miércoles, 22 de julio de 2009

Claroscuro

Dicen que existen corazones de cristal...


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corazones de mudanza...



corazones de tal o cual manera... Opino que -salvo excepciones aberrantes, que haberlas haylas- en materia de corazón no existe ni el blanco, ni el negro; aunque parezca que sí.
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Centrándome en la mayoría de los comunes mortales... hay corazones que son hielo y fuego a la par. O posiblemente suceda que todo corazón tiene un lado oscuro y -en función de la experiencia, de las oportunidades, de la educación recibida, del rencor acumulado, ¿de los genes?- algunos se refugian más en ese espacio sin luz, o incluso instalan su residencia permanentemente. Pero esos corazones sólo se engañan a sí mismos; aunque puede que también al resto.

Cada latido que se manifestó cálido deja un eco en el alma portadora-receptora que acabará superando a la gelidez más férrea. Y cuando se instalan en la dureza lo hacen por estar enfadados, o asustados, o perdidos, o cansados, o confundidos, o avergonzados, o equivocados, o acobardados, o doloridos, o enorgullecidos altivamente, u olvidadizos... Sólo necesitan tiempo para reconocerse y volver a su ritmo primigenio... a la energía que verdaderamente les gobierna, pues prima en su naturaleza.

Porque, como los “nómadas del viento”, el corazón es un órgano migratorio con una promesa: la promesa del regreso... a su lugar de origen, al hogar.

Eso... o que soy una optimista reiterada, que no aún retirada. Pero como a veces tengo visión de futuro... también pesimista, según Fernando Savater.

Espero, no obstante y por su propio bien, que cada corazón vuelva a casa... más tarde o más temprano.


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