Yo no entiendo casi nada y me muevo torpemente, pero el espacio es hermoso, silencioso, perfecto.
Yo no entiendo casi nada, pero comparto el azul, el amarillo y el viento.
La tarde avanza lentamente, y yo mirando quiero ver. (Eduardo Chillida)
¿Quién dijo que segundas partes nunca fueron buenas? .
La historia, a mi juicio, maravillosa. Claro, made in Isabel Coixet. .
. “Todo, incluso las cosas más insignificantes tenían otro sabor desde que sabía que esa sería la última vez que podía hacerlas para ella. Y de tanto comportarse como un hombre enamorado, volvió a enamorarse.”
Por si alguien desea conocer el nombre de la pieza musical: “A estrada do monte”, de Rodrigo Leao.
Quizás, sólo quizás, ni lo uno, ni lo otro ... sino a mitad de camino.
Imagen de Thierry Ona. A mi amore, J.R, que aún no sabe que lo es y lo será, pues ... le quiero querer. Aunque comienza a comprender que ... "algo" sucede. Así me lo transmite o así lo interpreto, creo que correctamente.
Animo y fuerza a todas las víctimas de la violencia de género, o doméstica. Aunque hoy se conmemore la primera, no hay que olvidar a ancianos, niños, padres, incluso a hombres que también la padecen pero permanecen ocultos.
Caminaba hace un par de semanas por una céntrica calle. Lo hacía ensimismada en mi mundo cuando me pareció ver por el rabillo del ojo algo verde, en el escalón de un portal a mi derecha. Seguí dando pasos pero algo ya había interferido en mi abstracción. Unos diez metros más adelante salí por completo de mis pensamientos, cayendo en la cuenta de que por la forma y tamaño aquello parecía la funda de una tarjeta bancaria. Me paré de inmediato, me giré y me dirigí al edificio.
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Mientras regresaba al lugar, rápidamente mi mente pensó varias posibilidades: a ver si en efecto es una tarjeta y se lleva el susto padre quien la haya perdido ... Mira que si la encuentra alguien que vaya usted a saber si podría hacer un uso indebido con tanta picaresca como existe hoy día ...
Tomé aquel plástico y confirmé mi sospecha. Era una funda que no estaba vacía sino que contenía una tarjeta. La giré y vi que la titular era una mujer. Llamé a una casa al azar en el portero automático y pedí a quien me atendió que por favor abriera, que pretendía dejar en el buzón de su propietaria algo que acababa de encontrar con su nombre y que se le debió caer al salir del portal.
¡Maaaaacccccccccccc! (intento de onomatopeya de que la puerta se abriría si empujase justo en ese momento).
Busqué a María tal tal en todos los buzones, que eran unos cuantos-bastantes, sin éxito. Como quiera que en el edificio hay varias oficinas de abogados y consultas médicas pensé que a cualquiera que puntualmente hubiera cruzado aquel umbral se le habría extraviado.
Con el objeto de localizar una oficina próxima de la entidad bancaria en cuestión que indicaba el logotipo de la tarjeta, me ubiqué mentalmente en el punto exacto de la ciudad en el que me hallaba y no tuve que andar demasiado para dar con una. Una vez allí entré, esperé la correspondiente cola y por fin me senté frente a una señora de mediana edad a la que comencé a hablar ... "Verá usted ... iba caminando cuando me he encontrado esta tarjeta y al comprobar que la titular en principio no vive en el edificio donde estaba, he pensado que traerla aquí es lo más adecuado para que la avisen, o hagan lo que resulte conveniente y bla, bla, bla ..."
La cara de la mujer era un poema. A medida que yo hablaba los ojos se le iban abriendo tanto que parecía que estaba presenciando poco menos que una aparición mariana (vaaaaaaale, un poquito exagerado, pero algo parecido). Por fin, tras un silencio, la señora reaccionó saliendo de su estupor y esbozando una inmensa sonrisa de oreja a oreja, sin obviar no un “gracias” sino un “muchííííísimas gracias”. Agregó "no se preocupe, comunicaremos inmediatamente con la titular y bla, bla, bla ..."
