Yo no entiendo casi nada y me muevo torpemente, pero el espacio es hermoso, silencioso, perfecto.
Yo no entiendo casi nada, pero comparto el azul, el amarillo y el viento.
La tarde avanza lentamente, y yo mirando quiero ver. (Eduardo Chillida)
Soy experta en que me salgan pretendientes en los supermercados. Bueno, experta, experta... tampoco, pero parece ser que en esa clase de comercios desprendo alguna feromona específica y ya van unos cuantos aspirantes. En cambio en la calle no recuerdo -al menos ahora- que nadie me “asaltara”, literalmente; con "intenciones amatorias", se entiende. Tampoco me han “asaltado” para robarme, afortunadamente, aunque sí por ejemplo para decirme: “Me gusta como vistes”. Pero voy a lo que me ocupa que me enredo...
Sin embargo hoy... volvía a casa, cargada con bolsas en ambas manos, y casi llegando, de repente, de una esquina sale él. Al verle, todo morenazo, con su pelo rizado, semilargo... estilo casual que llaman ahora y que combinaría conmigo perfectamente... asomándole por cada poro ese alma pura que le adivino y parece desbordarle, con una voz que... ¡hummmmm! seduciría a cualquiera, he sabido que era él. Mi EL. E irremediablemente Cupido ha lanzado una flecha cuya diana ha sido el centro exacto de mi corazón.
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EL, nada más verme, se ha acercado y se me ha abrazado a los muslos mientras gritaba todo extasiado: "¡Chiquitita, chiquitaaaaaaa, chiquititaaaaaaaa!".
Lo curioso del cariñoso apelativo con que se me ha dirigido en nuestro primer encuentro es que mi futuro marido debe medir unos... ¿80 centímetros?, y no me llega ni a las caderas. Claro que 3 o 4 añitos no dan para mucho más, como norma general; luego están las excepciones tipo Pau Gasol, por poner un ejemplo. Mis suegros han tenido que separarle porque se ha quedado prendaíto de mí. ¿Sería porque llevaba minifalda? ¡Uy!, igual me sale mujeriego y no me interesa finalmente.
Por otra parte el amor, como es de todos sabido, no tiene edad. De modo que no importa que ahora nos separen y tantos años. Le esperaré, sí, lo haré. Definitivamente es el hombre de mi vida y nada tiene que envidiarle al doble del imaginativo Guido que deseaba apareciera con su... ¡buenos días princesa!
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Aunque ahora que recuerdo... tiene un serio competidor. También otro morenazo que va a la guardería que hay justo debajo de casa y ya me ha lanzado con sus manitas en varias ocasiones besotes de esos que te atrapan casi por los siglos de los siglos, amén, aunque no te una ningún lazo de sangre a la criatura.¡Ñan-ñan!... lo cierto es que me comería a los dos crudos, cocidos, al dente, a la brasa, fritos, en papillote... y demás formas culinarias posibles.
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Para colmo de alegrías al llegar a casa me he enterado de que Jesús Neira ha salido de la U.C.I. (¡bien! ... elevado a la décima potencia como poco) y las primeras palabras que ha dirigido a su esposa han sido: “Te quiero... estás muy guapa... no llores”.
Definitivamente, y al margen de que con frecuencia nuestros ojos estén ciegos y no lo capten, el amor está en el aire...
Y por supuesto aquí ♥ :-)
. Musiquita: "Love is in the air", John Paul Young
Me contó Galeano que en lengua guaraní "ñe'~e" significa "palabra" y también "alma". Y que creen los indios guaraníes que quienes mienten la palabra, o la dilapidan, son traidores del alma.
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Luego si doy mi palabra, me doy.
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Entonces ahí va, pues, tu recompensa Jorge por ofrecerme la pista sobre D. Otoño...
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Lentamente la piscina se aproximó al trampolín (cuatro vasos de cloro le habían evitado el vértigo e infundido valor), se impulsó varias veces sobre su madera flexible, subió al aire y se hundió en el cuerpo del nadador desnudo, que apenas se dio cuenta de aquella presencia cuadrada, líquida y transparente sumergiéndose en sus poros y braceando por su piel hasta llegar al borde del universo.
