Comparto despacho con Milagros, pero yo la llamo “Milagrito”. Es madre de una niña de doce años y de un niño de ocho. El pequeño nació con parálisis cerebral. Como consecuencia tiene una considerable discapacidad que incluye no caminar, ni hablar, entre otras limitaciones y trastornos crónicos. Desde su llegada al mundo se trabaja con él a todos los niveles pues la estimulación es fundamental, pero no sé sabe hasta donde avanzará.
Milagros está criando sola a sus hijos. Es una mujer luchadora, fuerte... mucho; no le ha quedado otra. Fue a ella a quien le escuché en algún día malo: “¡Hoy no puedo con la vida!”, y me gustó la manera de referirlo porque ciertamente no siempre se dispone de la energía necesaria. O mejor dicho, no siempre parece que se pueda, porque la mayor parte de los humanitos de a pie llegadas situaciones difíciles -incluso límite- finalmente achanta con lo que le toque; por puro instinto de supervivencia, supongo. Y a pesar de que recientemente me decía que sentía que ya no era tan alegre, hace gala de un sentido del humor que por lo general le acompaña. Tampoco aquí le queda otra pues si no... apaga y vámonos. O dicho de otro modo... ¡que se pare el mundo que yo me apeo!
Aún así lleva un tiempo emocionalmente regular. Hace unos días me pareció que le asomaba cansancio por la mirada y le pregunté qué tal se encontraba. El hecho de que el crío con frecuencia esté enfermo –con lo que eso significa para una madre-, el que eso provoca que constantemente llegue tarde o falte al trabajo, el que asume la responsabilidad del cuidado de sus hijos sin que el padre la comparta ni le eche una mano siquiera, el que la próxima semana el niño entre en un quirófano y -pese a que la intervención no es de envergadura- no puede evitar el miedo que le provoca la anestesia general, el que económicamente va siempre ajustada, el que no tiene tiempo para darse un respiro personal... el cúmulo de situaciones, en definitiva, la tiene “fatigaíta” en sus adentrados adentros. Y de rebote, también en su exterior.
Ayer bajó a tratar un asunto y se dejó sobre la mesa algo de lo que no se despega: el móvil. Sucede que está acostumbrada a tener que salir zumbando porque al pequeño le da alguna crisis, o se pone malito de repente, o no se sabe-no se contesta. Es así. Como quiera que, después de haber estado ingresado en el hospital un par de veces en menos de un mes, lleva unas semanas que le dan llantinas en las que se le aprecia desesperado y nadie –ni madre ni profesionales de la salud- sabe a qué puede ser debido, miré la pantalla cuando sonó el teléfono, por si era algo urgente relacionado con el chiquillo. En efecto llamaban de su colegio de manera que se lo bajé rapidito.
Tenía unas décimas de fiebre y estaba algo intranquilo, pero aparentemente aguantaría el resto de la mañana en clase. Deduzco pues que llamaron porque es obligación informar a los padres al menor indicio de que cualquier niño no se encuentra bien, máxime si recién ha estado hospitalizado. Una vez supe que no se trataba de una emergencia regresé arriba.
Cuando subió y entró por la puerta se le cerraban los ojos de puro agotamiento... vital. Al mismo tiempo, a mí se me abrían los brazos:
Milagros está criando sola a sus hijos. Es una mujer luchadora, fuerte... mucho; no le ha quedado otra. Fue a ella a quien le escuché en algún día malo: “¡Hoy no puedo con la vida!”, y me gustó la manera de referirlo porque ciertamente no siempre se dispone de la energía necesaria. O mejor dicho, no siempre parece que se pueda, porque la mayor parte de los humanitos de a pie llegadas situaciones difíciles -incluso límite- finalmente achanta con lo que le toque; por puro instinto de supervivencia, supongo. Y a pesar de que recientemente me decía que sentía que ya no era tan alegre, hace gala de un sentido del humor que por lo general le acompaña. Tampoco aquí le queda otra pues si no... apaga y vámonos. O dicho de otro modo... ¡que se pare el mundo que yo me apeo!
Aún así lleva un tiempo emocionalmente regular. Hace unos días me pareció que le asomaba cansancio por la mirada y le pregunté qué tal se encontraba. El hecho de que el crío con frecuencia esté enfermo –con lo que eso significa para una madre-, el que eso provoca que constantemente llegue tarde o falte al trabajo, el que asume la responsabilidad del cuidado de sus hijos sin que el padre la comparta ni le eche una mano siquiera, el que la próxima semana el niño entre en un quirófano y -pese a que la intervención no es de envergadura- no puede evitar el miedo que le provoca la anestesia general, el que económicamente va siempre ajustada, el que no tiene tiempo para darse un respiro personal... el cúmulo de situaciones, en definitiva, la tiene “fatigaíta” en sus adentrados adentros. Y de rebote, también en su exterior.
Ayer bajó a tratar un asunto y se dejó sobre la mesa algo de lo que no se despega: el móvil. Sucede que está acostumbrada a tener que salir zumbando porque al pequeño le da alguna crisis, o se pone malito de repente, o no se sabe-no se contesta. Es así. Como quiera que, después de haber estado ingresado en el hospital un par de veces en menos de un mes, lleva unas semanas que le dan llantinas en las que se le aprecia desesperado y nadie –ni madre ni profesionales de la salud- sabe a qué puede ser debido, miré la pantalla cuando sonó el teléfono, por si era algo urgente relacionado con el chiquillo. En efecto llamaban de su colegio de manera que se lo bajé rapidito.
Tenía unas décimas de fiebre y estaba algo intranquilo, pero aparentemente aguantaría el resto de la mañana en clase. Deduzco pues que llamaron porque es obligación informar a los padres al menor indicio de que cualquier niño no se encuentra bien, máxime si recién ha estado hospitalizado. Una vez supe que no se trataba de una emergencia regresé arriba.
