Las cosas no son siempre lo que parecen. Tampoco las personas, ni las entradas de los blogs. Por lo menos de este, nada extraño considerando que estamos en el país de las maravillas (mundo al revés por antonomasia) y que quien suscribe es poco o nada ortodoxa a la hora de expresarse; e incluso de experimentar previamente lo que expresa.
La publicación de hace unas noches quizás hiciese pensar al respetable que se me había roto el corazón. O peor aún: que me lo habían roto. Las que le siguieron ayudaban a continuar en la misma línea de pensamiento. Y sí… pero no. Esa entrada fue la consecuencia de algo que leí en el periódico, en la mañana. Resultaba imposible no detenerse en aquel espacio del diario. Se veía la fotografía de una niña preciosa, de ocho años, que acababa de fallecer y le acompañaba una emotiva carta, escrita por algún familiar supuse, que fundamentalmente celebraba el tiempo compartido con la criatura y todas las cosas bellas que la pequeña, en su inocente ser y estar, les había enseñado y regalado. Con obvia distancia emocional, sentí esa gratitud y alegría en paralelo, pero al mismo tiempo también el difícil camino de dolor que sus padres y “vinculantes” debían recorrer en adelante... sanando poco a poco... “puntada a puntada”, si además de sobrevivir aspiraban a vivir.
Y ya con el dedal puesto... un hilo lleva a otra hebra... y a hilvanar de nuevo la aguja…
Sí, más allá del odio... del amor... y de la indiferencia, ni las cosas, ni los sentires, ni las gentes son siempre lo que parecen...
E incluso más acá.
La publicación de hace unas noches quizás hiciese pensar al respetable que se me había roto el corazón. O peor aún: que me lo habían roto. Las que le siguieron ayudaban a continuar en la misma línea de pensamiento. Y sí… pero no. Esa entrada fue la consecuencia de algo que leí en el periódico, en la mañana. Resultaba imposible no detenerse en aquel espacio del diario. Se veía la fotografía de una niña preciosa, de ocho años, que acababa de fallecer y le acompañaba una emotiva carta, escrita por algún familiar supuse, que fundamentalmente celebraba el tiempo compartido con la criatura y todas las cosas bellas que la pequeña, en su inocente ser y estar, les había enseñado y regalado. Con obvia distancia emocional, sentí esa gratitud y alegría en paralelo, pero al mismo tiempo también el difícil camino de dolor que sus padres y “vinculantes” debían recorrer en adelante... sanando poco a poco... “puntada a puntada”, si además de sobrevivir aspiraban a vivir.
Y ya con el dedal puesto... un hilo lleva a otra hebra... y a hilvanar de nuevo la aguja…
Sí, más allá del odio... del amor... y de la indiferencia, ni las cosas, ni los sentires, ni las gentes son siempre lo que parecen...
E incluso más acá.
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Pd:
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¡Primero! Pero es que el Whitaker tiene el altar al lado de un palomar, un poquito de por favor, que el hombre es samurái y no puede estar en tó.
ResponderEliminar¡Segunda! Sí, sí, ya me di cuenta... pero se puede ser un samurai "amito de su casa". ¡Digo de su palomar! ;-P
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