Al salir de allí la sorprendida era yo. Para mí fue algo absolutamente normal. Me movió la inercia de la situación sin cuestionarme siquiera que eso, dentro de lo que podía hacer, era lo más correcto. Y sin embargo resulta que, al parecer, regresaba a casa con “mi buena acción del día hecha”. "Muertica" (que decimos por estos lares) me quedé.
Tanto me sacudió el pasmo que el gesto causó en la empleada del banco que pregunté a varias personas estupendas, más o menos cercanas, con las que me relacioné en los siguientes días, cómo hubieran actuado de haber estado en mi piel. Excepto una, el resto ni siquiera se habría dado la vuelta para verificar si se trataba o no de una tarjeta. Y lo que más me asombra es la respuesta que añadían: “pocos hacen eso”. "Remuertica" me requedé.
Me cuesta creerlo. ¿Pocos hacen algo tan nimio? ... ¿Voy a ser de verdad un bicho raro? ¿Tan inmersos estamos en nuestra prisa, en nuestras obligaciones y quehaceres personales que nada más que lo que nos concierne de pleno es lo importante, lo que merece nuestro tiempo? ... ¿Qué nos pasó? ...
Me he levantado ¡chof!, tan ¡chof! que necesitaba darme un homenaje con urgencia. He decidido que sería de los que interviene el vil metal. Concretamente esos zapatos buenos, bonitos y baratos que había visto. Pero ha surgido la dicotomía: - ¿Los necesitas? (verdaderamente): no. - ¿Te los mereces?: sí, rotundamente.
Casi convencida de lo segundo resurge la dicotomía: - La parte que clama por un consumo responsable me toca la moral: “Ya tienes pares de más, en cambio montones de personas en el planeta se fabrican zapatos con botellas de plástico aplastadas y trozos de cuerda”. “¡Jo, déjame en paz!, le replico. ¿Qué te he hecho yo para que me des semejante cantinela después de cómo me desperté?”. - La parte que insta a que –dadas las circunstancias económicas del país y mundo mundial- precisamente sea responsable comprándolos, ya que hay que reactivar el consumo, según entendidos en materia.
Decidido ... ¡a por ellos! Y se me ocurre, a mí, que no piso apenas el mar en julio y agosto por huir de las marabuntas humanas, plantarme a mitad de mañana en un centro comercial nada más y nada menos que un sábado. Por cierto ... hay crisis, sí, pero las tiendas están llenitas, no diré hasta la bandera pero con notable afluencia de público.
En mi caso no hay problema. La operación denominada: "cómo comprar unos zapatos en un centro comercial repleto de gente sin morir en el intento" se solventará en un santiamén. O casi. Están localizados desde la primera vez que los vi, aunque en otro color, por lo que decido probarme ese tono mientras pido rápidamente el otro pie. Ya con los dos puestos camino un poco ... Me sientan como un ¿guante?, bueno, como un calcetín para ser exacta. Encima son supercómodos y pensándolo mejor sí que me vienen bien, aunque no los necesite ... perentoriamente. Venga, a pagar.
Me sitúo estratégicamente, junto a la caja, esperando que me suban otro par del color que realmente deseo. Tengo enfrente a la única dependienta que está en el mostrador. Y la observo, y la vuelvo a observar, y la sigo observando. Le hago un primer comentario mientras atiende a varias personas al mismo tiempo: - ¡Vaya!, tenéis algo parecido a oberbooking hoy aquí, ¿eh? - Sí, los sábados suelen ser ajetreados, me responde.
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Dejo que siga con lo suyo pero sin quitarle ojo de encima, admirándola. Lo tenía todo perfectamente controlado, cada cliente, su correspondiente calzado a medida que lo iban sacando del almacén, el cobro en efectivo, el vía tarjeta ... la suma de las actividades en definitiva, con un ritmo imparable pero no frenético y lo más sorprendente de todo: con un trato exquisito e incluso sinceramente afable para cada comprador.
