Que recuerde no he sentido especial pasión por las aves más allá de admirar su belleza y privilegio de volar lo cual, naturalmente, me da una envidia que pa’ qué; y para aliviarla... surgió parte de mi levedad, sospecho. De manera que no me he relacionado con animales alados (las libélulas y mari-soplas-posas, o “pájaros del alma” no cuentan ahorita), salvo con un par de gorriones que, a la tierna edad de unos siete años, mi padre nos regaló un domingo que salimos de paseo acabando en una plaza donde los vendían. En cuanto a mi “leveamistad” con Pavarotti es una excepción de la adultez; una novedosa excepción, debo añadir.
Pero volviendo a aquel tiempo... como es lógico al principio de nuestra convivencia los gorrioncillos se convirtieron en mi centro, por aquello de que yo era peque y ellos la novedosa novedad. Después... la “responsabilidad” pasó, como no, a la santa mater quien sí les cantaba (¡que ella sí que lo hacía bien!) a menudo y siempre les dedicó “cariños” vía sonora e incluso táctil. Si acaso, en edad moza, me tocó limpiar la jaula en alguna ocasión por sublevación –e imposición- de mi progenitora, pero poco más que decirles un “buen día”.
Debo confesar que incluso hubo momentos en los que pasé olímpicamente de la pareja, que lo era ya que se trataba de un macho y una hembra a los que “casé”... porque sí. Y tanto pasaba que no soy capaz de acordarme de sus nombres... aunque me resuenan en la lejanía “Pin y Pon” (¿o era “Chip y “Chop”?... No sé si mi memoria juega al despiste). El hecho es que estuvieron con la familia bastantes años. Mínimo una década, pero como he referido con indiferencia de mi parte; cosas de la “rebeldía con causa” ya que coincidió con el periodo adolescente y mis intereses prioritarios eran otros.
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Pero volviendo a aquel tiempo... como es lógico al principio de nuestra convivencia los gorrioncillos se convirtieron en mi centro, por aquello de que yo era peque y ellos la novedosa novedad. Después... la “responsabilidad” pasó, como no, a la santa mater quien sí les cantaba (¡que ella sí que lo hacía bien!) a menudo y siempre les dedicó “cariños” vía sonora e incluso táctil. Si acaso, en edad moza, me tocó limpiar la jaula en alguna ocasión por sublevación –e imposición- de mi progenitora, pero poco más que decirles un “buen día”.
Debo confesar que incluso hubo momentos en los que pasé olímpicamente de la pareja, que lo era ya que se trataba de un macho y una hembra a los que “casé”... porque sí. Y tanto pasaba que no soy capaz de acordarme de sus nombres... aunque me resuenan en la lejanía “Pin y Pon” (¿o era “Chip y “Chop”?... No sé si mi memoria juega al despiste). El hecho es que estuvieron con la familia bastantes años. Mínimo una década, pero como he referido con indiferencia de mi parte; cosas de la “rebeldía con causa” ya que coincidió con el periodo adolescente y mis intereses prioritarios eran otros.
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Hasta que un día... accidentalmente mi hermano dio un golpe a la jaula que colgaba de una pared cayendo esta al suelo y... ¡oh dioses!... a uno de ellos se le partió una patita, falleciendo días después. Y yo... que llevaba años prácticamente ignorándoles, cuando supe la noticia quedé muda, fui a mi habitación y me tumbé en la cama, mirando al techo. Permanecí inmóvil física y emocionalmente no sé cuánto tiempo hasta que noté un “crac” en mi interior. Entonces parte del alma se me volvió líquida y los ojos comenzaron a desbordarla. En silencio lloré, y lloré, y lloré, y lloré... mucho. Y lloré más cuando una semana después su compañera también abandonó la vida. ¿Murió de tristeza? Estoy convencida. Y a raíz de la pérdida, que lo fue, reflexioné por primera vez sobre la “invisibilidad” de ciertos lazos afectivos que tenemos, de los cuales no nos damos cuentas hasta que el “otro hilo” desaparece; porque la muerte lo corta o por cualquier otra razón que nos aleje de él.
