando lo consigo el mensaje obtenido es similar a: “Baiiilaaa morenaaaa, daaaale morenaaa, vámono a fuegote, muéééévelo, suavesssiiiito…”, dicho entre notas musicales. O sea… una clara muestra de ese género conocido como reggaeton. El caso es que el efluvio sonoro no pasa de largo, que sería lo lógico en el caso de que procediese de un vehículo que circulara con normalidad. No obstante, pese a la interrupción, sigo en… “mis cosas”.
Pero el que canta a la morena comienza a hacerlo más fuerte y ya si miro al tiempo que voy reduciendo paulatinamente la marcha de mis pasos, a tenor de lo encontrado: un individuo, de poco más de treinta años, en el interior de un vehículo primo hermano del “coche fantástico” (vamos, un aspirante a Michael Knight), rodando a una velocidad no superior a 3 km/h (avanzando en línea conmigo), con la ventanilla del copiloto completamente bajada, portando gafas de sol a lo metrosexuá, con algo parecido a una sonrisa dibujada en su faz que masculla nosequé entre dientes, y un ligero meneo de cabeza que no mira al frente sino a su derecha… ¿a mí? Al principio escaneo los alrededores buscando otra posible fuente inspiradora… pero no, nadie más hay salvo quien suscribe. Entonces, paro en seco, abro los ojos como platos y mi mente comienza su particular hipervinculación en busca de datos que identifiquen al espécimen con que me he topado por sorpresa. Y en efecto verifico que ante mí se encuentra esa mezcla de latin lover, Rodolfo Valentino, macho ibérico, racial celtíbero, más popularmente conocido como… “Manolo la nuit”…
Y claro, que mi memoria rescatase semejante escena, ha supuesto un inmediato-simultáneo JA-JI-JU-JO-JE-JO-JA-JU… a volumen casi más elevado que el que pedía gasolina por los altavoces del seudoKitt. Lo mejor de lo mejor es que el tipo, pese a que no he tardado en cambiar mi dirección girando y perdiéndole de vista, se ha quedado con una expresión como diciendo: “¡El rey... soy el rey!”.
En fin, damas y caballeros, y yo creyendo que el celtíbero se había extinguido, je, pero ya veo que aún quedan ejemplares. Bueno, para ser justa debo agradecerle al muchacho la sesión de risoterapia que me ha proporcionado… ¡gratis!
¡Ah!... si el conductor hubiera sido Brad Pitt en vez de Pepito Piscinas, mi reacción habría sido igualiiiita, igualiiiita. Y es que hay actitudes que... JA-JI-JU-JE-JO-JA... inevitablemente.
Nota aclaratoria: “Pepito piscinas”.- Dícese del individuo oriundo de Spain, que se dedica a ligar (intentar más bien) con las titis, a ser posible extranjeras. Frecuenta piscinas de todo el país, aunque tampoco hace ascos a la playa. Se caracteriza principalmente por llevar un bonito bañador estampado, marcapaquete. Además se le reconoce por su bello caminar con la barriga cervecera bien metida pa’ dentro, sufriendo el correspondiente efecto secundario de llevar la cabeza roja perdida por la falta de oxígeno al no poder respirar en condiciones.
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Yo creo, que no se puede ocultar por más tiempo que el eslabón perdido ha llegado hasta nuestros dias... de hecho, y observando lo que ocurre en el planeta me parece que resurge con más fuerza.
ResponderEliminarSangón... JA-JU-JO-JI-JA-JE-JO... qué bueno lo del "eslabón perdido"... ¡¿y qué real?! 8-S
ResponderEliminarjajaja.. esta entrada permite tantos comentarios, que no sé por dónde empezar a meterle mano..
ResponderEliminarOye, pues buen comienzo sería echarnos unas JA, JU, JO, JE, JA, JI... con los beatch boys deportistas... Casi que me dan más risa que los Manolos la nuit . :-D
ResponderEliminarHabrá que preguntarle al de los elásticos qué pasta de dientes utiliza. Así no nos haría falta chaleco reflectante si una noche pinchamos en carretera y tenemos que parar pa' cambiar la rueda :-D