¡Ya sé! No te fuiste por propia voluntad... ¡te secuestraron!
Cambio climático, si eres el captor... ¡devuélveme de inmediato a mi estación preferidaaaaaaaaaaaaaa!
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Hace al menos un par de años que no veo tus colores, que no huelo tus aromas, que mi piel no percibe el frescor que tu brisa le regalaba... que no te siento en definitiva. Snif, snif... ¡no sabes cuánto, cuantísimo te añoro!
Se ofrece recompensa a quien pueda aportar alguna pista sobre él.
Detesto que lo hagan tan velozmente que deba limarlas cada semana.
Detesto pensar que dejarlas más largas sería una solución para no verme forzada a limarlas con tanta frecuencia.
Detesto la posibilidad de permitir que aumenten su longitud porque igual me daría por pintármelas, con lo cual sería peor el remedio que la enfermedad.
Detesto imaginar que me acabara gustando pintármelas, ya que sería la primera vez que sucediera. ¡Uf pobrecillas!, no podrían respirar.
Detesto que me agradase hacerlo, porque igual de ahí paso a los labios, en los que, de momento, sólo soporto el cacao.
Detesto que, al menos según lo que supone es leyenda, sigan creciendo -¡las muy puñeteras! incluso una vez muertos. Pero total, entonces qué más dará si no me enteraré.
Detesto siquiera referirlo ya que, según mi deseo, una vez llegado el momento de la partida al otro barrio –que espero tarde mucho, muchísimo- me convertirán en cenizas que arrojarán a mi "cala de Dios", o a un arrecife maravilloso de esta zona. No sé, aún está por determinar el lugar exacto pero desde luego mi tumba será agua de mar. Caprichos sireniles.
Detesto, volviendo a la vida que afortunadamente me sigue ocupando, recordar que como a fecha corriente he pasado por alto el refrán aquel que reza: “Nunca dejes para mañana lo que puedas hacer hoy”, me tocará limarlas como mucho en un par de días ... ¡buffff qué pesadez más pesada!
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Detestaría que alguien me recomendase un cortauñas ... se me astillan, con lo cual el trabajo se doblaría.
Detesto escribir sobre algo que, de puro aburrido, resultará posiblemente detestable.
Por eso mejor me voy a la cama, lo cual no es en absoluto detestable sino incluso deseable.
Por fin, tras tiempo de perseguir el proyecto en mente, llegó el momento de ponerlo en marcha inaugurando una pequeña sala de cine en nuestro cabaret...
¡Buenos días a todas las princesas y a todos príncipes del planeta!
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A todos los que aún no encontraron su trono, a los que lo conservan, a los que lo perdieron, a los que lo recuperarán, a los que no podrán recobrarlo pero darán con otro nuevo -y mejor- en el que sentarse a descansar y desde el que reinar sus existencias.
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A los que extraviaron su corona y cetro pero descubrirán que se corre, y se salta, y se pasea y se baila mejor sin un pesado metal sobre la cabeza, manos... y corazón.
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A los que ríen y a los que lloran, a los que lloran riendo y a los que ríen llorando.
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A los que sufrieron fuertes embates, a los que recibieron arañazos, a los que subidos a hombros se les dio una vuelta al ruedo, a los que fueron por encima de todo besados y abrazados.
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A los que pidieron perdón, a los que perdonaron, a los que se perdonaron.
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A los que, a pesar de su escandalosa y por ello perfecta-imperfecta humanidad, saben que como decía la madre Teresa de Calcuta: "no tenemos el deber sino el derecho a la felicidad" (que, supongo reiteraré a estas alturas, prefiero llamar "alegría"). Incluso a los que no lo saben... ¡buenos días!
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Princesas y príncipes... nacimos para la felicidad (alegría), lo demás son pretextos y sí, también algún que otro mayor o menor contratiempo que intentaremos ir resolviendo a medida que hagamos camino.
Buenos días, siempre, a esa vida que es bella y que... continuará siéndolo, en posteriores proyecciones.
aún. Pero mientras doy con los tréboles de cuatro hojas, portadores de buena suerte, dejo especialmente para mis queridas Susana y Esther, el recuerdo de que la vida, pese a todo, siempre es bella.