Y en lo relatado ha consistido básicamente mi leveornitología. Distintos para mí son los cetáceos, que a esos sí que los llevo en células; supongo que por mis genes sireniles. Sin ir más lejos el fin de semana estuve nadando –literalmente- entre peces de distintos tamaños. No sólo no se asustaban sino que incluso me rodeaban y buscaban contacto físico, lo cual me hace pensar en dos posibilidades:
Prime: me reconocen como una de los suyos y se alegraban de verme, por lo que me hacían cosquillas de puro jolgorio... je.
Segun: estaban hambrientos y creían que yo era una big burguer marina.
Lo cierto es que no sé distinguir si lo que uno de ellos me dio fue un beso intenso o un mordisco ya que por suerte... ¡era de los peques!, pero los había que medían unos 40 cm. Uno de los grandotes, de roca él pero cuyo nombre desconozco, tenía cara de pocos amigos y me pego un susto que pa’ qué; por “cachas” y por gesto agresivo. La verdad... de ese me alejé por si acaso, que tenía una especie de pinchos que parecían espadas con la inscripción en su empuñadura de ¡PELIGRO! (versión breve) o ¡QUE DIOS TE PILLE CONFESA’ SI ME ROZAS! (versión extensa).
Regresando a las avecillas y al motivo de estas líneas... me pasa algo en cierto modo singular. Cuando descubrí a Pavarotti sin “dar vueltas al coco”, es decir como por arte de magia potagia, me vino el nombre de su “raza” y al verificarlo resultó ser, en efecto, un vencejo. Esta mañana, he mirado por la ventana y al ver posarse otra avecilla sobre la copa de un árbol en mi mente se encendía y apagaba, como si de un neón se tratase, un nombre: “tórtola”. He buscado imágenes en google y... ¡bingo! Asimismo el otro día volvía a casa por el parque que hay enfrente y de repente vi unos pajarillos mientras me escuchaba por dentro decir: “no había reparado antes en que hubiera tordos aquí... ¿Tordos... de dónde he sacado yo ese nombre?”. Y como ya voy con la mosca detrás de la oreja, digo con la pluma... abrí la puerta, encendí el ordenador y a golpe de clic-clic... ¡date... igualitos que los que acabo de ver!
Al final tantos “levevuelos” me van a acabar pasando factura. Eso... o que en otra vida fui “pío-pío que yo si he sido”. En cuyo caso la reencarnación sería cierta existiendo niveles de depuración kármica... y si ahora soy humana... ¡progreso adecuadamente! Pues no sé la verdad porque tal como está la especie... Ejem, ejem... no estoy mu’ filantrópica que digamos últimamente. Aunque si puedo elegir prefiero continuar permutando piernas por cola de escamas plateadas, a que los brazos se me llenen de plumas y me crezca un pico. Y es que sin rechazar lo de elevarse hacia el cielo realizando piruetas varias cual nómada del viento... me late que lo mío liga más con profundizar a base de chapoteos y glub, glub, glub... ¡nostalgia de las branquias!, que diría el poeta José Angel Valente.
Claro que la explicación de este “misterio” pasará porque sin querer queriendo nuestro “disco duro” –mismamente cerebro- va almacenando datos sin que uno se percate. Uséase... inconscientemente. Entonces... ¿va a resultar que después de tanto escuchar a mi Pepita Grillo voy a ser una “inconsciente”?... No... si lo estoy arreglando...
Bla, bla, bla... y’astá, no sin antes decir que eso sí... me gusta volar por donde las ventanas siempre están abiertas...
Y en lo relatado ha consistido básicamente mi leveornitología. Distintos para mí son los cetáceos, que a esos sí que los llevo en células; supongo que por mis genes sireniles. Sin ir más lejos el fin de semana estuve nadando –literalmente- entre peces de distintos tamaños. No sólo no se asustaban sino que incluso me rodeaban y buscaban contacto físico, lo cual me hace pensar en dos posibilidades:
Prime: me reconocen como una de los suyos y se alegraban de verme, por lo que me hacían cosquillas de puro jolgorio... je.