Cuando por fin llega mi turno la entretengo más de lo conveniente, pues me resulta imposible reprimirme: - Me vas a perdonar pero no me puedo marchar sin decírtelo ...
La muchacha pone cara de circunstancias.
-Te felicito por ser una excelente profesional en tu rama. Te he estado mirando detenidamente. Tienes todo bajo control, en un día de bullicio como hoy, eres diligente en cada aspecto y además encantadora en el trato con el cliente, que se aprecia natural y no forzado. Eres una gran dependienta sí señorita. Gente como tú es lo que hace falta en los comercios.
La chica, al principio, se ha quedado a cuadros, juraría que hasta asustada, no sabiendo muy bien si pretendía tirarle los tejos o si aquello se trataba de una cámara oculta. Por fin ha reaccionado y sencillamente ha comprendido que yo era, tan sólo, alguien que ha valorado en voz alta su buen hacer en el desempeño de su trabajo. Se lo merecía.
Me gusta hacerlo. Hay que celebrarle a la gente lo que tiene de bueno, lo que hace bien. Sé que no es muy habitual –no por falta de ganas la mayoría de veces, estoy segura de que la “vergüenza” es lo que frena a más de uno(a)- hacerlo con desconocidos, pero yo me corto poco en ese sentido.
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También suelo decir lo que no me gusta e incluso lo que disgusta a la gente cercana. Aquí, naturalmente, valorando si será más perjudicial la palabra, o si conviene el silencio, pues tampoco se trata de ir haciendo daño. Y en lo que atañe a servicios y similares si he de decir algo lo hago, pero creo que lo más rápido y efectivo es pedir la hoja de reclamaciones, que tengo ya una destreza pa’ rellenarlas ... En realidad las llevo de casa, bien redactaditas desde el ordenador, por aquello de facilitarme la tarea, y las adjuntan al impreso oficial que me devuelven debidamente sellado.
Resulta extraño. Al menor gesto de agresividad (real o imaginario) saltamos de inmediato como pulgas para ... defendernos. En cambio dudamos de las palabras amables hasta el punto de que nos dejan paralizados inicialmente. Pareciera que son las verdaderamente amenazantes. ¿Será que no estamos acostumbrados a ellas, o sencillamente que vivimos en ... un mundo raro?
Hay gente de mi entorno que me ha llegado a catalogar como “idealista”. Probablemente no anden desencaminados con la etiqueta que me adjudican. Es más, en varios aspectos, si no muchos, dan de pleno en la diana. Sigo creyendo que ... “otro mundo es posible”, pese a ... pesares varios; al menos el pequeño mundo de nuestro alrededor. Que si lo sumásemos a otro, y a otro más, y a otro ... quién sabe cuál sería su tamaño y alcance. Pero cualquier cambio da trabajo, porque nada es gratuito. Ese, creo, es uno de los grandes problemas de la sociedad actual: fundamentalmente se rige por la ley del mínimo –o inexistente- esfuerzo, estando muy insertada y hasta puede que ya echando raíces, para anclarse con fuerza.
Sin embargo, por ejemplo, granito a granito ... existen kilómetros de playa. Por tanto, siempre que tenga alguno en mi mano, lo arrojaré con delicadeza para que aumente la longitud del litoral.
Algunas de esas personas de mi entorno han estado en casa hoy, tomando café. Yo infusión ... que soy una hierbas. Qué le voy a hacer, el aroma del café me encanta pero su sabor ... como que no. ¡Viva el té! ... y primos hermanos. Me trajeron un regalo, porque sí. Es decir ... porque es mi no-cumpleaños, que no en vano estamos en el país de las maravillas. La dádiva ha sido un libro. Su título: “Cuentos para regalar a personas soñadoras”. Su autor: Enrique Mariscal. Me ha hecho gracia no sólo por la “intención” (¿tanto se me verá el plumero?) sino porque una hermana me regaló, hace ya bastante tiempo, otro de lo que supongo debe ser una colección del autor. Aquel fue “Cuentos para regalar a las personas que más quiero”.