Y no sólo para ellas, también para todo aquel que se quiera subir al carro ... ¡yo la prime!
o... Es que no me lo puedo "de" creer. A 25 de octubre, con 30 grados de temperatura, sandalias en mis pies, camiseta de tirantes ... y las estanterías de los supermercados llenas ya de surtidos navideños varios. ¡Aaaggg!, se me atraganta hasta la saliva nada más que de pensarlo.
Y por supuesto las estrellitas y adornos similares también cuelgan de puntos estratégicos. Sospecho que inaugurarán su iluminación el día de Halloween, esa moda "tan encantadora" made in U.S.A. Vamos, lo que siempre se ha llamado en España -donde estamos por cierto- el día de todos los santos. Puestos a elegir tendríamos que haber importado la tradición mejicana. Ellos sí que saben ... que se van de parranda a los cementerios y se ponen como el quico; difuntos incluidos.
A este paso, con tanto adelanto en el calendario, se cumplirá lo que suelo decir: acabaremos comiendo los primeros polvorones del año al mismo tiempo que nos rociamos protector solar en pleno agosto. ¿O será julio?
Algún día me explayaré con el tema "campañas" fruto de la mercadotecnia actual. Para mí que ya no queda mes al que no se le haya endosado alguna. Mientras tanto, apuro mi horchata fresquita ... ¡que esta si que . a-p-e-t-e-c-e!
¡Ay!, qué poquito me gustan ciertas cosas, pero tiene que haber una de cal y otra de arena. De nuevo ... c'est la vie.
Al menos en la medida que nuestra propia humanidad y la vida permiten. Desde antaño soy deportista y aunque no fumaba... “como una camionera”, mis ocho-diez cigarrillos diarios no me los quitaba nadie; particularmente si... “salía de marcha” (una expresión sobre la que algún día me extenderé pues me hace una gracia que pa’ qué).
Pero a medida que iban pasando los años fui aumentando el deporte al punto de practicarlo a diario y, del mismo modo, disminuyendo el consumo de tabaco de forma gradual. Verdaderamente el cuerpo nos habla sólo que... o no le prestamos atención, o no entendemos lo que nos quiere decir. El mío era muy claro: "¡Chiquilla, ya está bien!... ¿No te parece suficiente tiempo metiendome-nos insalubre humo y vaya usté’ a saber cuántos tóxicos más?".
Yo nunca me anduve con tonterías o “tiradas de balones fuera”. Una vez tuve bronquitis y el médico me preguntó: "¿Por qué fumas?". Le respondí: "Porque soy estúpida (literalmente)". Pues fumar, al margen de que pueda resultar más o menos ¿placentero?, e independientemente de que una lo haga porque... “fumaaandoooo esperaaaa al hombre que deseaaaaaa (he tenido que cambiar la letra de la coplilla para que pegase)”, lo cierto es que castigar al propio cuerpo es poco inteligente. De hecho es "cero" inteligente. Distinto es que uno tenga el derecho a hacerlo (esto y tantas otras cosas), que indiscutiblemente sí. Sí... siempre y cuando no se jorobe a otros, naturalmente. Y, dicho sea de paso, “la estupidez” pasará factura, que lo hace siempre, más tarde o más temprano, en uno u otro nivel.
Por otra parte debo añadir que era una fumadora muy respetuosa para con el resto. Sólo lo hacía en lugares indicados e incluso en mi hogar, por aquello de ventilarlo a menudo, de ser asidua al incienso y aliada acérrima a los aromas que sugieran limpieza, no soportaba ceniceros si no estaban inmaculados, ni cortinas de color original blanco que parecieran marrones por impregnación de humo. De manera que sólo se notaba que allí vivía una fumadora en el momento en que se fumaba.
Soltada la persianil introducción... un día le dije a mi cuerpo: "Efectivamente tienes toda la razón; ya va siendo hora de que te preste atención en ese particular. Eso sí, me vas a permitir tres al día. El de después de desayunar, el de después de comer y el de después de cenar". Otro de los “trucos” que tiene nuestra mente a la hora de crear y mantener adicciones. Paralelamente da soporte con hábitos, situaciones que las acompañen de manera ineludible, de tal modo que consideremos ¡imposible! lo uno sin lo otro. Cosa que también sabía largo y tendido pero me daba igual, en resumidas cuentas. Quería fumar y punto, asumiendo las consecuencias que se derivaran de ello. Por tanto tampoco se me iba a ocurrir “culpar”, ni mucho menos demandar legalmente, a la tabacalera si enfermaba por hacerlo.