Segun: estaban hambrientos y creían que yo era una big burguer marina.
Lo cierto es que no sé distinguir si lo que uno de ellos me dio fue un beso intenso o un mordisco ya que por suerte... ¡era de los peques!, pero los había que medían unos 40 cm. Uno de los grandotes, de roca él pero cuyo nombre desconozco, tenía cara de pocos amigos y me pego un susto que pa’ qué; por “cachas” y por gesto agresivo. La verdad... de ese me alejé por si acaso, que tenía una especie de pinchos que parecían espadas con la inscripción en su empuñadura de ¡PELIGRO! (versión breve) o ¡QUE DIOS TE PILLE CONFESA’ SI ME ROZAS! (versión extensa).
Regresando a las avecillas y al motivo de estas líneas... me pasa algo en cierto modo singular. Cuando descubrí a Pavarotti sin “dar vueltas al coco”, es decir como por arte de magia potagia, me vino el nombre de su “raza” y al verificarlo resultó ser, en efecto, un vencejo. Esta mañana, he mirado por la ventana y al ver posarse otra avecilla sobre la copa de un árbol en mi mente se encendía y apagaba, como si de un neón se tratase, un nombre: “tórtola”. He buscado imágenes en google y... ¡bingo! Asimismo el otro día volvía a casa por el parque que hay enfrente y de repente vi unos pajarillos mientras me escuchaba por dentro decir: “no había reparado antes en que hubiera tordos aquí... ¿Tordos... de dónde he sacado yo ese nombre?”. Y como ya voy con la mosca detrás de la oreja, digo con la pluma... abrí la puerta, encendí el ordenador y a golpe de clic-clic... ¡date... igualitos que los que acabo de ver!
Al final tantos “levevuelos” me van a acabar pasando factura. Eso... o que en otra vida fui “pío-pío que yo si he sido”. En cuyo caso la reencarnación sería cierta existiendo niveles de depuración kármica... y si ahora soy humana... ¡progreso adecuadamente! Pues no sé la verdad porque tal como está la especie... Ejem, ejem... no estoy mu’ filantrópica que digamos últimamente. Aunque si puedo elegir prefiero continuar permutando piernas por cola de escamas plateadas, a que los brazos se me llenen de plumas y me crezca un pico. Y es que sin rechazar lo de elevarse hacia el cielo realizando piruetas varias cual nómada del viento... me late que lo mío liga más con profundizar a base de chapoteos y glub, glub, glub... ¡nostalgia de las branquias!, que diría el poeta José Angel Valente.
Claro que la explicación de este “misterio” pasará porque sin querer queriendo nuestro “disco duro” –mismamente cerebro- va almacenando datos sin que uno se percate. Uséase... inconscientemente. Entonces... ¿va a resultar que después de tanto escuchar a mi Pepita Grillo voy a ser una “inconsciente”?... No... si lo estoy arreglando...
Bla, bla, bla... y’astá, no sin antes decir que eso sí... me gusta volar por donde las ventanas siempre están abiertas...
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Bucear debe ser lo más parecido a volar... lo probé una vez y, una vez superada la preocupacíon propia de quien se encuentra fuera de su medio, lo disfruté mucho. Como era nuevo en el bisnes estuve demasiado pendiente de las gafas, de la bombona, y de no hundirme demasiado, como para disfrutar completamente de la experiencia... pero si consigues olvidarte de toda esa parafernalia, ahí abajo debe ser un lugar magnífico para pensar...
ResponderEliminarSí, pero volar bajo el agua. Yo... aún no he tenido la fortuna más allá de la que dan mis pulmones y hoy día por prudencia y varios sustos debido a mi otrora “intrepidez”... la cercanía a la orilla de escoger este “medio de transporte”.