Cuando subió y entró por la puerta se le cerraban los ojos de puro agotamiento... vital. Al mismo tiempo, a mí se me abrían los brazos:
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Leve.- Ven aquí... ven...
Milagrito. No, no... que lloro.
Leve.- Pues llora, que es justo lo que necesitas y aquí puedes.
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A la par que se lo decía ya se estaba acurrucando y apretando... apretando mi espalda en el abrazo, como si clamase en silencio que alguien la sostuviera... como si quisiera volver a ser pequeña por un momento y no enterarse de nada... ¿sentirse protegida... a salvo? Pasado un tiempito se sentó en la silla y yo en su mesa. Le cogí la mano que agarró también fuerte, fuerte... Mientras, le acariciaba con la otra y ella dejaba caer las últimas lagrimillas. Así estuvimos unos minutos, sin hablar... sólo estando, hasta que se fue calmando y recomponiendo.
Leve.- Otros días vendrán Milagrito, otros días vendrán... ya sabes, pero bueno es que ahora alguien te lo recuerde. Yo, por ejemplo.
Leve.- Otros días vendrán Milagrito, otros días vendrán... ya sabes, pero bueno es que ahora alguien te lo recuerde. Yo, por ejemplo.
Milagrito.- Sí, sólo es una mala racha.
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Y volví a mi lugar con, de nuevo y por partida doble en el día, un sentir de gratitud palpitándome en el pecho.
Es curioso... juraría que me siento más cerca de la gente en sus momentos de dolor que en los de alegría. Hay una extraña belleza en ese compartir... como si las diferencias que nos empeñamos en remacar no fueran tales, traduciéndose en un reconocerse como iguales... como si las máscaras de protección que portamos cayeran por tierra y en esa vulnerable transparencia se experimentase unidad... ¿hermandad?
Me parece que quiero cambiar de trabajo. ¿Existirá la profesión de “abrazadora”?... ¿O queda mejor “abrazatriz”? No, no, mejor la primera opción.
Es curioso... juraría que me siento más cerca de la gente en sus momentos de dolor que en los de alegría. Hay una extraña belleza en ese compartir... como si las diferencias que nos empeñamos en remacar no fueran tales, traduciéndose en un reconocerse como iguales... como si las máscaras de protección que portamos cayeran por tierra y en esa vulnerable transparencia se experimentase unidad... ¿hermandad?
Me parece que quiero cambiar de trabajo. ¿Existirá la profesión de “abrazadora”?... ¿O queda mejor “abrazatriz”? No, no, mejor la primera opción.
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Y sigue sin quedar aquí la cosa...
Y sigue sin quedar aquí la cosa...
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Vaya, que duro, su hijo, sola, y la otra nena, que difícil, acogedora mejor que abrazadora ¿no? el gesto siempre, lo llames como quieras y como profesión un delirio. Qué bueno, que te tenga, y qué bueno encontrar a alguien que te ayude a dar lo mejor.
ResponderEliminarA veces, los abrazos quedan pendientes... no acaban de surgir aunque realmente esten ahí preparados... frenados por lo que debe ser "correcto", el lugar, la situación, cuestiones de sexo(hombre, mujer), apariencias...
ResponderEliminarReivindico el abrazo libre... ese que se produce cuando se muestran realmente los corazones (en las penas y en las alegrías). Esos momentos, menos comunes de lo que deberían, en los que como bien dices, Leve, "caen las máscaras" y se encuentras esas esencias verdaderas de cada uno, y que nos hacen sentir tan bien cuando los experimentamos... dices: ¿hermandad?... propongo: ¿amor?.
Pensando en abrazos, recuerdo las últimas navidades, un señor que caminaba por la calle con un gran cartel sobre la cabeza que decía: "Necesito millones de abrazos"... El mensaje continuaba por detrás: "Para darselos a los niños esclavos que hacen regalos para Papá Noel"
Esto me dió que pensar, cuando muchas veces nos preocupamos sin tener una visión más amplia, una visión que nos situara como personas que vivimos en un planeta, un universo... que tal vez, nos haga valorar más algunas pequeñas cosas y minimizar otras que no tienen tanta importancia...
Un abrazo
Sí Carlota, muy duro, como tantas otras vidas anónimas. Milagrito pasa una mala temporada y para mí, desde luego un privilegio poder estar cerca, aunque sea con un mínimo gesto. Me hace sentir más... cómo decir, más persona. Respecto a la denominación de mi futuro oficio, al margen de que sea delirante (de algo ha de servir estar en el país de las maravillas, ¿no?), definitivamente me quedo con “abrazadora”, que me he encaprichao’ con la parole.
ResponderEliminarY ya que es tiempo de ellos... un abrazo.
Sangon... ¿Qué es la hermandad sino el amor con uno de sus vestidos?
ResponderEliminarTotalmente de acuerdo con tu apunte de que muchos abrazos quedan “pendientes” por razones varias. ¡Somos más bobitos a veces...!
Respecto a la actuación del señor del cartel... no sé, no sé yo. Por una parte puede despertar conciencias dormidas de más. Pero por otra... tal vez gente con una sensibilidad comprometida, que intenta mejorar su mundo más inmediato, sienta incluso cierta culpabilidad porque no esté en su manos de forma directa cambiar un sistema en el que... “niños esclavos fabrican regalos para Papa Noel”. Es un asunto espinoso que no tengo claro.
Lo que parece obvio es que aprender a valorar lo que realmente “merece” (alegría y penas) y relativizar no es que sea importante, es fundamental.
Otro abrazo para ti.