Y ahí estaba yo, aproximadamente mis últimos tres años de fumadora, con los también tres cigarrillos mencionados con anterioridad. Pero una noche, de repente, sin que lo hubiera previsto, comencé a conversar –en voz alta- con el cigarrillo antes de encenderlo. Le hice unas preguntas desafiantes: "¿Tú vas a tener más poder que yo? (con chulería y todo se lo solté). Tú, tan pequeño e insignificante... ¿vas a decidir más por mí que yo misma y alguna que otra neurona que tengo? Tú, ser inerte... ¿vas a esclavizar a mi libertad?". El, pobre, ante mi determinación no se atrevía a soltar... ni mu. "¡Se acabó!", apostillé... "Bye bye, arrivederci, auf wiedhersen, au revoir, adeus, sayonara... no te quiero ya porque lo que pretendo es ser lo más libre posible en esta existencia, en todos los órdenes. Y tú... tú eres un impedimento para ello. ¡Adiós!".
Tan firme fue mi decisión que, tras la semana –de veras que fueron únicamente siete días- en que mis propios pulmones me pedían y hasta exigían todo revoltosos: "¡Dame mi dosis de humo, dame mi dosis de humo!", repitiendo sin cesar (de puro pesados me los imaginaba incluso como los malos de los dibujos de “Erase una vez la vida”), no hubo problema ni dificultad mayor. Es más, en alguna ocasión de reunión amistosa o familiar quise probarme haciendo un par de intentos y es que no me hacía ni chispa de gracia, hasta me molestaba sobremanera de modo que desistí de mi experimento. Y así hasta hoy, que han transcurrido calculo unos seis o siete años... ¿u ocho? No llevo la cuenta, la verdad.
Sin embargo cada quien es cada quien y cada cual es cada cual que cantaría Serrat. En mi caso fue sencillo. Se trató, básicamente, de responderme con absoluta honestidad (que generalmente va de la mano de la madurez) a una pregunta: "¿Quieres o no quieres, TU, esto para tu vida?". Y yo... opté por no quererlo. Opté por romper los barrotes de esa cárcel. Elegí... la libertad.
Dejo una linda tonada que es más de desamor (aunque al fin y al cabo, dejar de fumar... ¿no supone también el abandono de una "relación"?), pero que demuestra que no soy la única pianta que conversa con cigarrillos...
Debo hacer doblete pues no me puedo resistir a la versión de Tito Fernández, menos ranchera ella pero tiene un toque poético absolutamente encantador. Así que a fumarlo toca, aunque sea el último...
Hoy fui a ver a J.R. Ha cambiado la distribución del mobiliario y se han colocado junto al ventanal las sillas para los visitantes. La nueva disposición resulta más acogedora e incluso práctica ya que antes entorpecían el paso por estar muy próximas a la puerta. Justo cuando me sentaba ha entrado una señora que necesitaba aclarar algo con él.
- ¿Me marcho?, pregunté, por si era preciso que tratasen el tema sin la presencia de extraños ajenos al asunto. - No es necesario, respondió ella.
En cualquier caso dio igual que yo estuviera allí pues me giré hacia la ventana y fui ... “abducida”. O sea que no oía –mucho menos escuchaba- lo que hablaban porque el folio que había pegado en el cristal, con el dibujo de un encantador elefante y un texto acompañante, me absorbió por completo desde que me percaté de su existencia. Aproveché, por tanto, mientras J.R. y la señora concluían para leer el contenido de aquel papel y me encontré con lo siguiente ...
EL ELEFANTE EN LA HABITACION
“Hay un elefante en la habitación. Es enorme, por lo que es muy difícil rodearlo. Igual hacemos con cada “¿Todo va bien?”, “Sí, todo bien”, y las otras miles de formas de conversaciones triviales: del tiempo, de la escuela ... Hablamos de cualquier otra cosa, excepto del elefante.
