viernes, 24 de octubre de 2008

Quise ser libre

Al menos en la medida que nuestra propia humanidad y la vida permiten. Desde antaño soy deportista y aunque no fumaba... “como una camionera”, mis ocho-diez cigarrillos diarios no me los quitaba nadie; particularmente si... “salía de marcha” (una expresión sobre la que algún día me extenderé pues me hace una gracia que pa’ qué).

Pero a medida que iban pasando los años fui aumentando el deporte al punto de practicarlo a diario y, del mismo modo, disminuyendo el consumo de tabaco de forma gradual. Verdaderamente el cuerpo nos habla sólo que... o no le prestamos atención, o no entendemos lo que nos quiere decir. El mío era muy claro: "¡Chiquilla, ya está bien!... ¿No te parece suficiente tiempo metiendome-nos insalubre humo y vaya usté’ a saber cuántos tóxicos más?".

Yo nunca me anduve con tonterías o “tiradas de balones fuera”. Una vez tuve bronquitis y el médico me preguntó: "¿Por qué fumas?". Le respondí: "Porque soy estúpida (literalmente)". Pues fumar, al margen de que pueda resultar más o menos ¿placentero?, e independientemente de que una lo haga porque... “fumaaandoooo esperaaaa al hombre que deseaaaaaa (he tenido que cambiar la letra de la coplilla para que pegase)”, lo cierto es que castigar al propio cuerpo es poco inteligente. De hecho es "cero" inteligente. Distinto es que uno tenga el derecho a hacerlo (esto y tantas otras cosas), que indiscutiblemente sí. Sí... siempre y cuando no se jorobe a otros, naturalmente. Y, dicho sea de paso, “la estupidez” pasará factura, que lo hace siempre, más tarde o más temprano, en uno u otro nivel.

Por otra parte debo añadir que era una fumadora muy respetuosa para con el resto. Sólo lo hacía en lugares indicados e incluso en mi hogar, por aquello de ventilarlo a menudo, de ser asidua al incienso y aliada acérrima a los aromas que sugieran limpieza, no soportaba ceniceros si no estaban inmaculados, ni cortinas de color original blanco que parecieran marrones por impregnación de humo. De manera que sólo se notaba que allí vivía una fumadora en el momento en que se fumaba.

Soltada la persianil introducción... un día le dije a mi cuerpo: "Efectivamente tienes toda la razón; ya va siendo hora de que te preste atención en ese particular. Eso sí, me vas a permitir tres al día. El de después de desayunar, el de después de comer y el de después de cenar". Otro de los “trucos” que tiene nuestra mente a la hora de crear y mantener adicciones. Paralelamente da soporte con hábitos, situaciones que las acompañen de manera ineludible, de tal modo que consideremos ¡imposible! lo uno sin lo otro. Cosa que también sabía largo y tendido pero me daba igual, en resumidas cuentas. Quería fumar y punto, asumiendo las consecuencias que se derivaran de ello. Por tanto tampoco se me iba a ocurrir “culpar”, ni mucho menos demandar legalmente, a la tabacalera si enfermaba por hacerlo.

Y ahí estaba yo, aproximadamente mis últimos tres años de fumadora, con los también tres cigarrillos mencionados con anterioridad. Pero una noche, de repente, sin que lo hubiera previsto, comencé a conversar –en voz alta- con el cigarrillo antes de encenderlo. Le hice unas preguntas desafiantes: "¿Tú vas a tener más poder que yo? (con chulería y todo se lo solté). Tú, tan pequeño e insignificante... ¿vas a decidir más por mí que yo misma y alguna que otra neurona que tengo? Tú, ser inerte... ¿vas a esclavizar a mi libertad?". El, pobre, ante mi determinación no se atrevía a soltar... ni mu. "¡Se acabó!", apostillé... "Bye bye, arrivederci, auf wiedhersen, au revoir, adeus, sayonara... no te quiero ya porque lo que pretendo es ser lo más libre posible en esta existencia, en todos los órdenes. Y tú... tú eres un impedimento para ello. ¡Adiós!".

Tan firme fue mi decisión que, tras la semana –de veras que fueron únicamente siete días- en que mis propios pulmones me pedían y hasta exigían todo revoltosos: "¡Dame mi dosis de humo, dame mi dosis de humo!", repitiendo sin cesar (de puro pesados me los imaginaba incluso como los malos de los dibujos de “Erase una vez la vida”), no hubo problema ni dificultad mayor. Es más, en alguna ocasión de reunión amistosa o familiar quise probarme haciendo un par de intentos y es que no me hacía ni chispa de gracia, hasta me molestaba sobremanera de modo que desistí de mi experimento. Y así hasta hoy, que han transcurrido calculo unos seis o siete años... ¿u ocho? No llevo la cuenta, la verdad.

Sin embargo cada quien es cada quien y cada cual es cada cual que cantaría Serrat. En mi caso fue sencillo. Se trató, básicamente, de responderme con absoluta honestidad (que generalmente va de la mano de la madurez) a una pregunta: "¿Quieres o no quieres, TU, esto para tu vida?". Y yo... opté por no quererlo. Opté por romper los barrotes de esa cárcel. Elegí... la libertad.


Dejo una linda tonada que es más de desamor (aunque al fin y al cabo, dejar de fumar... ¿no supone también el abandono de una "relación"?), pero que demuestra que no soy la única pianta que conversa con cigarrillos...


Debo hacer doblete pues no me puedo resistir a la versión de Tito Fernández, menos ranchera ella pero tiene un toque poético absolutamente encantador. Así que a fumarlo toca, aunque sea el último...

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