miércoles, 6 de agosto de 2008

Contaminados

Al hilo de lo que ayer conté me parece acertado añadir algo que hoy llegó a mí. ¿Casual o causalmente? ... ¡quién sabe!

“El sufrimiento de otras personas activa nuestros cerebros como si ese dolor fuese nuestro. Esa reacción emocional es el fundamento mismo del ser humano.
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Débora no deja de dar vueltas por la sala de espera del hospital. Es la tercera sesión de quimioterapia para su hija y se imagina cómo, una vez más, el frío veneno, aunque necesario, se expande por las venas de Catherine. Tiene la impresión de sentir las náuseas que tiene su hija y los retortijones de estómago. Piensa que daría cualquier cosa por ponerse en lugar de ella.
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Roni mira fijamente la pantalla del televisor. Cien mil refugiados huyen de la guerra que azota el país. Hace días que caminan, casi siempre sin agua ni comida. Llevan maletas atadas con cuerdas al cuerpo. Un hombre con la mirada perdida lleva en los brazos a su hijo muerto. La cámara se detiene en su turbante deshecho, en sus brazos que estrechan inútilmente al pequeño contra su pecho. Roni se levanta del asiento. Es médico y no puede permanecer impasible. Quiere colaborar en lo que sea y le gustaría estar allí. Unos días más tarde, se une a Médicos sin Fronteras.
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Cuando nos vemos sumidos en un estado de sufrimiento, todo nuestro organismo actúa para hacerle frente. Es la famosa reacción "de combate o de huida". Pero, ¿de dónde nos viene este sentimiento que nos hace sufrir a veces en lugar del otro? ¿Este poderoso impulso que nos empuja a hacer lo que sea para aliviarlo, como si fuéramos nosotros quienes estuviéramos sufriendo? En el laboratorio del profesor Frith de imaginería cerebral de la Universidad College en Londres, varias mujeres aceptaron someterse a un escáner con resonancia magnética mientras sus maridos recibían descargas eléctricas. A éstas se les informaba unos segundos antes de que la descarga fuera emitida y además tenían un espejo para ver cómo la mano de sus maridos se contraía por el dolor. En sus caras se podía leer el dolor que sentían al ver sufrir al hombre que amaban.
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Sin embargo, lo que realmente interesó al equipo dirigido por la joven investigadora Tania Singer era lo que ocurría en sus cerebros: las regiones del cerebro emocional que se activaron eran las mismas que lo habrían hecho si ellas hubieran recibido las descargas. El dolor ajeno había pasado a ser el suyo propio. Su cerebro se lo había apropiado. En el caso de estas mujeres conectadas por amor a sus maridos lo que ocurrió fue que la membrana que separa el "mí" del "tú" se había fusionado. "Ya pihi irakema", dicen los indios Yanomamis cuando están enamorados: "Estoy contaminado por ti", es decir, "algo de ti ha entrado en mí y ahora reside en mi interior" He dejado de ser yo solo y tus emociones ahora son también mías.
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Según la filósofa norteamericana Susanne Langer, bajo los efectos del amor la "membrana de la individualidad" se vuelve porosa ... Por su puesto, hay personas que son más sensibles que otros a experimentar esta empatía. La capacidad de las mujeres es generalmente mayor a la de los hombres. Y a su vez, tanto entre las mujeres como entre los hombres se dan marcadas diferencias. Esta reacción automática del cerebro constituye el fundamento mismo de nuestra humanidad, de nuestra capacidad para conectar con los demás. Lo que diferencia a los mamíferos del resto de animales no se limita únicamente a la lactancia materna; también incluiría las regiones del cerebro emocional que son las responsables del lazo afectivo que existe entre padres (principalmente, la madre) y su prole. El córtex cingular (la parte del cerebro que se activa en el caso de las mujeres del experimento) se ha desarrollado para que los gritos de dolor de los pequeños, en caso de separación, le resulten insoportables. Gracias a esto, los vulnerables descendientes de los mamíferos se garantizan el contacto constante con un adulto, vital para su supervivencia.
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Más allá del vínculo de sangre, nuestra capacidad para sentir compasión viene a ser la base en la que se sostiene la vocación del médico, el impulso benévolo de las asociaciones caritativas, así como el deseo que compartimos por vivir en armonía. Constituye también el fundamento mismo de la ética, como sostenía Spinoza, filósofo que tan bien entendió el vínculo existente entre la mente y el cuerpo. Este consideraba el origen de la moral en la capacidad de nuestro cuerpo a la hora de sentir las emociones de los demás: si sufre, yo sufro, luego debo evitar su sufrimiento. En nuestro cerebro está grabado el vínculo que nos une al sufrimiento, como a la felicidad del mundo que nos rodea. El vínculo que nos convierte en seres humanos, individuales y relacionados, sensibles y responsables."
David Servan-Shereiber

2 comentarios:

  1. Hola Leve...

    No descarto que algún día coloque este texto en mi blog.

    Me gusta la visión que aporta sobre el altruismo, la empatía, todo eso que se nos mueve por dentro y mueve a pensar en el otro.
    El texto dice cosas que se sienten muy adentro.

    Gracias por todo lo que me aportas.

    Un empático (y simpático) saludo.

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  2. No hay de que. Es un placer compartir. Especialmente con quien comparte tanto.

    Otro saludo, desde los adentrados adentros.

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