Regresaba a casa caminando cuando esa especie de antena interior que me suele avisar de lo inmenso, aunque en apariencia pequeño, comenzó a emitir una señal que requería mi atención. Frente a mí, a lo lejos, una pareja de ancianos se levantaba de un banco. En principio nada fuera de lo común, sin embargo algo me empujaba a mirarles... ¿para verles? ¿O es inventarles? El le ayudaba a ella a ponerse la chaqueta, con dificultad pues huelga añadir que llegada cierta edad la flexibilidad mengua y los achaques, cuando no enfermedades en toda regla, limitan notablemente los movimientos.
A ritmo lento ella llevaba un brazo hacia atrás todo lo que podía mientras él, pacientemente, sostenía la prenda en alto intentando facilitarle la tarea en la medida de lo posible. ¿Yo?... todavía a distancia aminoré la marcha cuando echaban a andar pues uno de mis pasos equivalía a dos suyos, y mi “dispositivo” detectaba en segundo plano algo que me invitaba a... seguirles, literalmente. En consecuencia tuve que frenar el ritmo ya que lo no revelado aún -pero sí presentido- parecía prometedor. De repente se cogieron de la mano. De la mano, no del brazo. No es lo habitual. Es, de hecho, algo extraordinario: una pareja de ancianos, gente otoñal que me gusta más decir, cogida de la mano.
Mi mirada enfocó sus manos, encuadrándolas como si una cámara de vídeo se tratara, comprobando cuan pobladas estaban a estas alturas de arrugas, lunares, manchas... habiendo perdido tersura pero ganado experiencia... ¿también caricias? Y mi imaginación comenzó a... “volar”. O mis ojos del alma a ver. Percibí firmeza a la par que delicadeza en su asirse. Viajé hacia su pasado... a su ruta conjunta. Los visualicé siendo cada miembro del par una vez apoyo... otra el objeto del sostén, según necesidades y fuerzas de que se dispusiera en el momento. En su caminar lento, sus espaldas cargadas con el peso y ligerezas de la vida... sus fracasos, sus éxitos, sus risas, sus lágrimas, su compartir, su caminar juntos... compañera mía, compañero mío... consolidando, paso a paso, ese 1+1 = nosotros. Y lo mejor es que aún se conjugaban en presente de indicativo.
A ritmo lento ella llevaba un brazo hacia atrás todo lo que podía mientras él, pacientemente, sostenía la prenda en alto intentando facilitarle la tarea en la medida de lo posible. ¿Yo?... todavía a distancia aminoré la marcha cuando echaban a andar pues uno de mis pasos equivalía a dos suyos, y mi “dispositivo” detectaba en segundo plano algo que me invitaba a... seguirles, literalmente. En consecuencia tuve que frenar el ritmo ya que lo no revelado aún -pero sí presentido- parecía prometedor. De repente se cogieron de la mano. De la mano, no del brazo. No es lo habitual. Es, de hecho, algo extraordinario: una pareja de ancianos, gente otoñal que me gusta más decir, cogida de la mano.
Mi mirada enfocó sus manos, encuadrándolas como si una cámara de vídeo se tratara, comprobando cuan pobladas estaban a estas alturas de arrugas, lunares, manchas... habiendo perdido tersura pero ganado experiencia... ¿también caricias? Y mi imaginación comenzó a... “volar”. O mis ojos del alma a ver. Percibí firmeza a la par que delicadeza en su asirse. Viajé hacia su pasado... a su ruta conjunta. Los visualicé siendo cada miembro del par una vez apoyo... otra el objeto del sostén, según necesidades y fuerzas de que se dispusiera en el momento. En su caminar lento, sus espaldas cargadas con el peso y ligerezas de la vida... sus fracasos, sus éxitos, sus risas, sus lágrimas, su compartir, su caminar juntos... compañera mía, compañero mío... consolidando, paso a paso, ese 1+1 = nosotros. Y lo mejor es que aún se conjugaban en presente de indicativo.
Cogerse de la mano representaba un gesto extra de complicidad, casi quinceañera, un reflejo de lo que yo entiendo es una pareja de las de verdad... de la verdadera. Era la ternura... ternurándoles, envolviéndoles, acercándoles, iluminándoles.
Y mi emoción... se emocionó, profunda, rotundamente. ¿Por qué será que esta clase de belleza siempre me desborda una lágrima?
Creo que voy a sembrar esa semilla en mi personal terruño de sueños; me ha dado una envidia que pa’ qué.
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