ResponderEliminarHay algo que siempre me ha fascinado de las películas de buzos. Ese respirar... ese sonido... se convierte para mí en una especie de nana, de “canto” hipnótico que me hace cruzar a otra dimensión.
Viví una sensación de algún modo parecida cuando me adentré en las entrañas de la tierra, 30 metros abajo... Durante unos minutos silencio y oscuridad absolutos. Sólo la respiración y tú... un magnífico lugar para sentir paz y pensar... para pensar por ejemplo qué ocurriría si –en aquel caso- la luz del casco se quedase sin pilas, je. Eso ocurrió cuando alguien del grupo rompió la magia potagia con la referencia al posible desgaste de las baterías. Rápidamente los que nos pusimos las pilas fuimos los humanitos... por si aca...so.
De todas maneras ... envidia me das, ains.
Sólo fue una turistada, íbamos varias personas con un guía, y no bajamos más de 10 metros, así que no tengas mucha envidia... seguro que disfrutas más tus inmersiones a pulmón.
ResponderEliminar¿Sabes qué imagen me ha venido al leer tu segundo párrafo anterior?.. la peli 2001 Una Odisea en el espacio.. es exactamente lo mismo, los dos tipos respirando en la escafandra y de fondo el vals.
Lo de la espeleología debe ser acojonante... imagínate que por ahí abajo descubres un día una caverna enorme, con un lago y hasta una playa.. e iluminada de algún modo (con líquenes fluorescentes o algo así).. pfiuuuuu
Eso sí, haz el favor de cuidarte ..:)
Totalmente de acuerdo con tu referencia a “2001 odisea en el espacio” (menuda peli densa... claro que hay que estar grande para enterarse... la primera vez no entender nada de nada). Creo que estar en el espacio, en el mar, en cuevas... hace que, de algún modo, el alma flote. No sé...
ResponderEliminarEn mi caso sólo he estado dos veces bajo tierra. Fue una experiencia muy interesante hacer de canguro (había que saltar de unas rocas a otras), de serpiente (también arrastrarse por pasadizos en los que una persona gruesa no entraría)... pero creo que aunque de naturaleza “jonda”... me vivo mejor en espacios abiertos o acuáticos y no por fobia a las entrañas de la tierra.
En esas cuevas no había líquenes fluorescentes pero sí paredes de yeso que brillaban especialmente cuando enfocábamos con las linternas de los cascos... Un lugar hermoso, sí señó aunque haberse topado con el lago que mencionas hubiera sido la relait.
Sigo envidiando la “turistada”... ¡al menos os estrenasteis!... ¿Cómo es respirar oxígeno embotellado?... ¿Tiene sabor?... ¿Se “siente” ese aire raro al entrar en los pulmones? Caray... qué preguntona estoy...
Cuídome, cuídome... la intrepidez va quedando en el pasado... aunque no en todo. Hay cosas que sencillamente no se pueden dejar de hacer pues en tal caso no se vive, sólo se sobrevive. Y no estoy por la labor... al menos en lo que de mí dependa.
Al lago subterráneo le tengo en la imaginación desde que leí de niño en un tebeo, o ví en una película (no me acuedo), una adaptación de "Viaje al centro de la Tierra", de Julio Verne.
ResponderEliminarEl aire embotellado no sabe a nada en especial (al menos el de la botella que a mi me pusieron, je). La angustia del principiante radica en no olvidarte de respirar siempre por la boca.. en no toser.. y en mantenerte estable a la profundidad debida. Pero seguro que una vez consigues hacer todo eso mecánicamente, el buceo debe ser muy placentero.. Y si te encuentras una sirena, ya ni te cuento.
Aaaaaaahhh "Viaje al centro de la tierra"... ¡pero qué bien y rebien me lo pasaba leyendo-viendo historias del visionario Julio Verne!
ResponderEliminarOye, avísame cuando vuelvas a probar submarinismo... pa' nadar cerquita y así tendrás garantía de toparte con una sirenita, :-P
Y ahora toca inmersión sirenil, cual Nautilus para honrar al autor mencionado... periscopio abajo... glub, glub, glub...