Ha sido un rato verdaderamente agradable. Gracias Cris, gracias Rocío, Gracias Andrés. Por vuestra presencia y por el regalo. Me habéis hecho sentir muy bien, incluso requetebien.
Por ese “cúmulo de granitos” que hay en las distintas playas, por quienes los depositan y por algunas cosas más, nunca dejaré de mirar a ese horizonte del que hablé hace unos días, el que está mar adentro. O el que se encuentre en el rayar último de un desierto. Sospecho que moriré descalza, pisando la arena ... buscándola ... allí, donde cielo y mar, o tierra y cielo se unen, hasta mi último aliento. O dicho de otro modo, que resulta paradójico a tenor de lo que he escrito unas líneas atrás: moriré con las botas puestas.
Y quién sabe ... quizás, a fuerza de mirar para verla, acabe encontrándola, dándome de bruces con ella, la utopía. ¿Qué haría entonces? Hummmmmmm, tal vez me viviría como Escarlata O’hara con un ... "ya lo pensaré mañana", añadiendo a continuación: ahora sólo me dedicaré a contemplarte embelesada pues larga fue la espera.
Dejo un pasaje del libro, hojeado ligeramente, así como la cita que da pie al capítulo que la incluye llamado: “Hay una luz que no se apaga nunca”
“Es a mí mismo a quien corrijo al retocar mis obras.”
(W.B. Yeats)
El rey Piteo, de Trezana, le dijo un día al joven Teseo: “Escucha, voy a revelarte un misterio. En la adolescencia, como en la senectud, la fuerza que conjura los poderes negativos no es el sacrificio de víctimas expiatorias ni la reacción de los dioses, ni el derramamiento de sangre; ni el consentimiento y la comprensión de todos los hechos de la vida. La apertura de la mente lo es todo. Inaugurar el corazón a las potencialidades del ahora es un benéfico proceso de purificación que aleja las cosas sin importancia. Si esperamos que el polvo no vuelva a cubrirnos, debemos lavarnos eternamente”. .
Aquí, en esta patria de maravillas, no gustamos de días que tuvimos a bien –o no tanto- bautizar como "días San corte inglés”. Claro que tampoco consideramos que deban disgustar al resto. Cuestión de libertad de elección.
En cambio pensamos, con densidad, que algunos días deberían ocupar todos los que conforman el año. Hoy, día internacional de la infancia, esa que debiera ser siempre, y en todo lugar y época, sagrada en su máxima y mínima expresión ... es uno de ellos. Desde el más alto respeto, va por esos locos bajitos ...
Que la vida os bendiga, pequeños, a todos, en la medida de lo posible.
Pd. Olvidé incluir en el vídeo la BSO: “Love me tender”, en la dulce voz de Caetano Veloso. .
No sólo crea belleza el que pinta, el que canta, el que baila, el que interpreta un personaje, el que diseña un edificio, el que escribe, el que fotografía, el que rueda una película, el que esculpe, el que toca un instrumento...
Y vinimos al mundo a eso: a ver la belleza... a crearla... a cocrearla... a admirarla... a desearla... a compartirla... e incluso si es preciso... a reinventarla.
Este mediodía fui a un centro comercial; es decir, a un templo de consumo. Compré unas medias verdes que las quiero verdes (me encantan las de colorines) y luego me dirigí al supermercado que hay allí a por un artículo concreto que según un catálogo era bueno, bonito y barato (y práctico, sobre todo).
Antes de entrar, al ir a coger la bolsita de rigor para meter la que llevaba de otro establecimiento y sellarla, un hombre aproximadamente de mi quinta ha llegado a mi par. O para ser exacta él ha llegado a la mesa antes. Quedaba una sola bolsa, que no sólo me ha cedido sino que incluso ha hecho la maniobra completa con la puñetera máquina que raro es que funcione y me la ha entregado lista... para revista. Todo un caballero sí y confieso agradecer, sobremanera, esta clase de gestos desgraciadamente en vías de extinción. Pero hete aquí que he mirado abajo y ¡oh sorpresa!, quedaba otra bolsa más. ¡Qué bien, el universo es justo después de todo! De modo que cada cual tan contento ha entrado al super con sus bolsitas convenientemente precintadas, por aquello de evitar que nos diera por el hurto y/o robo según la política del comercio en cuestión.
