sábado, 6 de febrero de 2010

Hacer lo que hay que hacer

Hace unos años empecé a ver una serie que no acabé. No recuerdo si porque la quitaron por falta de audiencia (suele ocurrir con lo que me interesa de televisión. Lo eliminan sin previo aviso o lo ponen a horas intempestivas), o porque fui yo la que “me quité” en función de mis épocas “on-off” hacia el medio. Básicamente era la historia de una abuela moderna y jovial, escritora de éxito, que pasaba el verano con sus varios hijos y un tropel de nietos de distintas edades en una casa de campo –maravillosa por cierto- sita en la costa catalana. ¿O era en alguna isla balear?

Quien se ocupaba de las tareas de mantenimiento, del cuidado de algunos animales de granja, y de la huerta y el jardín era un señor árabe de cincuenta y tantos años. Salía poco en escena y era parco en palabras pero, de un singular modo y sin darse cuenta, con su sola presencia contribuía a educar a los pequeños que le rondaban continuamente por aquello de que daba de comer a las gallinas, a la burra...

Lógicamente con tanto niño, adolescente y adulto juntos, más de un lío y desencuentro se producía. Recuerdo que uno de los chicos hizo algo que requería se disculpase ante algún miembro de la numerosa familia. Entonces el hombre, que apenas hablaba, se acercó al crío, se agachó poniéndose a su altura, le miró fijamente a los ojos y con la calma y humildad con que solía pronunciarse le dijo: “Hacer lo que hay que hacer”.

Esa frase era una especie de latiguillo en él y prácticamente lo único que se le escuchaba, aliñado si acaso con algunas palabras más. Aquella expresión se me tatuó en la memoria y, aunque la intención de su contenido ya me acompañaba con anterioridad en cada decisión a tomar (con independencia de su envergadura), en adelante lo hizo con la forma exacta de su continente: “Hacer... lo que hay... que hacer”. Y casi siempre que la siento en mi leveinterior... parece que sale de la boca de aquel a quien se la escuché, pronunciándola con su particular acento.

En paralelo, la imagen del hombre hiló con un poema que también vive en mí y que ya se instaló aquí, pero como nunca está de más recordarlo...

“Un hombre que cuida un jardín, como quería Voltaire.
El que agradece que en la tierra haya música.
El que descubre con placer una etimología.
Dos empleados que en un café del Sur juegan un silencioso ajedrez.
El ceramista que premedita un color y una forma.
El tipógrafo que compone bien esta página, que tal vez no le agrada.
Una mujer y un hombre que leen los tercetos finales de cierto canto.
El que acaricia a un animal dormido.
El que justifica o quiere justificar un mal que le han hecho.
El que agradece que en la tierra haya Stevenson.
El que prefiere que los otros tengan razón.
Esas personas, que se ignoran, están salvando el mundo”.
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(“Los justos”, Jorge Luis Borges)

En su sencillez el hombre árabe era, posiblemente, el más sabio de todos los personajes que participaban en aquella serie, representando de algún modo a la “conciencia” humana más sensata. O al menos así lo interpretaba yo. Además, era mi preferido. El también aparece en el poema... pero está en un verso invisible, como tantos otros seres anónimos que sin saberlo consiguen salvar el mundo día a día, noche a noche, madrugada a madrugada... a pesar de...

Tiempo después, coincidiendo con un momento delicado para la que suscribe por cositas-cosazas que suceden en la vida, me llegó de la nada (es decir por arte de magia-potagia) la inscripción de la tumba de Borges, en la que puede leerse algo tan minimalista a la par que inmenso como: “No temas”. Esas dos simples palabras se convirtieron en un flautista de Hamelin que me embrujó. E hipnotizada... fui dejando en algunos lugares "estratégicos" de mi hogar, dulce hogar, la sonriente luz de su mensaje. Desde entonces me resuena, con suavidad, como un mantra ligero que apacigua las aguas de mi ánimo si se revuelven, o las mece delicadamente hasta alcanzar la quietud... no temas, no temas, no temas, no temas, no temas... ¡Me lo pido para el resto de mi existencia!...
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3 comentarios:

  1. Los latinos decían asimismo "age quod agis", que es "haz lo que haces", es decir, con atención. Ambos conceptos, la del personaje árabe y el clásico latino, se complementan.

    Tiempo ha que también tomé la frase de Borges, pero la adapté como sigue: "Haz lo que temas".

    La cultura es universal, pero tú eres particularmente agradable.

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  2. "Haz lo que temas"... interesante su fondo, dependiendo de la interpretación que se haga claro. Vendría a ser el equivalente de un: "Si hay que caer... que sea de lugares bien altos". O sea: que el miedo no frene a la vida.

    ¡Ops... lo que me ha dicho Amkiel al final! ;-)


    Víctor... así no se me olvida ningún día porque, por más leve que una sea... ¡hay que salir por la puerta! Otro punto estratégico es un azulejo a la verita del espejo del baño... otro más en la puerta del frigorífico... en la del armario... En fin, en lugarcillos varios que capten mi visión ineludiblemente.

    Esteeee... aunque ahora que lo pienso, igual lo comentas porque en función de quien toque al timbre, debo o no debo temer al asomarme a la mirilla, je-je.

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