Hay un elefante en la habitación. Todos sabemos que está allí. Y todos pensamos en él cuando hablamos de cualquiera de esas otras cosas. Está permanentemente en nuestra cabeza. Y, sabemos, es demasiado grande. Pero no hablamos del elefante que hay en nuestra habitación.
Por favor, hablemos del elefante que hay en mi habitación. Si hablamos del hecho de que puedo llegar a morir, quizás podríamos también hablar de cómo estoy viviendo.
¿Podríamos hablar del elefante sin que mires para otro lado?
. Si no podemos hacerlo, me estás dejando solo. En una habitación. Con un elefante.”
Al acabar sonreí, sentí cierta paz, enseñanza, y dije a J.R: linda historia, además de sabia e ilustrativa. Me gusta, me gustan las historias así.
Aunque la forma variaba y la versión de la ventana de J.R. era más extensa e incluso había sido revisada por alguien ducho en letras, por lo que digamos resultaba literariamente más “estética”. Pero la esencia es la misma, exactamente la misma. Y ahora que conozco su razón de ser, me quedo con esta sin lugar a dudas.
Movida por mi habitual curiosidad – que no cotilleo, ¡eeehh!- he buscado en la red y al parecer la autoría se atribuye a un adolescente enfermo de cáncer que con este cuento "rebautizó" a su enfermedad. Pero es aplicable a tantos y tantos tipos de elefantes que pueden llegar a aplastarnos ...
Todo un valiente el muchacho, un pequeño-gran sabio que me ha esponjado el corazón, así que brindo por él ... ¡chin chin!; con una infusión, pero un brindis al fin y al cabo.
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¡Y ojalá tu elefante no haya podido contigo!
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. Hoy pensaba dar continuidad a mi última entrada peeeeeeero, apareció un elefante en mi horizonte que lo ocupó todito todo ... ¡y es que son tan, pero tan grandeeessss! Por eso no suelo hacer planes, porque luego viene la señora cotidianeidad y me los desmonta. C’est la vie!
Hace años, cuando fumaba, escribí una especie de oda a la breve –pero intensa- vida de un cigarrillo. Aún a riesgo de que resulte vanidoso creo que resultó un magnífico texto que lamentablemente fue devorado por un virus. Pero... bueno es no aferrarse a nada... ni a nadie.
Posiblemente la calidad de aquellas líneas no dependió tanto de mí como de alguna extraña energía ajena a mi voluntad que me invadió, ya que recuerdo el momento como una especie de abducción absolutamente mágica.
En realidad no lo fumé, lo encendí y lo dejé apoyado en el cenicero pues manejaba unos papeles frente al ordenador. Al ir a cogerlo descubrí que estaba ocurriendo algo fuera de lo común. O en aquel momento y bajo la influencia de “la musa” a mí me lo pareció: sucedía lo extraordinario. En su metamorfosis de tabaco a ceniza se producía una maravillosa danza entre el humo presente y el aire invisible.
Frente a la escena permanecí, absorta, deleitándome con los movimientos de lo que por momentos parecía convertirse en una serpenteante mujer gaseosa... unas veces blanquecina, otras grisácea... alguna más casi transparente. Y en ese baile hipnótico que atrapaba toda mi atención, en esos escasos cinco minutos... el cigarrillo entregaba su chispa de existencia para que el humo tuviese la suya propia. Un acto de suprema generosidad... ¿un acto de amor? Bla, bla, bla... pero fue así, sólo que más extenso e incluso intenso, palabrita de la niña Leve.
A Jose, sin tilde, que se encuentra librando una dura batalla como guerrero de luz que es -aunque a veces dude de sí- quiero contar esta historia ...
Un día, el caballo de un aldeano cayó en un profundo pozo. El pobre animal estuvo relinchando con amargura durante horas, mientras su dueño buscaba inútilmente una solución. Pasaron un par de días y, finalmente, al no encontrar remedio para aquella desgracia, el hombre, desesperado, pensó que como el pozo estaba casi seco y el animal era ya viejo, realmente no valía la pena sacarlo, sino que era mejor enterrarlo allí por lo que pidió a unos vecinos que se acercaran para ayudarle. Una vez allí cada uno agarró una pala y empezaron a echar tierra al pozo, en medio de una gran desolación. El caballo advirtió enseguida lo que estaba pasando y relinchó entonces con mayor angustia.