El caballero fue por su lado, yo por el mío. Apenas tardé y justo cuando me marchaba me lo topo, se para y me suelta un: "Qué pelo tan bonito tienes". Mi mente, ducha en según qué materias a base de experiencia acumulada, s-o-b-r-e . t-o-d-o .e-n .l-o-s .s-u-p-e-r-m-e-r-c-a-d-o-s, rápidamente se divide en dos:
Una mitad exclamaba: "¡Alerta, alerta... cuando un desconocido lo que primero que te dice son piropos... peligro, peligro!".
La otra argumentaba, con serenidad: "Bueno, ¿qué tiene de particular que una persona más de las muchas que ya te han dicho, siendo mujeres... mayores menores, niñas, hombres de diferentes edades, hasta profesionales de la peluquería, refiera que tienes una melena rizada que resulta agradable a la vista? Por otra parte... la cabeza de quien te lo ha dicho no tiene un pelo de tonto ni de listo, ya que es calva. Quizás se trate de pura nostalgia, o hasta envidia si me apuras. Eso sí, era una considerable atractiva calva, así como la completud de su portador".
Tras mi educado: “Gracias y mira, precisamente he venido en busca de un secador que cumple la regla de la triple B”, él añade: “¡Qué envidia me das!”. A lo que respondo: “Te comprendo... (entre otras cosas porque lo acabo de pensar... claro que esto no se lo he dicho)”. Debe ser una faena pero una vez superada la pérdida... tiene enormes ventajas, como por ejemplo ahorro en champús y peluquería. Aunque también desventajas como pasar más frío pero eso se arregla con un gorro. Bueno, pues adiós".
. El.- ¡Espera!, ejem, hummmm... quizás no lo creas... ejem... no suelo hacer esto perooooo... ¿te puedo invitar a un café?
. Ella (o sea yo).- Me quedo mirando. Miro y remiro a ver si veo. Insisto en mirar escrutándole y concluyo que me inspira confianza e incluso agrada a priori. ¿Por qué no? (me digo y le digo). Pero esa invitación ha de llevarse a la práctica ahora. No obstante le he propuesto acompañarle previamente a hacer su compra pero ha renunciado y la ha pospuesto pues no era urgente, según sus palabras.
Dada la hora ha sugerido una cerveza que en esta ciudad lleva tapa anexa, que además es una de las cosas que da fama a la tierra. En cambio yo he pedido mosto pues no tenía el cuerpo para alcohol y lo mío, en cualquier caso, es un buen tinto puestos a... “ir de cañas”.
Ha sido un tiempo compartido muy grato, para ambos. Hemos tenido una larga y agradable conversación. Con toda naturalidad. Hablando incluso de temas que a veces no se tratan con los conocidos más cercanos. Era un poco extraño... como si fuésemos amigos pero que en realidad nunca lo han sido. Diría... que ha sido una charla densamente distendida a la par que leve, por la que los dos nos hemos sentido agradecidos habiéndolo referido incluso literalmente.
Es lo que tiene la vida, que inesperadamente te pasan pequeñas cosas agradables, que te enriquecen o simplemente te hacen sentir bien y con eso basta.
He regresado a casa contenta, con un número de teléfono en mi agenda que posiblemente nunca marque, pero que quien me lo ha dado precisamente lo ha hecho con la condición de... “sin ninguna clase de compromiso”.
Y me da por pensar que quizás suceda, un poco, extrañamente, como decía Richard Bach: “Tus amigos te conocerán mejor en el primer minuto del encuentro que tus relaciones ocasionales en mil años”. O no.
