Sucede que hace unas semanas se cubrió la vacante de maestra de “femme fatal” que oferté. He dado varias clases y en la primera ya me mandó deberes: comprarme unos tacones. Aunque decidí que de cuña porque los de aguja los iba a aguantar Rita... la que canta. Excepto cuando me visto de “muhé-muhé” de tanto en tanto, casi siempre voy plana por aquello de la comodidad, si bien no del todo porque me agarraría un dolor en el coxis que pa’ qué. Unos dos cm es lo que suelo llevar en la suela. Claro que... “las salamanquesas” sólo tienen un cm y juraría que son las más cómodas; será por eso que son las “estrella” desde hace varias temporadas (me cuesta una barbarité romper los zapatos... y la ropa... y lo que sea; romper, en definitiva, no es lo mío).
Son rojos-as mis nuevos tacones-sandalias, lo que ayuda a mi transformación pues es un color muy... muy fatal. Me sienta fenomenal además. Por otra parte tenía, desde hace años, ganas de unos zapatos rojos... ¡Espero que no me pase como a la niña protagonista del cuento!, con la que, dicho sea de paso, comparto afición por el baile. O más bien con su diabólico calzado, que es el danzarín.
Sin parecer la hermana postiza de Pau Gasals tiendo a ser altilla considerando la generación a la que pertenezco. A resultas, aunque no son un “andamio”, con las nuevas sandalias casi llego al 1'80; al menos ópticamente porque como mi figura es esbelta pues... Vale, vale, alcanzaré los 1'77-1'78 como mucho en realidad. Pero aún así... ¿soy o no soy una mujer de altura?... ¡ja, lo anuncié en la primera línea!
La profe ha pasado revista y me ha examinado. Calificación tanto en teoría como en práctica ya que me ha obligado a caminar delante de ella: “progreso adecuadamente”. ¡Bien!... y sin apenas estudiar. Esto es pan comido.
Y como quiera que los tacones rojos me hacen sentir de lo más “especial”... me voy a marcar un baile a ritmo “espacial”, porque toca lo que toca, pa’ estar en concordancia y orbitar pelín...
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