Al cabo de un rato dejaron de escucharse sus lastimeros quejidos. Los labriegos pensaron que el pobre animal debía estar ya asfixiado y cubierto de tierra. Entonces el dueño se asomó al pozo, con una mirada triste y temerosa, y vio algo que le dejó asombrado. Con cada palada el caballo hacía algo muy inteligente: se sacudía la tierra y pisaba sobre ella. De ese modo había logrado subir ya varios metros y estaba bastante arriba. Lo hacía todo en completo silencio y absorto en su tarea. Al ver semejante escena, los labriegos se llenaron de ánimo y siguieron echando tierra, con brío, hasta que el caballo llegó a la superficie, dio un salto y salió trotando pacíficamente, ¡libre!, aliviado ... y aliviando al resto.
La vida, ya sabes Jose, nos va a tirar todo tipo de tierra encima. El truco para salir del pozo es sacudírsela y usarla para dar un paso hacia arriba, y otro, y otro más ... cuantos sean necesarios. Y como el caballo, podemos salir de los más profundos huecos si no olvidamos que cada palada de tierra es un escalón que nos eleva hacia la superficie, si no nos damos por vencidos, si tenemos fe en nosotros mismos, si somos guerreros de luz que montan a lomos de caballos de igual naturaleza, cabalgando juntos hacia la victoria.
Y también para ti, para mí, para todos, esta tonada ...
C.M., a quien me unió una gran amistad tiempo atrás, me llamaba “Arcilla”. Y por aquello de que el cariño tiende al diminutivo, a menudo “Arci”. Desconozco cuánta de esa materia habrá en mí, que supongo de algún modo me forma y conforma en menor o mayor cantidad.
Aunque sí me siento, aquí, en este país... alfarera de palabras. No sé si poco, no sé si mucho. Tampoco sé si bien, si mal. Quizás en un término medio, tal vez regular. O ni lo uno, ni lo otro, ni lo de más allá o más acá. Pero, al fin y al cabo, alfarera que maneja el torno, que trabaja relieves logrando diferentes texturas, que seca, hornea y esmalta alguna que otra pieza.
C.M. decía también en ocasiones: "¡Estas palabras te las robo!". En efecto las tomaba prestadas. Y me contaba que, cuando las dirigía a alguien, se inventaba que las había amasado con sus propias manos. Y yo sonreía.
La lluvia... otra de mis amantes. Es una nómada que sólo aparece de tarde en tarde. Dije lluvia, no trombas de agua. Y cuando llega por lo general salimos a pasear juntas. No cogemos paraguas porque sería como parapetar nuestro encuentro, evitar nuestro roce, nuestro contacto. Y a veces nos empapamos, sí, pero sobre todo nos refrescamos. Suelo pedirle que sea delicada, que emule al Txirimiri norteño para que me haga cosquillas en la cara y manos al alcanzarme. O que se porte como un ángel que, juguetón desde las nubes, emplea sprays pulverizando suavemente el envoltorio y lo envuelto de los humanos.
En ese caminar juntas la gente nos mira. Y me invento lo que pensarán:... “pobre chica, se le olvidó el paraguas y está empapándose”... “¿Está loca? ... ¡llueve, se moja y no aligera el paso!”... ¿Y qué?... respondería yo, en todo caso.
Pero con la misma premura que llega suele desaparecer, sin previo aviso. Sin embargo, a modo de regalo, siempre me deja ese aroma que confirma que su presencia fue real y no una invención de mi mente por pura nostalgia... ¡Mmmmmmmmmm!
Hoy, en cambio, salió sola a la calle y yo la estuve, la estoy contemplando desde la ventana... transparente, limpiándolo todo.
Aquí, en esta tierra, a menudo violentada por el exceso de sol, cuando llueve con serenidad es una bendición.
Aquí, en mí, cuando llueve sencillamente... es fiesta.