También he vuelto a mi hogar dulce hogar con la, ya sí, plena convicción de que la que suscribe... desprende alguna feromona específica en los supermercados. De lo contrario... ¡me lo expliquen!
no debiera haber sido ni madrugada, ni mañana, ni tarde, ni noche.
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Ni cantar, ni silbar, ni tararear me sirvió. ¡Mudita me quedé con el sonido ahogado en la garganta!
Rectifico. Hoy ... ayer fue unos de esos días que deben existir pues son los que en realidad me permiten saborear mayúsculamente -aunque paradójicamente a través de lo minúsculo- todas las madrugadas, mañanas, tardes y noches restantes.
Pd. Juraría que una de las luces prendidas que aparecen en la imagen es la de casa. ¡Claro ... estoy desvelada!
Pensaba dedicarme a algunas cosas "prácticas" esta mañana que finalmente no llevé a cabo. Por eso no hago generalmente planes. Soy de las que opina que hay que esperar y ver... “qué tal día amanece”. Y no me estoy refiriendo especificamente a la cuestión climatológica.
Sin embargo hoy el anticiclón externo sí ha sido lo relevante... lo que ha hecho que el cielo se presente extremadamente despejado. Al mismo tiempo, Eolo ha decidido tomárselo con calma en esta jornada por lo que se presentaba prometedora a simple vista. O mejor dicho... a simple brisa. La conjunción ha dado lugar a un día con tanta chispa primaveral que no me quedado otra que ponerme la piel de sirena e ir a mi mar. Aunque para ser exactos al de la ciudad, ya que mi cachito de agua salada, con su correspondiente arena, se encuentra a unos kilómetros de la urbe.
Al llegar me he descalzado y he comenzado a caminar por la orilla. He recorrido un largo trecho cuando, juraría que al margen de mi voluntad, de repente me he detenido frente a Don mar. He permanecido, con la mente en blanco, quieta... quizás tan sólo balanceándome suave, sutilmente... de derecha a izquierda a ritmo lento, siguiendo la armonía del susurro marino. Ahí, parada, casi hipnotizada, mirando al horizonte... ¿diez, quince minutos? Y sólo existía eso. Con los zapatos en una mano. Con la mochila aún en los hombros, con mis piernas robando a la orilla su trabajo... rompiendo las olas.
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Rozando la plena quietud, oteando el horizonte con la mente apaciguada... sí rompiendo las olas con mi cuerpo. Y nada más... y TODO eso.
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Una piedra que un paseante ha lanzado al agua delante de mí ha sido lo que me ha sacado de mi abstracción. Entonces he montado el campamento que básicamente ha consistido en estirar una toalla y a mí sobre ella. Primero tumbada sobre un lado, después girando hacia el otro. Y como juego a inventarme vidas he hecho lo propio. A la derecha un hombre y una mujer próximos a los cincuenta, con los que me crucé en mi recorrido por la orilla, hacían algo que al principio identifiqué como tai chi y que me trajo magníficos recuerdos del año en que lo practiqué. Me quedé como quien dice a las puertas de todas las ventajas que ofrece pues la danza oriental se cruzó en mi camino y me atrapó, obligándome a elegir en aquel momento. No obstante es una disciplina que quiero recuperar a la menor oportunidad.
No tardé en observar que no era tai chi por lo que deduje debía tratarse de chi kun o algo con, desde luego, cierto toque oriental pues los movimientos delataban su origen. Ella era la maestra, él el alumno. Por algún comentario que acerté a escuchar saltaba al oído que el uno para la otra era novedad y viceversa; al menos relativa. Jugué a que se gustan y recién comienzan a conocerse, a que se encuentran en el albor de su ir acercándose. Y que se agradan cada vez más en ese buscarse para encontrarse. Al menos la energía que les envolvía así me lo transmitía... aparentemente. Forman una linda y madura pareja. Ojalá que les vaya bonito... si es que en esas andan sus deseos e intenciones y mi “desbordante imaginación” no estaba elaborando un guión de cine.
