La mañana amaneció gris. La violenta luz que generalmente preside los días de esta tierra se suaviza por un cielo encapotado y mis ojos agradecen la deferencia de cuando en cuando. Un té humeante me acompaña. Descorro la cortina. Ni una hoja de los árboles del parque se mueve. Quietud. Una aparente calma lo invade todo hasta el punto de que parece que el tiempo se ha detenido. Apenas se escucha algo; resulta extraño considerando que es jornada laboral.
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Rectifico... unos ancianos juegan a la petanca... ¡clac!... ¡clop!... ¡clim!... las bolas se aproximan, se rozan, chocan... ¿se besan? Ellos, en cambio, casi no hablan, concentrados en sus lanzamientos... expectantes. Es... como si se movieran a cámara lenta y a la par se produjera un vacío de sonido. Debe ser la atmósfera que el clima imperante crea en el espacio... o que mis ojos y oídos aminoran el ritmo de todo lo que alcanzan.
Respiro. Vuelvo a respirar. Suena una pieza de Gabriel Yared llamada “The gift”. Algo en mi interior me lleva a buscar en un traductor on line qué significa: “el regalo”. La caja torácica se me expande al confirmar que es justo lo que estoy recibiendo desde que desperté... desde que me asomé a la ventana. Se traduce en una bocanada de paz, alegría... eso que llaman felicidad, que me invade porque sí, por el simple e inmenso hecho de que respiro. Inspirar... espirar... aire dentro... aire fuera. Respiro, otra vez. Más profundo. Mucho más hondo. Lentamente... ¿levemente? Recorro unos cuantos kiloalmómetros (gracias por el “palabro”, Carlota Calvorota) para regresar un poco más... a mí, justo donde quiero permanecer. Y me pregunto... ¿acaso respirar no es la mejor forma de orar?
Utilizando mi dedo corazón como lápiz labial me dibujo una serena y cómplice sonrisa. Decido ser yo quien ahora se hace un regalo: salir a dar un paseo. Quiero verlo todo de cerca. Respirarlo... cerca... cerca... cerca.
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Respiro. Vuelvo a respirar. Suena una pieza de Gabriel Yared llamada “The gift”. Algo en mi interior me lleva a buscar en un traductor on line qué significa: “el regalo”. La caja torácica se me expande al confirmar que es justo lo que estoy recibiendo desde que desperté... desde que me asomé a la ventana. Se traduce en una bocanada de paz, alegría... eso que llaman felicidad, que me invade porque sí, por el simple e inmenso hecho de que respiro. Inspirar... espirar... aire dentro... aire fuera. Respiro, otra vez. Más profundo. Mucho más hondo. Lentamente... ¿levemente? Recorro unos cuantos kiloalmómetros (gracias por el “palabro”, Carlota Calvorota) para regresar un poco más... a mí, justo donde quiero permanecer. Y me pregunto... ¿acaso respirar no es la mejor forma de orar?
Utilizando mi dedo corazón como lápiz labial me dibujo una serena y cómplice sonrisa. Decido ser yo quien ahora se hace un regalo: salir a dar un paseo. Quiero verlo todo de cerca. Respirarlo... cerca... cerca... cerca.
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Es una delicia visitarte,,,
ResponderEliminarUn beso, un besoleve Leve
Krisnamurti decía que meditar es actuar.
ResponderEliminar(Yo no medito ni rezo, pero creo que actúo).
Eduardo Punset dice que la felicidad es la ausencia de miedo.
(Yo tengo miedos y preocupaciones pero no soy infeliz).
¿Que aprecio en tu texto: Bienestar o Felicidad?
El bienestar nos abraza más levemente que la felicidad pero a cambio suele ser más duradero.
Yo me fío más del bienestar.
Carlota ... es otra delicia leer que te resulta delicioso visitar este país. Gracias.
ResponderEliminarTambién un besoleve para ti.
Krisnamurti tiene razón. Pero también no la tiene. Porque a veces el acto idóneo es el que no se lleva a cabo.
ResponderEliminarYo sí medito (aunque a veces me disperso más de lo que desearía). Y rezo, porque respiro. Y actúo. Y espero, si corresponde. Y me dejo arrastrar por la corriente porque en ocasiones toca, y convertirme en salmón resultaría agotador ... cuando no, literalmente, demoledor. La no resistencia (la no actuación), paradójicamente, es lo más resistente en estos casos.
Punset tiene razón. Pero también no la tiene. Porque es un hecho que la ausencia de miedo significa “felicidad”, y al mismo tiempo para la mayoría de los comunes mortales, irrealidad. Pues sentir miedo es humano ... inherentemente humano.
Yo tengo miedos pero no es valiente quien no lo siente sino quien sintiéndolo sigue adelante. Y tengo sólo alguna preocupación porque fundamentalmente me empeño en la tarea de ocuparme, e intento no avanzar el “pre”, que básicamente desgasta energía en vano. Procuro esperar hasta que toque ... el estoque. Será porque aunque tenga cero interés en la fiesta nacional (¿arte? ... va a ser que, para mí, no) soy de las que coge al toro por los cuernos. Bla, bla, bla ... ¡quieta pará ...!
Tengo un poco de “manía” a la palabra felicidad. No sé muy bien la razón. Sé que la sustituyo por “alegría” porque me resulta más auténtica, más equilibrada, más cimiento sólido, más ... más. Sin embargo no considero su abrazo más leve sino todo lo contrario, más fuerte. La felicidad, si acaso, será más ... explosiva, aparente ... pero también más fugaz y frágil por tener una base menor.
¿Un ejemplo ilustrativo?
Felicidad = Castillo de fuego artificiales.
Alegría / Bien-estar = Vela.
Y por eso me pasa como a ti, que me fío más del bien-estar. O de ella, la alegría. Y es probable que en adelante también me refiera a ella con tu modo de llamarla-le. Gracias también por tu aportación, Dark Garden.