Si puedes conservar tu cabeza cuando a tu alrededor todos la pierden y se cubren de reproches. Si puedes tener en ti una fe que los demás hombres te niegan y ser indulgente con su duda. Si puedes esperar y no sentirte cansado con la espera. Si puedes, siendo blanco de falsedades, no caer en la mentira y si eres odiado no devolver el odio sin que te creas por eso ni demasiado bueno, ni demasiado cuerdo. Si puedes soñar sin que los sueños imperiosamente te dominen. Si puedes pensar sin que los pensamientos sean tu objetivo único. Si puedes encararte con el tiempo y el desastre, y tratar de la misma manera a esos impostores. Si puedes aguantar que a la verdad que expones la veas retorcida por los pícaros para convertirla en lazos de los tontos, o contemplar que las cosas a que diste tu vida se han desecho, y agacharte y construirlas de nuevo aunque sea con gastados instrumentos. Si eres capaz de juntar, en un solo haz, todos tus triunfos y ganancias y arriesgarlos a cara o cruz, en una sola vuelta, y si pudieras empezar otra vez como cuando empezaste y nunca más exhalar una palabra sobre la pérdida sufrida. Si puedes obligar a tu corazón, a tus fibras y a tus nervios a que te obedezcan aún después de haber desfallecido y que así se mantengan, hasta que en ti no haya otra cosa que la voluntad gritando: “¡Persistid en la orden!.” Si puedes hablar con multitudes y conservar tu virtud, o alternar con reyes y no perder tus comunes rasgos. Si nadie, ni enemigos, ni amigos, pueden causarte daño. Si todos los hombres pueden contar contigo, pero ninguno demasiado. Si eres capaz de llenar cada inexorable minuto con el valor de los sesenta segundos de la distancia final. Tuya será la tierra y cuanto ella sostenga y, lo que aún más vale, serás hombre, hijo mío.
A Mitch Albom le dijo Morrie Schwartz, para que dijera en "Martes con mi viejo profesor", que decía Auden ...
"Amaos los unos a los otros o pereceréis"
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Pd. Libro absolutamente recomendable que se traduce en una maravillosa lección de vida. Gracias a Mitch por transcribirla y un enooooooooorme abrazo al encantador Morrie, allá donde quiera que esté, unido a un profundo sentimiento de gratitud por también haber sido mi maestro.
O buena mañana. Y es que a quien madruga ... dios le ayuda.
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Me sigue encantando ... tanto como en aquella época en la que los "vídeos musicales" eran algo cotidiano, esperado, creativo y hasta sorpresivo. Y nada más que por eso ... otro chulo, chulo.
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Y ya puesta ... uno más. ¡Si es que eran puritito arte por entonces! (al margen de precariedades tecnológicas). ¿Se nota que me levanté musicamente nostálgica?
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¡Caaachis en la mar! Me quedo con las ganas de añadir "Thriller" de Michael Jackson, pero es que en todos los que encuentro en youtube pone expresamente: "Inserción desactivada por solicitud" ... ¡Maldición, rayos y centellas ... qué poquito me gusta "esa restricción"!, pero es lo que hay. En fin, quien recurra a eso se pierde el compartir de un modo pleno, con lo lindo que es.
Cuentan que un hombre anciano fue a una clínica para tratarse una herida que tenía en la mano. Llevaba bastante prisa y cuando la enfermera comenzó a realizarle la cura le preguntó qué era eso urgente que le reclamaba: - Tengo que ir a la residencia para desayunar con mi mujer, que vive allí. Lo hago a diario. Añadió que llevaba algún tiempo en ese lugar pues su esposa padecía un Alzheimer muy avanzado y para él ya no era posible tenerla en casa. Mientras acababa de vendarle, la enfermera siguió interesándose: - ¿Se alarmará su esposa en caso de que llegue tarde? - ¡Oh no! Ella ya no sabe quién soy. Hace casi cinco años que no me reconoce. - ¿Y si ya no sabe quién es usted... por qué esa necesidad de estar con ella todas las mañanas? - Pues... ella no sabe quien soy, pero yo todavía sé muy bien quién es ella. Y eso es lo verdaderamente importante.