También les he emulado a la hora de mover el cuerpo con una serie ejercicios que realizo cada día (noche en realidad), aunque no en un medio como la arena, y he estirado casi la totalidad de mis músculos hasta donde dan, que es mucho.
Y sobre todo, sobre todo, he dado gracias a la vida por la inmensidad de los pequeños regalos recibidos en el día de hoy.
Ahora, desde este momento nocturno en que la lucidez se sosiega, sé por qué miraba al horizonte sin recorrer su extensa línea. Mis ojos se fijaban siempre en el mismo lugar. La buscaba... ¿sería que quizás creí vislumbrarla justo en ese punto?
“Ella está en el horizonte. Me acerco dos pasos, ella se aleja dos pasos. Camino diez pasos y el horizonte se corre diez pasos más allá. Por mucho que yo camine, nunca la alcanzaré. ¿Para qué sirve entonces la utopía? Para eso sirve: para caminar. “
(Eduardo Galeano)
Pd. Jose sin tilde, tenías razón. La temperatura del agua ha bajado notablemente, sin embargo para alguien con escamas en la piel y cola cuando se quita las piernas... estaba encantadora, deliciosamente fría.
Creo que fue Fernando Savater quien apuntó que ... "un optimista es un pesimista con visión de futuro". Dicho esto, aporto una de mis “terapias” para conseguir vivirme en ese estado ... a pesar de los pesares varios que conlleva el estar vivita y coleando.
Dedicado especialmente a "Elemento", ahí queda eso ...
Debo añadir que lo que más hago es tararaear y silbar, aunque también canto. Y a veces, incluso encanto ... una pizca.
En mi país de maravillas las hay por doquier pues ... ¡son mágicas! Aquí, en la ciudad en que vivo, en cambio es difícil ver estatuas humanas. Y cuando las hay su presencia representa para mí todo un acontecimiento porque parte de mi verdadera patria, esta en la que me dejo ir escribiendo, sale a las calles que real ... que físicamente pisan mis pies.
Mitad humanos, mitad piedra ... son seres que me fascinan. Y les admiro; por su paciencia, por su resistencia, por su estoicismo, por su capacidad de reto al parpadeo ... . Esta fría tarde volviendo a casa me topé con una. ¡Oh, gratísima sorpresa! La bauticé como el “cowboy galáctico”. Faltaba sólo el caballo para que lo imitase a la perfección.
Me he parado frente a él, he echado la moneda, me ha cogido la mano y me ha besado en la mejilla, loquito de alegría a juzgar por el sonido que emitía una especie de bocinilla que emulaba a su voz para, a continuación, recuperar su intermitente carácter pétreo. Claro que posiblemente yo le aventajara en regocijo, sólo que silbando en mis adentrados adentros. Rejuvenecí ... mmmmmm, unos treinta años como poco.
Hoy creo que pertenezco algo más al universo. ¡Y es que compré un beso de plata! O eso me dijo mi mejilla al mirarme en el espejo una vez en casa. Aún me brilla. Creo que me dejaré el fulgor esta noche. Con un poco de suerte actuará como un faro planetario atrayendo a alguna estrella a mi sueño. . Pero rectifico, no compré ningún beso ... hicimos un trueque, la estatua viviente y yo. . ¡Ah!, no sólo me atraen poderosamente las estatuas humanas. Me gustan toditas todas. De hecho a menudo me hipnotizan ...
Y por cierto, me viene a la memoria otra clase de beso pero ... (continuará). .
. ¿Acaso... QUERER no es poder? Guido estaba convencido de que sí. Sobre todo por amor. .
Por si aún quedan dudas... un poema de José Molina.
"Fundir la esperanza"
Arrancarnos de la pereza y forjar un tiempo dulce de paz, para vivir con armonía del espíritu donde florece el verbo justo. Todo reside en el arco sutil de la voluntad. Querer es poder. Su fuerza... está en las manos y en el corazón, y en la rosa apasionada de la libertad (tan esperada) con la que marcar una página en el viento."