La enfermera tuvo que contener su emoción al escuchar a aquel hombre sencillo. Y después de verle salir de la consulta, tras una larga pausa, se dijo para sí: - Esa es la clase de amor que quiero para mi vida. El verdadero, el que no se reduce a un mero envoltorio ni a un romanticismo barato que tiene fecha de caducidad. El que acepta, absolutamente, todo lo que el otro es, lo que ha sido, lo que será y, sobre todo, lo que por causas ajenas a su voluntad puede que no vuelva a ser. El que crece y no decrece, pese a las adversidades.
La historia me sirve como introducción para contar que esta mañana he tenido el inmenso privilegio de ver a ese amor paseando ante mí. O siendo más concreta, de volver a verlo ya que la primera vez fue hace un año exacto.
Detrás de la piscina a la que voy se encuentra el mar. En realidad el paseo marítimo y por ende la playa, pero en este tiempo, al haber poquita gente, se parece bastante al mar que frecuento; es decir el de todas las estaciones que no sean verano. Por estos días de octubre de 2007 localicé un banco con sombra frente al mar al que estuve acudiendo para sentarme y escuchar el susurro marino; es algo que resulta particularmente reconfortante cuando se tienen cuerpo y mente “endorfinados” por una sesión acuática-sirenil-delfinera. Mis ojos cerrados ofrecían el protagonismo al oído, para que captase todos los matices del suave oleaje que iba y venía lamiendo la orilla, cuando de repente una dulce voz masculina, bastante quebrada por la edad, me sacó de mi estado de abstracción: - ¡Vaaaamos, tenemos que caminar un poco!... es muy bueno caminar y hemos de hacerlo.
Se trataba de una pareja de gente otoñal (que me gusta a mí decir), que iba cogida de la mano. El iba un poco adelantado ... ella daba tres o cuatro pasos pequeñitos y súbitamente paraba en seco, agarrándose fuertemente al brazo de él, a su sostén, no queriendo avanzar, atemorizada. El paraba, pero enseguida iniciaba la marcha, suave, con delicadeza, y a los pocos pasos de nuevo ella se asustaba. Por su expresión facial parecía que el hecho de tener que caminar le hacía rozar el pánico. No articulaba palabra, tan sólo intentaba retroceder. Y él volvía a repetir la secuencia: parar-iniciar-parar-iniciar... de vez en cuando le quitaba el sombrero y le acariciaba el pelo, a la par que afectuosamente le invitaba a continuar con su paseo. Ternura infinita es una expresión demasiado pequeña para definir la escena.
Sucede que a menudo la belleza me hace llorar, sobre todo cuando se presenta de manera intensa e inesperada. Mentiría si dijera que en ese momento sólo rodaban un par de lágrimas por mis mejillas. Recuerdo que incluso tuve que usar pañuelo. Por la compasión que ella me despertaba... me parecía tan injusto que una enfermedad degenere a una persona hasta el punto de casi hacerla desaparecer de su propio cuerpo y mente... pero sobre todo por la generosidad que se desprendía de la paciencia de aquel hombre (20 minutos para recorrer 4 metros), por las toneladas de cariño que depositaba en la tarea y, en definitiva, por la inmensa belleza de la que estaba siendo partícipe gracias a ellos. Y mientras las últimas gotitas me lavaban la cara, una enorme sonrisa se me dibujaba al mismo tiempo que comenzaba a cantar en mi interior...
Te sigo queriendo como el primer día con esta alegría con que voy viviendo, más que en el relevo de las cosas idas en la expectativa de los logros nuevos. Como el primer día de un sentir primero, como el alfarero de mi fantasía, con la algarabía de un tamborilero y el gemir austero de una letanía, como el primer día te sigo querieeeendooooooo...
Hoy, doce meses después, conducía por la calle paralela al paseo marítimo cuando he tenido que parar en un paso de cebra. Un anciano cogía de la mano a una anciana y se disponían a cruzarlo. El tan generoso como hace un año. Ella, aún más deteriorada si cabe, dando pequeños pasitos asustados. Pero aún juntos, unidos en su ser no siendo. Aquel amor, tan presente como entonces, justo delante de mí... de nuevo. Inevitablemente el corazón me ha empezado a dar saltos en la caja torácica de pura alegría. Y es que la muchacha que suscribe nos salió de lo más sentimentaloide. ¡Tara de fabricación!